Vida Salvaje - Canis Lupus

Primer avistamiento

Tenía 9 años cuando los encontré.

Me gustaba salir de la casa al despertar y sentir el aire limpio llenar mis pulmones. Mamá siempre me decía que debía estar agradecida de tener un aire tan puro porque en otras partes del mundo no era así. No podía imaginarme un lugar donde no hubiera árboles ni el aire tan fresco como en Bergen o Hamar, donde nací.

Cuando murió, comencé a salir de casa al despertar y respirar el aire limpio de la mañana para poder recordarla. Papá se lamentaba no haberme dado una infancia feliz, pero a pesar de todo, lo era.

Para mí el mundo siempre sería gris, pero cada poco se podía ver un rayo de esperanza en cada situación.

Eso me hacía ser un poco atrevida por lo que siempre procuraba alejarme del límite que él me daba. Vivíamos al margen de una granja muy cerca del bosque, en Storlien. Al principio papá aceptó que viviéramos en una pequeña cabaña lejos de la casa principal, pero después de varios años, nos acostumbramos a vivir ahí y fue difícil convencer a los dueños de esa decisión.

Los Byström eran una pareja de cuarenta y muchos que no tenían hijos. Eran fríos e indiferentes con nosotros cuando llegamos, pero poco a poco los habíamos comenzado a conocer y eran la pareja más dulce y amable que hayamos conocido. Gracias a ellos pude terminar mis estudios en Suecia y me trataban como a una hija. Aún así, aunque muchas veces me dijeron que podía pedirles lo que quisiera, no me parecía correcto aprovecharme de esa amabilidad y solo aceptaba las cosas que quisieran darme como ropa o juguetes, pero nunca tuve el valor para pedir algo.

Ese día, después de desayunar, salí de la casa y me adentré en el bosque mientras escuchaba a mi padre pedirme que no me alejara tanto. No había peligro, al menos en ese momento no lo conocía y no sabía distinguirlo hasta que me enfrenté cara a cara con él.

En algunas zonas aún se notaba oscuro pues en esa época del año el sol aún duraba muy poco. Los árboles se agitaban suavemente de un lado a otro produciendo un leve sonido con sus ramas desnudas. La humedad embargaba mi nariz y no pude evitar estornudar. Perdí el equilibrio e intenté estabilizarme con un pie, pero este se hundió en la nieve, atascándose.

Molesta saqué el pie de la bota para poder quitarla del lodo y volvérmela a poner. Mi cabello rizado cubrió mis ojos por un segundo y, cuando lo aparté de mi vista, un hombre me observaba.

― ¿Estás perdida, sötnos? ―balbuceó las palabras.

―No ―susurré, abrazando mi peluche de un lobo.

―Te llevaré a casa ―murmuró, haciendo una extraña sonrisa.

Quise gritar, pero no pude hasta que una brisa helada sopló en mi rostro, despabilándome. Comencé a correr hacia el otro lado de donde él se encontraba, que era el camino para volver a casa, pero el viento me decía que no me detuviera.

Días antes de morir, mamá se despidió de mí, prometiéndome siempre estar conmigo como el viento. No entendía muy bien por qué me estaba diciendo eso ni lo que quería decir, pero como casi todo lo que me decía, lo guardé en mi memoria hasta ese momento. Quizá haya sido solo una brisa sutil, pero sabía que ella me había dicho que corriera, que debía hacerlo.

De pronto el suelo se terminó y caí por una ladera no tan empinada. Rodé un poco hasta que el tronco de un árbol caído me detuvo y me escabullí hacia el otro lado, sintiendo unos leves cortes en las palmas de las manos por las astillas o los pequeños y afilados fragmentos de hielo.

Mi respiración agitada producía pequeñas bolas de niebla. A lo lejos se escuchaba la voz de aquel hombre, pero intentaba con todas mis fuerzas no ser descubierta. El sonido de una ramita romperse cerca de mí me sobresaltó y apreté con fuerza mi boca, para no gritar, mis ojos para no ver y mi peluche para sentirme segura.

Un gruñido se escuchó y abrí los ojos de golpe. Un lobo se encontraba frente a mí, mostrando los colmillos y los pelos de su espalda estaban completamente erizados. No me observaba a mí, veía algo más allá de la colina por la que había caído. ¿Cómo no podía verme si temblaba como la última hoja en invierno? Su gruñido fue bajando hasta que solo fue un ronroneo y se ocultó bajo el hueco de dos rocas que se detenían una de la otra.

Una diminuta bola de pelos salió rodando de ahí y otro lobo se acercó para comérselo. O eso creí al verlo tomar esa cosa tan pequeña entre los dientes y colocarlo de nuevo en su lugar. Miré mi peluche un momento para después mirar otra vez al animal y luego una vez más a mi peluche.

Mi lobito seguía ahí conmigo, pero el lobo que se encontraba en la entrada de la cueva era igualito al mío. No podía haberse convertido en uno real si mi juguete seguía entre mis manos.

Entonces me acerqué para poder tocarlos y saber si eran de verdad. Esta vez el viento no me dijo que me alejara y me acerqué lo suficiente para poder tocarlos, pero otro lobo me empujó y yo grité, sorprendida. Este comenzó a gruñir con fuerza y comencé a llorar, aterrada. El peluche lo había soltado sin haberme dado cuenta y, cuando intenté recuperarlo, mordió mi abrigo.

Un aullido se escuchó a lo lejos y todos comenzaron a seguirlo, aullando todos a la vez. Aproveché esa oportunidad para tomar el listón de mi lobito y me escabullí entre las ramas secas del árbol caído.

Mientras intentaba salir de la ladera, caí varias veces y por poco me como el musgo del suelo que se sentía amargo. Cuando al fin logré salir, corrí por los caminos que ya conocía hasta llegar a la casa.



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En el texto hay: lobos, naturaleza, noruega

Editado: 11.01.2022

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