Vida Salvaje - Canis Lupus

Prefacio

Cuando era niña, me gustaba mucho trepar en los árboles, observar los nidos que se ocultaban entre sus ramas, pero lo que más amaba hacer y que continué haciendo, era caminar en el pasto recién cortado.

Mi madre me había inspirado a amar a la naturaleza. No estaba segura si ella creía que me obligaba a hacerlo, mi padre, quien era mi confidente, me contó que ella pensaba que me forzaba a amar más allá de nuestras vidas. Algo que no pude contarle a ella fue que yo ya admiraba todo el entorno, cada pequeño ecosistema que conocía todos los días.

Aunque parecía que me encontraba distraída cuando ella intentaba explicarme algo, siempre había escuchado todas sus descripciones. El primer recuerdo que tenía de ella era verla sentada frente al televisor, viendo algún documental sobre la vida silvestre. No recuerdo qué edad tenía, pero podía revivir el sentimiento que veía reflejado en sus ojos, un anhelo de algo que yo desconocía.

Al crecer, papá me contó que ella trabajaba en la preservación de algunas especies en peligro de extinción o en severo riesgo. Cada vez que investigaba, la lista se hacía cada vez más larga y pronto comenzó a enfocarse solo en algunas, sobre todo, dentro del país, como los lobos nórdicos. Su principal labor era localizarlos y protegerlos tanto del gobierno como de la población. Había publicado algunos artículos para intentar concientizar sobre los riesgos que traería en nuestra vida si algunas de ellas desaparecían por completo.

Me parecía increíble todo lo que había hecho en el pasado, por eso podía recordar todo lo que un día llegó a mostrarme. Lo apreciaba más de lo que ella nunca se enteró. Aunque ser diferente provocara la burla de mis compañeros. Prefería estar jugando con las orugas y otros pequeños insectos a jugar con los niños de mi edad.

Un apodo que al principio fue hiriente, pero que mis padres lograron que aceptara fue durante un viaje escolar. Me detuve en mitad de la vereda para observar los lentos pasos de una oruga. Un profesor me reprendió por haberme quedado atrás mientras me tomaba de la mano y me regresaba de nuevo al grupo. Los demás niños comenzaron a reír, señalándome y uno de ellos vociferó un “niña oruga” haciendo reír a todos, incluso a los adultos.

Lloré todo el camino de regreso a casa hasta que mamá logró tranquilizarme. Atesoré esas palabras durante tanto tiempo que fueron las únicas, y quizá las últimas, que podía recordar de ella.

Marit, eso es algo hermoso ―dijo con una sonrisa.

¿Por qué? ―le pregunté, sollozando de nuevo porque creía que se estaba burlando de mi nuevo apodo.

Porque tú ves lo que los demás niños no pueden ver ―dijo mientras me limpiaba las mejillas con el borde de su vestido verde con flores rosas, y mi nariz, que también goteaba.

No entiendo, mor ―suspiré, frotándome los ojos con ambas manos.

Esa oruga estará muy feliz porque notaste su existencia.

Apuesto que ―continuó papá, alzándome en sus brazos para sentarme en su regazo, a un lado de mamá―, al volver a casa, le contará a su familia sobre ti.

¿En serio? ―pregunté entusiasmada ante esa idea.

Yo también lo creo ―sonrió mamá, algo cansada―, ella siempre te va a recordar.

Después nos fundimos en un gran abrazo a la vez que papá besaba nuestras cabezas. Primero ella y luego yo. Fue un instante que no pude ni podré olvidar. La verdad es que lo recordaba cada vez que veía una mariposa y, donde vivía, las mariposas siempre volaban cerca de las personas.

―Aún lo recuerdo, mor ―sonreí al notar que en ese momento una mariposa emprendía el vuelo hacia el cielo.

Aunque a veces me dolía ese recuerdo, siempre me había motivado a apreciar el entorno sombrío que nos rodeaba. Porque a pesar de que todo era gris, la naturaleza nunca dejaba de sorprendernos, creando vida y mostrando su poder.

Seguí observando a la mariposa que aleteó hacia el bosque que se encontraba a unos 50 metros frente a mí cuando una suave brisa alborotó mi cabello impidiéndome ver cómo desaparecía. Resoplé molesta, arrancando unas pocas hojas del césped en el que me encontraba sentada mientras apartaba mi cabello con la otra mano. Pronto me di cuenta de unos ojos que me observaban desde el interior del bosque.

Las manchas negras en su cabeza y su pelaje gris junto con sus finos rasgos me dejaron sorprendida. El aullido que se escuchó más allá de él hizo eco a nuestro alrededor.

Sin temor me levanté de un salto para ahuyentarlo antes de que el jefe de mi padre lo viera. Sabía que estaba deseoso de eliminarlos de la lista y, al fin, declarar extinto a los lobos de Noruega.

 



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En el texto hay: lobos, naturaleza, noruega

Editado: 11.01.2022

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