A pesar de que el verano estaba por llegar, el viento aún era frío. Con la lluvia, la temperatura comenzó a descender rápido y pronto comencé a estremecerme por los escalofríos que recorrían mi espalda.
Catrine se escabulló detrás de mí para calentarme, mientras yo abrazaba mis piernas intentando detener las sacudidas que poco a poco se iban incrementando. Mis dientes también comenzaron a sonar, chocando entre sí, produciendo un sonido que hacía un extraño eco en la cueva; me recordó a los aullidos muy lejanos que escuchaba antes de que llegara marzo. Ya estaba tiritando y sabía que eso no era buena señal. Tenía mi ropa térmica, pero quizá no estaba funcionando por la lluvia.
Sollocé sin parar hasta que sentí unos brazos rodearme.
―Debiste haberle hecho caso a papá, Marit ―escuché la voz de mamá, sintiendo sus brazos frotar los míos para darme calor.
Era imposible.
― ¿Ma… má? ―intenté levantar la cabeza, pero la sentía tan pesada, que la dejé ahí, entre mis rodillas, pero disfrutando de la cercanía de mamá, del calor que me estaba dando.
―Shh, no gastes energía, aquí estoy para ti ―acarició mi cabello, intentando consolarme.
―Te extraño ―dije con voz rota.
―Lo sé, cielo, lo sé, pero no estás sola.
―Te… tengo a… papá, lo… lo sé.
―Y a ellos.
― ¿A quiénes? ―pregunté, alzando la cabeza para verla, pero no la vi.
Un gran lobo estaba en su lugar, recostado muy cerca de mí, lamiéndose las patas y otro más había ocupado el lugar de Catrine. En ese momento, no sabía si eso también estaba siendo parte de mi imaginación, lo único que quería saber era dónde estaba mi mamá.
Intenté levantarme, pero el lobo que estaba a mi izquierda gruñó, mostrándome los dientes. Retrocedí un poco, más por instinto que por temor genuino, pero al hacerlo aplasté una de las patas del lobo de mi espalda. Este solo se sobresaltó, pero no abrió los ojos.
Volví a abrazar mis piernas, sintiendo de repente mucho calor. No entendía por qué no me sentía asustada, al contrario, me sentía totalmente segura a un lado de ellos. Intenté observar el lobo que estaba a mi izquierda, aunque no podía enfocar bien. Sus colores grises y opacos no eran muy diferentes a los que veía con mamá en los programas. Estiré una mano para acariciar su cola, que movió de un lado a otro. Sus ojos se encontraron con los míos mientras poco a poco los míos se iban cerrando. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que salí de casa, pero mis ojos se habían comenzado a cerrar lentamente sin haberme dado cuenta hasta quedarme profundamente dormida.
Esperaba poder despertar y oler lo que estuviera preparando papá, casi saboreando el sabor en el vapor que saliera de la gryta.
Soñé con lobos, peluches y mamá, corriendo todos por el bosque, yo corría junto a ellos, sonriendo feliz al ser parte de esa manada y un lobo gris con una mancha negra en la coronilla, saltaba junto a mí.