Vidas Paranormales.

Capítulo 22-Soy un Vengador

En una zona pobre de Alexandría, Lousiana; se encontraba un extraño ser, cubría su cuerpo con ropajes viejos, se ocultaba en un edificio abandonado. Las paredes estaban rotas, hacía frió por la noche y la única compañía que tenía era un grupo de vagabundos que vivían allí; uno de estos, un anciano de mediana edad, como de unos sesenta años, con una larga barba blanca y una cicatriz en su ojo derecho, se acercó, dándole un tazón de sopa.

—Deberías comer amigo, comida como esta no se ve todos los días por aquí —dijo sentándose a su lado.

—Yo no necesito comer —dijo con una gruesa voz.

—Todos necesitamos comer, vamos come —siguió insistiendo el hombre.

Aquel ser que se hacía pasar por humano tomó de mala gana el tazón y se lo tomo de un solo trago.

—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó el ente.

—No tiene sentido ser grosero contigo —dijo despreocupadamente—. Todos estamos en la misma situación, prefiero pasar mis últimos días siendo bueno con el prójimo, quizás así me gane una entrada al cielo.

El ente empezó a gruñir con ira, escuchar esa última palabra no le hizo gracia.

—¿Crees que puede ser amable...? ¡¿Con esto?! —gritó quitándose los ropajes que le cubrían la cara, mostrando su verdadera forma.

Su piel era totalmente roja, sus ojos eran de un color carmesí, tenía unos cuernos cortados en su frente, el mismo se los había cortado, sus dientes eran afilados como cuchillas y en su torso, se leía la palabra "ira" varias veces, en distintos idiomas y esta encorvado. Aquel anciano se le veía sorprendido, pero no asustado, como si hubiera cosas peores.

—Hijo, yo estuve en la guerra, no soy fácil de asustar —dijo manteniendo la calma—. Además, si existe un Dios, creo que también debe existir un diablo... ¿cómo te llamas?

—Me llamo Satán de la Ira, soy el tercer príncipe del infierno y el pecado capital de la ira, ¿de verdad no me tienes miedo?

—No, si quisieras matarme, ya lo hubieras hecho —respondió ladeando la cabeza con indiferencia—. si eres un demonio ¿qué es lo que haces en la tierra?

—Una brecha se abrió en el infierno y aparecí en la tierra. Aunque este aquí, jamás podré volver al cielo, debido a mi pecado.

—La ira ¿no? ¿A quién mataste? —preguntó para sorpresa de Satán.

—¡¿Cómo sabes lo que hice?! ¿Eres una especie de brujo? —preguntó exaltado.

El anciano solo se hecho a reír después de esa pregunta tan divertida.

—Yo se lo que es la ira, muchacho. Cuando anduve en Vietnam, estaba a cargo de un equipo de veinte hombres valientes, al cabo de seis meses, solo quedaron cinco personas, incluyéndome. Sentía una ira intensa por no poder salvarlos, por no poder hacer nada para detener aquella guerra sin sentido... ¡hubiera deseado que toda esa jungla ardiera, junto al maldito gobierno que nos llevó allí!..., pero, al final, esa ira no me llevó a ningún lado; no solo perdí a mis camaradas, mi esposa me dejó y tengo a un nieto al que no he visto.

—Lo lamento —dijo Satán con compasión.

—Aún no me dijiste que fue lo que hiciste.

—Había una ciudad llamada Pompeya, aquella ciudad, estaba plagada del mal, disfrazado de una ciudad de bellas artes, lo que le hacían a sus esclavos, era inhumano, le pedí a mi Padre que hiciera algo para poder hacer justicia. El solamente me dijo: "todo acto de justicia llegará a su tiempo, querido hijo". Quise creerle, hasta que la gota derramó el vaso y vi como mataron a un pobre niño esclavo; cegado por mi ira, hice que el volcán los matara a todos. Así fue como me convertí en el pecado capital de la ira.

—Parece ser que tú y yo no somos tan diferentes como pensaba —dijo el anciano yéndose a dormir—. Descansa Satán.

—Aún no me has dicho tu nombre —señaló Satán, con una ligera sonrisa.

—Capitán Arthur Charles Kennedy, capitán del onceavo escuadrón de reconocimiento de la marina estadounidense y actualmente, un don nadie en el olvido —respondió haciendo un saludo militar.

Un demonio había hecho un amigo, alguien que podía entenderlo, que sentía su dolor. Aquel héroe olvidado se había hecho amigo de un príncipe del infierno. Satán se quedó despierto toda la noche, veía como caía la lluvia por toda la ciudad, pensó que la gente que vivía en aquel se congelarían vivos por lo que decidió hacerles un pequeño favor.

Cuando finalmente amaneció, Arthur se dirigió hacía donde se sentaba Satán para darle una taza de café.

—Buenos días Satán ¿quieres un poco de café? —preguntó extendiendo su brazo para darle la taza.

—Ya te he dicho que yo no necesito comer ni dormir —respondió con un gruñido molesto.

—¡Oh, por favor! Larry trajo este rico café del albergue, no podemos desperdiciarlo —siguió insistiendo.

—¡Está bien! Muchas gracias —tomó la taza de mala gana y le dio un pequeño sorbo—. Es... delicioso, dijiste que se llama café ¿verdad? Es lo mejor que he probado en milenios.

—Sabía que te gustaría, tengo un buen instinto para leer a las personas —comentó sentándose a su lado—. Anoche creí que más de uno moriría de frío por la lluvia, pero curiosamente el lugar se calentó de la nada ¿tuviste algo que ver en eso?

—En mi espalda hay unos agujeros de los cuales puedo expulsar vapor ardiente —respondió mostrando un poco de su encorvada espalda.

—¡Eso es increíble! ¿Puedes hacer eso siempre cuando quieras? —preguntó por curiosidad.

—En realidad no, si lo hago mucho tengo que reponerme tomando agua. Puede que sea un demonio, pero al igual que los humanos, tenemos limitaciones.

—¿También sangras? —preguntó Arthur.

—Sí, es difícil, pero puedo sangrar y morir, aunque no se que habrá del otro lado para mi si muero, tal vez otro infierno aún peor.

—¿Sabes Satán? Me gustaba mucho leer en mi tiempo libre, me gustaba en específico Mark Twain —comentó dándole algunas palmadas en el hombro—. Se me quedó una cita suya en la cabeza: "pero, ¿Quién reza por Satanás? ¿Quién, en dieciocho siglos, ha tenido la humanidad como para rezar por el pecador que más lo necesitaba?". Rezaré por tí, Satán, para que encuentres la redención y para que encuentres un mejor camino, lejos toda esa ira y oscuridad que inunda tu corazón. Lo haré porque yo alguna vez estuve en tu lugar y te diré que el rencor no te llevará a ningún lado, es como si bebieras veneno esperando que alguien más muera —guardó silencio un rato, acariciando su barba para luego seguir con su discurso—. Considérame tu nuevo amigo, te estaré cuidando las espaldas.




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