Hace millones y millones de años, la tierra estaba en pañales. Era solo una bola llena de gases tóxicos; ningún ser vivo podía sobrevivir en ese lugar. Pero Dios tenía un plan para este planeta por lo que decidió que la tierra debía ser reformada desde cero. Envió un meteorito que destruyo la tierra y la fundió de nuevo, un pequeño fragmento de la original fue utilizada para crear a la luna y cuando termino de arder, creó Dios las aguas del planeta del magma enfriado, lleno a los mares de seres vivos, posteriormente creó a las plantas para que puedan crear oxígeno y una atmósfera y se llenó el mundo de plantas de todo tipo, los seres que dominaban los mares pasaron a dominar la tierra y se transformaron en lo que llamamos dinosaurios. La creación de Dios estaba completa y les dió Dios la tierra a sus queridos ángeles para que sea suya y la cuidaran por la eternidad, novecientos ángeles fueron los creados por Dios, todos y cada uno de ellos con unas marcas en su cuerpo que simbolizaban su virtud.
Los años pasaron y los ángeles eran felices en este planeta prehistórico llena de seres salvajes y ambientes verdes y llenos de naturaleza, pero de entre todos los despreocupados ángeles había uno muy diferente al resto, este era Samael, el más querido por Dios y el que poseía una de las virtudes más importantes entre los ángeles, sentado en la playa olía la sal en los mares y sentía la arena entre sus dedos para finalmente recibir la visita de su hermano mayor, el arcángel Miguel, quien tenía la apariencia de un hombre en sus veinte y tantos años, con un cabello blanco como la nieve y sus ojos plateados como dicho mineral y complexión musculosa, al llegar le expresa una sonrisa carismática a su pequeño hermano.
—Has estado pensativo desde hace ocho rotaciones planetarias, hermano mío —dijo Miguel sentándose a su lado—, parece que estás viendo un muy hermoso paisaje.
—Tienes razón en eso Miguel —dijo Samael sin apartar la mirada del océano—, la tierra es muy bella..., nuestro padre me contó de un nuevo plan de creación que tenía en mente.
—¡Me parece muy bueno! ¿Qué será esta vez? —preguntó Miguel con felicidad.
—Vida inteligente —dijo Samael poniendo su mirada en el cielo azul—, quiere que sean ellos los que tengan la tierra y que nosotros los guiemos.
—¡Me parece una gran idea! —dijo Miguel aún feliz—, podremos tener nuevos amigos para jugar, la verdad, las bestias no son alguien con quien tener una conversación.
—¡Es una mala idea! —gritó Samael hundiendo los dedos de las manos en la arena—. Ellos no serán como nosotros y no cuidaran de la tierra, ellos la destruirán.
—Pero eso no lo sabes, Samael —dijo Miguel poniendo su mano en el hombro de su hermano—, nuestro padre es alguien sabio y siempre tiene un plan para todo, tú más que nadie debería saberlo, debemos darles una oportunidad a estos seres inteligentes, nuestro padre les dará la suficiente sabiduría para poder cuidar de este planeta así como nosotros lo hicimos.
—¡Nuestro padre no puede tener la razón en todo! —gritó Samael levantándose del piso con violencia—, ¿no deberíamos ser nosotros, sus hijos, los mejores para cuestionarlo? Algún día veras las cosas como yo lo veo, hermano.
Samael se retiró del lugar, Miguel en ese momento no le tomó mucha importancia a lo que decía su hermano, pero sentía un dolor en el pecho, como un prefacio que le decía que algo malo iba a pasar.
La noche y la oscuridad cubrió la mitad de la tierra ocupada por estos seres divinos; todos los ángeles estaban reunidos en el cielo, querían descansar después de varios días de juegos. De la nada, el cielo empieza a temblar, las rejas del paraíso se abren violentamente y de ellas aparece Samael, quien empezó a luchar con sus demás hermanos, nadie lograba entender el por qué de estas acciones. Su objetivo era llegar hasta el lugar en donde residía Dios, nadie era capaz de pararlo, su poder era inmenso comparado con los demás ángeles, solo unos pocos fueron capaces de detenerlo, sus hermanos mayores, los arcángeles, se enfrentaron en una terrible batalla. Samael fue derrotado y la luz de Dios vino ante él y sus demás hijos.
—Samael, ¿Por qué te revelas en contra de tus hermanos y de mí, tu padre? —interrogó Dios con tono de voz paternal pero a la vez con enojo—, dinos las razones de tu rebeldía.
—Tú quieres llenar el planeta de seres inteligentes, les quieres dar nuestro hogar a ellos —empezó a decir Samael alzando cada vez más la voz—. ¡Unos seres inferiores a nosotros no son dignos de poseer la tierra!
—¡Hermano, por favor, retráctate de todo! —exclamó Miguel entre la multitud de ángeles—. Sé que quieres cuidar de la tierra, pero estos métodos de nada servirán.
—¡Todos ustedes lo verán de la misma manera! ¡Seres inferiores deberían servirnos a nosotros! —decía Samael descargando un gran odio dentro de el—. ¡¿Qué les hace creer que nuestro padre tendrá razón en todo?! Al yo hago algo para proteger el hogar que nos fue dado de las mugrientas manos de seres inferiores, YO fuí tu elegido para ser el portador de tu luz, YO soy más que digno de cuestionarte, Padre.
—Escuche lo suficiente —dijo Dios interrumpiendo a su hijo—. Samael del cambio, serás condenado a estar encerrado por todo la eternidad y al mismo tiempo perderás tu virtud.
—No hay montaña enorme, desierto ardiente, océano profundo o volcán rugiente que pueda encerrarme. En la tierra no existe lugar para contenerme —anunció Samael con soberbia.
—Entonces crearé un nuevo mundo, uno en el que los pecadores jamás puedan salir por los siglos de los siglos. Ese lugar se llamara infierno y tú, Samael estarás allí encerrado por toda la eternidad; ya no mereces ser llamado ángel, ahora tu nombre será caído. Tu apariencia se deformará porque en el infierno solo habitarán las bestias.
Mediante ese veredicto, Dios empezó a crear el infierno, lo dividió en varias partes, y la más profunda la llamo Cocito, un lago de hielo gigante donde estaría Samael. La noche se convirtió en día y finalmente el infierno estaba listo. Samael fue lanzado del cielo y fue cayendo por la tierra mientras se oía la voz de Dios.