Nunca fui muy bueno haciendo ejercicio, no era mi fuerte en la escuela, y no fue mi fuerte en mi periodo universitario. Aun así, no tengo un mal estado físico, la verdad no tengo ni la menor idea como lo tengo, pero lo importante es que puedo correr lo suficientemente rápido (para no ser atrapado por los come carne) sin desmayarme por la falta de oxígeno. A que viene esta aclaración, pues bueno, en mi trayecto por la autopista hasta la propiedad de mis tíos, tuve un pequeño encuentro con una horda de bestias, no recuerdo bien de donde salieron, pero lo que si recuerdo es como logré escaparme…
El sonido que producían mis pisadas era lo único que se escuchaba, la autopista por la que estaba caminando, era la más concurrida de toda España, o lo fue en algún momento. Los autos estaban por montón, a medida que avanzaba podía ver que en alguno de estos aún se encontraban cuerpos a medio comer. La peste que había era horrible, las moscas estaban disfrutando de la pestilencia.
Seguía revisando cada auto para ver si había más provisiones en alguno, la suerte no estaba de mi lado, al parecer todos ya habían sido saqueados a lo largo de estos cuatro meses. El hambre ya estaba marcando su presencia en mí, por lo que con cuidado saqué una lata de comida de mi mochila y la abrí, consumiendo su contenido. Al terminar deje la lata sobre uno de los autos y seguí mi camino hasta que algo llamo mi atención dentro de uno de los vehículos, un reflejo extraño, me acerqué pensando que podría ser una botella de agua o algún tipo de arma. Junté mis manos para poder ver dentro y asombrado vi que sobre el asiento trasero había un mapa y una brújula la cual reflejaba la luz del sol. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada, seguí mirando el interior, realmente necesitaba esa brújula. Con un poco de desesperación intenté con todas las puertas, pero ninguna cedía, y por la fuerza que apliqué solo logré que la alarma del auto se activara. Quedé congelado en mi lugar, aturdido por el estruendo que rompió el silencio. Miré a mi alrededor, y con un arranque de enojo golpeé uno de los vidrios del auto con el mango del machete, sacando el mapa y la brújula, porque después de todo no me iba a ir con las manos vacías. En 5 segundos todo estaba guardado y asegurando bien mi mochila empecé a correr, corrí como nunca antes lo había hecho, con un pánico que cualquier animal podría oler a kilómetros.
Y ahí fue cuando los escuché, gruñidos fuertes que venían desde detrás de mí. Sin dejar de correr giré mi rostro hacia atrás y era como si una tormenta de arena viniera a mi encuentro, el polvo que se elevaba por las pisadas de los come-carne era increíble, todos corriendo en mi dirección. No sé cuánto tiempo corrí, pero los 15 minutos que me separaban de mi destino se fueron volando, porque a unos cuantos metros podía ver el sector residencial.
Ya me estaba agotando, sentía mis piernas temblar, pero no podía detenerme, porque aún sentía a esas cosas persiguiéndome. Ideando un plan corrí hasta una pequeña plaza de comercios, entrando a la primera que encontré abierta. Cerré la puerta y con rapidez coloqué un estante grande bloqueando la entrada, y sin más me escondí detrás de un mostrador, esperé menos de un minuto hasta que comencé a escuchar como esas cosas pasaban por fuera. Abrazaba mi machete con mucha fuerza mientras lagrimas corrían por mis ojos, no me había percatado que estaba aguantando la respiración hasta que mis pulmones me rogaron que inhalara un poco de aire. Estuve varios minutos quieto, esperando que el silencio volviera, rogando que los gruñidos se detuvieran para poder salir y seguir con mi objetivo.
Cuando mi respiración se regularizo, pude mirar a mi alrededor, en cada muralla había imágenes de animales, en algunos estantes comida para perros y cajas de transporte para mascotas en el suelo. Estaba en una veterinaria. Lentamente me puse de pie, con mi arma en mano investigué el lugar. Tenía dos salas de revisión, dos baños, una cocina pequeña, un cuarto lleno de jaulas y otra sala donde supuse harían las cirugías. En la parte de atrás había una habitación que estaba cerrada, aunque se podía escuchar un sonido adentro, asustado saque la pistola de mi mochila apuntando en esa dirección.
¿Qué se supone que debería hacer? ¿entrar? ¿escapar? Me acerqué lentamente para escuchar mejor, no había golpes, ni sonidos de mandíbulas crujiendo, esperaba un gruñido o algo, pero no había nada. Empujé la puerta con fuerza esperando poder abrirla, o intentando que algo dentro emitiera algún ruido. Solo obtuve silencio por lo que seguí empujando y empujando, hasta que un quejido me hizo detenerme, un leve jadeo como cuando me cubro el rostro al llorar.
− ¿Hay alguien a-ahí? −Tartamudee casi en un susurro– ¿Puedes escucharme?
Esperé unos segundos hasta que algo comenzó a acercarse a la puerta, sentía las pisadas. Me alejé un poco con el arma apuntando hacia adelante. Mis manos temblaban y mi respiración se agitaba cada vez más.
−Por favor no me lastimes− se escuchó desde el otro lado de la puerta – Saldré, pero por favor no me hagas daño te lo ruego.
Escuché como algo era corrido, un mueble o un objeto pesado, y luego la cerradura giró, provocando un agudo clic.
−Yo… yo no estoy armada, puedes llevarte todo lo que quieras, pero deja quedarme aquí, no tengo donde ir− Desde dentro de la habitación salió una chica de cabello rojo, sus manos en alto y temblando como un perrito asustado, su vista baja evitando mirarme.
− ¿Cuál es tu nombre? − Pregunté despacio.
− Me… me llamo Tatiana− cuando su mirada llegó a mí, sus ojos se abrieron desmesuradamente y comenzó a llorar− Oh mi dios, por favor no me mates, no me mates− hablaba desesperada, mientras se arrodillaba sin dejar de llorar cada vez más fuerte.