Vida entre dos mundos Lucy Grey 1° Entrega

EL AMOR ES MÁS FUERTE QUE LA VIDA

EL AMOR ES MÁS FUERTE QUE LA VIDA

 

 

De camino a mi casa, estuve procesando y guardando, en un cuadradito de mi mente la historia que mi amiga Tracy me había contado, olvidándola allí para que me dejara disfrutar de ese fin de semana con mi familia. También llamé preocupada a mi marido. En la tienda de juguetes recordé el percance que había tenido un compañero suyo en el trabajo y quise saber cómo se encontraba. Lo llamé varias veces, pero su teléfono estaba apagado. Con los nervios cubriéndome el cuerpo llegué a casa preocupadísima, deseando cruzar la puerta y dirigirme al teléfono fijo en donde el teléfono de la central estaba anotado en la agenda. Pero al llegar al garaje me llevé una grata sorpresa. Kevin me esperaba en la entrada, vestido elegantemente, con un pantalón vaquero gris, una camisa blanca ajustada, que le remarcaba su corpulento pecho y con una rosa roja en la mano. En su rostro una tierna sonrisa.

― ¿A qué se debe esto? ―Le pregunté con un tono mimoso saliendo del coche.

―El avión se ha retrasado, hasta mañana a las nueve no llega mi hermana, así que, tenemos toda la noche para notros solos. ―Kevin me abrazó con ternura y me dio un beso en los labios, un dulce beso que me dejó sin aliento. A continuación, me entregó la rosa que olía maravillosamente bien.

―Qué bien huele dentro, ¿has preparado la cena? ―le pregunté mirándole a los ojos. Cada vez que miraba esos azules ojos era como si estuviera sola en el límite del mundo.

―Sí, he pensado que sería un buen comienzo para una noche romántica. ―Me guiñó el ojo como él siempre solía hacerme cuando intentaba provocarme, consiguiendo que mis piernas temblaran y me agarrase a él con fuerza.

―No sabía que tu hermana llegaba hoy ―Le recordé lo que no me había dicho por la mañana, con un tono dudoso.

―Se me olvidó por completo. Con el tema este de mi compañero he tenido la mente en otro lugar.

― ¿Cómo está tu compañero? Venía preocupadísima por el camino pensando en su estado ―le dije alarmada y cortándole lo que tal vez era la respuesta a mi pregunta.

―Está bien, cariño, solo ha sido un rasguño en el hombro. Ya está en casa siendo mimado por su esposa. ―Cerró la puerta a nuestras espaldas y me cogió del brazo atrayéndome hacia él―. Cierra los ojos, ―sus labios reposaron unos instantes en mis labios, separándose de ellos en cuanto se percató que mis ojos se habían cerrado―. No los abras aún ―me susurró guiándome hacia el comedor donde un agradable olor a comida mezclado con el aroma de las rosas penetraba en mi nariz―. Ya puedes abrirlos―antes de que mis ojos se abrieran para ver la sorpresa que mi amado me había preparado noté sus grandes brazos rodear mi cintura y su aliento acariciar mi cuello―. ¿Te gusta?

 

Al abrir los ojos me quedé estupefacta al ver que mi hermoso comedor, decorado con los más modernos armarios y el mejor sofá de piel del mercado, había sido sustituido por la habitación de Cupido. En el centro del comedor, nuestra mesa de cristal estaba cubierta con un hermoso mantel rojo adornada con un gran jarrón lleno de rosas rojas. El blanco de las paredes había sido sustituido por enormes corazones de cartulina roja, enormes cojines con forma de corazón cubrían el suelo de madera. Al lado de la chimenea, donde el fuego ardía con fuerza, una gran cama hinchable, cubierta por unas sábanas blancas adornadas con pétalos de rosa y rodeada de velas, nos invitaba a tumbarnos en ella con des- caro.

― ¡Es increíble! ―Por mis mejillas recorrieron unas lágrimas de felicidad y alegría que fueron secadas por las manos de mi marido.

―No llores, mi vida, hace tiempo que quería prepararte algo así. En los años que llevamos casados no he pasado ni un solo día de san Valentín contigo, ni un día festivo a tu lado y creo que esto te lo mereces. ―Sus delicadas manos recorrieron mi rostro con suavidad hasta acabar en mi cuello. Con una ligera presión me llevó hasta sus labios donde nos fundimos en un beso lleno de pasión.

 

A continuación, me acercó hasta la mesa, apartó la silla y dándome un beso en la frente me invitó a que me sentara con una enorme sonrisa en su rostro.

―Gracias, mi vida, gracias por esto, me siento tan feliz y afortunada por tenerte a mi lado. ―Me aferré a su mano como si fuera mi vida, aunque él lo era.

―Eres lo más importante para mí, tú eres mi razón de existir, lo eres todo. Y creo que esto me parece poco para ti. Te mereces el universo, te mereces ser la reina de este mundo.

Cambió su posición colocando la silla cerca de mí y me abrazó con dulzura.

―Ya soy la reina de nuestro mundo y con eso me es suficiente, con tener tu corazón me es suficiente.

―Mi corazón te lo entregué la tarde en que te vi en la playa, ¿la recuerdas? ―dijo provocándome con su sonrisa.

 

¡Cómo podía olvidar esa tarde!

 

“Fue el cuarto día del segundo encuentro que tuvimos, ese encuentro que hizo que su risa y su mirada provocara que mis piernas desfallecieran.

Ese día me encontraba un poco con los ánimos por el suelo, no tenía ganas de estar ni ver a nadie. Ese día era el cuarto mes que me encontraba sola en el mundo, sola porque ese mismo día, pero cuatro meses atrás, un camión que circulaba a alta velocidad se llevó lo que más quería en mi vida, a mis padres. Claris me obligó a ir a la playa con ella y su novio. Estuvimos paseando por el paseo marítimo y comiendo en un restaurante donde el dueño era primo de Marc, el novio de Claris. Después de comer y de estar paseando horas, mi amiga se empeñó en bañarse en el mar. Quería aprovechar el día tan soleado que hacía antes de que llegaran las lluvias. Ella y su novio se metieron en el agua mientras que yo, al no llevar el bañador, me quedé en el paseo sentada jugueteando con los pies descalzos en la arena, y observando lo bien que se lo estaban pasando los dos tortolitos que llevaban pocos días como pareja. Al poco tiempo de estar allí sentada mirando el mar y viendo como mis amigos se entregaban todo su amor, un niño se acercó a mí llorando, tenía unos seis años y había perdido a sus papás. Le cogí en brazos y con dulces palabras logré tranquilizarlo. Después de comprarle un refresco ―estaba sediento de tanto llorar― y de estar buscando por esa zona a sus padres, sin resultado, lo llevé a la comisaría de policía del marítimo para que ellos se hicieran cargo de encontrar a sus padres. Cuando llegué a la puerta mi mente se quedó en blanco al ver, que detrás de un policía de tráfico, salía con el rostro serio y con pasos ágiles él, ese policía que sin saber su nombre y sin saber su vida había hecho que mi corazón sintiera amor. Nos quedamos mirándonos fijamente a los ojos, olvidando todo lo que nos rodeaba, sintiendo como si él y yo estuviéramos allí solos, sin sentir a ese niño que lloraba por sus padres y sin notar la mirada de su compañero que nos miraba atónito.




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