Tenía que verlos otra vez.
No estaba segura de si eran reales o no. El señor Byström a veces me decía que hablaba con un amigo imaginario, pero dudaba mucho que hubiera visto el grillo con el que hablaba. Entonces no tenía la certeza de si los lobos que había visto habían sido reales o solo los imaginé.
Recorrí el mismo camino que había recorrido días antes, reconociendo cada árbol seco por el invierno, cada rama y cada montículo de tierra. A papá le sorprendía que recordara tanto las cosas, me gustaba observar, pero no solo eso, me gustaba sentir que formaba parte de todo eso.
Me detuve en el lugar donde mi bota se atascó y miré a todas partes, en busca de otra persona que pudiera estar ahí, observándome. Esta vez no había nadie y emprendí el camino hacia la cueva.
No creí que había corrido demasiado, pero ese trayecto se me hizo muy largo. Cuando llegué al borde de un claro, me di cuenta que ese no era el camino por el que había escapado. Quería emprender de regreso hacia la vereda que ya conocía, pero la curiosidad me ganó y quise conocer cómo era del otro lado del bosque que conocía.
Papá decía que nos encontrábamos muy cerca de la frontera con Noruega, pero no sabía dónde se encontraba la línea que nos separaba. Subí otro camino que sí se encontraba un poco inclinado y pude ver un mar infinito de tierra y árboles. Había subido más allá de los senderos de sky y podía ver casi todo el país de Suecia y Noruega.
Vi un lago un poco más lejos de donde me encontraba, pero tenía un poco de miedo perderme o caer y que papá o el señor Byström nunca pudieran encontrarme. Decidí volver por el mismo camino.
Después de varios minutos, regresé al lugar de mi bota atascada y retomé mi caminata hacia otro sentido, con la esperanza de encontrar la cueva.
Por mirar atenta cómo las hojas comenzaban a brotar en las ramas, estuve a punto de caer en el mismo lugar en el que había caído la semana anterior. Me abracé a un árbol para intentar equilibrarme y con emoción vi a la distancia la cueva. Intenté bajar, pero era más alto de lo que recordaba. Sabía que ya debía regresar, quizá había tardado más de lo que esperaba.
Entonces vi una versión de mi peluche subiendo por la colina, intentando alcanzarme. O eso quería creer. La tomé de una pata, chilló un poco, asustada tal vez, pero la abracé para consolarla. No sabía cómo podía saber si era niña o niño, pero yo quería que fuera niña para que fuera mi amiga.
La llevé a casa conmigo. Temblaba mucho entre mis brazos y creí que era por el frío, la metí dentro de mi abrigo y avancé con pequeños saltitos, esquivando las raíces. El viento de finales de mayo aún era fresco y entumecía mis mejillas regordetas que rodeaban mi sonrisa.
―Mira, papá ―exclamé, entrando a la casa; el olor de la comida recién hecha me envolvió y no pude evitar saborearlo.
―Tardaste mucho ―dijo con una pequeña sonrisa al mirarme mientras limpiaba la mesa ―. ¿Qué animalito necesitó de tu ayuda?
―Un lobo ―respondí con una sonrisa.