Papá casi cayó al suelo cuando vio al pequeño cachorro que se asomaba en mi abrigo. Profirió algunos lamentos antes de escabullirse de nuevo entre mi ropa. Tardó más en reprenderme que en ordenarme devolver al cachorro.
Me habló sobre alterar el ecosistema al intervenir en la vida de cualquier animal, sobre todo de los lobos, pues eran uno de los pilares principales de la vida salvaje. De todos modos no entendía muchas cosas de las que me estaba diciendo, pero de igual manera quería obedecerlo. Porque era mi padre y él sabía lo que era correcto para mí.
Era lo que siempre me decía mamá. Por eso, por más que quisiera contradecirlo, no podía contradecir a mamá; no quería decepcionarla. Y papá tampoco quería hacerlo. Por eso siempre me animaba en mis aventuras por el bosque, quería que fuera independiente, pero también quería que estuviera cerca de casa. Así que decidió acompañarme para no perderme o lastimarme.
―Marit, en una hora vamos a dejar al lobito de donde lo encontraste.
―Catrine.
― ¿Cómo? ―preguntó sorprendido.
―La llamé Catrine.
Él soltó una carcajada.
―No sabemos si es hembra, datter.
―Lo sé, pero quiero que sea una niña para que sea mi amiga.
―Eso no es así, Marit ―susurró en medio de un suspiro―. Bueno, pero no salgas, ¿de acuerdo? Espera a que yo llegue. No quiero que salgas tú sola esta vez.
―De acuerdo… ―murmuré, observando a la pequeña cachorra juguetear con la toalla de la cocina. Parecía que la quería despedazar, hasta que eso hizo después de que papá salió de la casa; el señor Byström lo buscaba.
―No, Catrine ―exclamé cuando tomó la pantufla de papá, pero no la soltó hasta que se la arranqué de la boca―. Oh, no, pappa, se va a enojar ―susurré asustada.
No había otra opción más que regresarla. A papá le asustaba que fuera al bosque, pero no sabía por qué. Siempre me dejaba ir sola, aunque a veces no sabía que me alejaba más de la línea imaginaria que él me pintaba. No entendía por qué ahora era diferente. Quizá en esa ocasión sí quería acompañarme, pero no era un buen momento, debía regresar a Catrine a su lugar.
Cuando la recogí no pensé que sería tan desastrosa, a los 9 años creía que un cachorro de lobo solo estaría sentado en su lugar, como mi peluche. Quizá no era tan tranquila, al menos no pensaba que era adrenalina pura con pelos.
Me arañó un poco cuando la tomé entre mis brazos. Su aroma ya no era la esencia del bosque, parecía solo ser un becerro empapado. Debí haberle consultado primero a papá si podía llevarla a casa y no haberlo hecho sin conocer la actitud real de estos animales.
Aunque desde que era casi un bebé mamá y yo siempre veíamos por horas los mismos programas de lobos hasta quedar dormidas una a un lado de la otra. En ese instante pensé que solo eran parte del programa, como actuando su papel y no que eran de carne y hueso como Catrine.
Era curiosa la forma de pensar de un niño, siempre aventuras y fantasía, desconociendo el verdadero peligro hasta que lo vivíamos.
En un segundo el cielo se oscureció más y unas enormes gotas frías comenzaron a caer. Un relámpago nos iluminó y el estruendo me hizo soltar a la cachorra. Mi gritó se ahogó con el trueno, al igual que el aullido de Catrine, quien se escabulló entre mis piernas.
La volví a sostener entre mis brazos y corrí hacia el camino que ya conocía hacia la cueva, pero esta se encontraba vacía. No había rastro de los lobos como si de pronto hubieran desaparecido.
―Oh, no.
Otro estruendo nos asustó y yo entré a la cueva para refugiarnos de la repentina tormenta.