Vida Salvaje - Canis Lupus

Pappa

Mamá siempre me había dicho que era especial, que era distinta a todos, pero yo detestaba ser diferente. Quería encajar y ser parte de un grupo, tener muchos amigos. El incidente de la oruga fue el inicio de una pesadilla que parecía no tener fin. Tardé muchos años en darme cuenta de lo que hablaba mamá al decirme que era diferente.

Yo veía más allá de un par de ojos (o de varios pares). Podía ver su esencia, casi como si fuera humano. Quizá no era la manera correcta de verlos, pero para mí cada uno de ellos tenía una gran importancia en la vida.

Podía ver en la mirada de Sonja cuando estaba agotada después de un largo paseo en los alrededores de la granja. También podía ver cuando los nuevos polluelos aún no confiaban en mí cuando les dejaba alimento o limpiaba sus nidos. La señora Charlotta siempre bromeaba con que para mí era más sencillo conectar con los animales que con las personas. Siempre me preguntaba por qué ellos no eran capaces de entenderlos.

Los grises ojos de la loba me observaron con timidez, olisqueando el viento. Gimoteó un poco y una burbuja salió de su cuerpo que explotó, mostrándonos una diminuta bola de pelos, como la que vi cuando encontré la cueva.

―Mira, papá ―exclamé con emoción.

―No te acerques, Marit ―me alertó al dar un paso en dirección al animal.

―Tal vez necesite ayuda ―contesté, mirándolo.

Se veía preocupado, sin quitar la vista de Catrine.

―Hay que ayudarla ―insistí.

―Las hembras suelen ser muy protectoras con sus cachorros, sötnos, no te acerques.

―Pero es ella.

―Marit, no.

―Es Catrine, pappa, ¿no lo ves? ―avancé un paso más, pero él me detuvo.

―Marit ―murmuró; ambos observamos a la loba y al fin pude ver el pelo erizado en su espalda.

Su lengua acarició sus bigotes y su cola se agitó un poco. sus orejas volvieron a alzarse, girando en todas direcciones que yo no podía percibir. 

―¿Catrine? ―susurré.

Gimoteó al escucharme, pero seguía alerta a lo que sea que estuviera escuchando.

―¿Qué escuchará? ―le pregunté en voz baja a papá.

―No lo sé ―me respondió del mismo modo―. Lo mejor sería irnos.

―Pero…

―Estará bien, volveremos.

Nos encontrábamos a unos cinco metros de ella y sus cachorros, pero de todos modos retrocedimos con lentitud. De pronto la loba se levantó y nos congelamos.

Sentí la mano de mi padre temblar sobre mi brazo que aún sostenía con fuerza, sin lastimarme. Yo me sentía un poco intimidada por su gran tamaño, pero estaba entusiasmada ante la idea de volver a sentir su pelaje bajo mi mano.

Con paso lento, pero firme, se fue acercando a mí. Podía sentir el leve jaloneo de la mano cuando su nariz tocó mi mano que no recordaba haber levantado. Olisqueó la palma y su lengua me saboreó, provocándome un cosquilleo.

―Marit ―escuché la suave, pero alarmada voz de mi padre.

―Ella sabe quién soy ―le aseguré sin dejar de ver sus ojos que estaban clavados en los míos.

No sabía qué tan grandes podían ser los lobos, pero casi podía estar segura de que ella no era tan grande como los que cuidaron de mí y me mantuvieron caliente en aquella tarde.

―Ella sabe quién soy ―repetí.

Y yo sabía quién era ella.

―Hay que volver, Marit, ahora.

―Estamos a salvo con ella ―insistí.

―Marit ―dijo con voz firme.

―Papá ―respondí.

Sus ojos, aunque preocupados, me observaron durante unos segundos antes de cerrar los ojos y suspirar. Soltó mi brazo un instante para luego tomar mi mano con suavidad.

―Los animales salvajes son impredecibles, datter, solo la vimos una vez cuando era cachorra y no la volvimos a ver hasta ahora.

―Lo sé, papá.

La loba regresó a su sitio justo cuando otra burbuja salió de su cuerpo. Me acerqué con cautela al igual que mi padre y nos acuclillamos no tan cerca de ella. Los cachorros no tardaron en encontrar su cuerpo para alimentarse.

Hubo uno que llamó mi atención. Era casi similar a la bola de pelos que vi rodar esa tarde que me perdí y los vi por primera vez. En realidad era similar a los colores y formas de sus manchas que Catrine tenía cuando la llevé a casa.

―Mira, papá ―exclamé, señalando al pequeño animal y este emitió un leve alarido que fue consolado por su madre.

Ambos observamos la interacción durante unos segundos antes de escucharlo decir:

―Podría llamarse Pappa ―susurró.

Me giré a verlo y lo vi con una sonrisa que le devolví sin dudar.

 



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En el texto hay: lobos, naturaleza, noruega

Editado: 11.01.2022

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