El aire de la biblioteca cambió. Seungmin y Cami sintieron un vértigo repentino, como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies. Las páginas del libro brillaban con una luz dorada, expandiéndose como si fueran puertas a otro mundo. Antes de que pudieran reaccionar, fueron absorbidos por la energía y la oscuridad los envolvió.
Cuando Cami abrió los ojos, el aroma del incienso y el sonido lejano de un piano flotaban en el aire. Ya no estaba en la biblioteca. Se encontraba en una habitación amplia con techos altos y candelabros resplandecientes. El suelo estaba cubierto por una alfombra de terciopelo rojo, y los ventanales dejaban entrar la luz pálida de la luna. Frente a un espejo adornado en oro, una mujer la observaba con ojos asombrados. Pero cuando Cami miró su reflejo, su corazón dio un vuelco.
Llevaba puesto un vestido de gala de la época victoriana, azul profundo con encajes delicados y corsé ajustado. Su cabello estaba recogido en un elaborado peinado, decorado con pequeñas perlas. Lucía como una princesa… pero no solo eso. En lo más profundo de su ser, sintió que este cuerpo, esta vida, le pertenecía. No solo era un sueño. Era ella.
Antes de que pudiera procesarlo, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
"Su Alteza, ¿se encuentra bien?"
La voz era grave, firme, pero llena de preocupación. Cami giró rápidamente y sintió un nudo en la garganta al ver a la figura en la entrada. Era Seungmin, pero no como lo conocía en la biblioteca. Ahora vestía una impecable armadura oscura con detalles dorados, un abrigo largo cayendo sobre sus hombros y una espada colgando de su cinturón. Su expresión estaba marcada por la lealtad inquebrantable de un caballero.
"Seungmin..." murmuró, aún confundida.
Él frunció el ceño y se acercó con cautela. "¿Me ha llamado por mi nombre, Su Alteza?" preguntó en voz baja. Había algo en su tono, como si estuviera sorprendido. Como si la princesa Cami de este mundo jamás hubiera osado hablarle con tanta familiaridad.
Cami parpadeó, sintiendo el peso de esta nueva identidad. En este tiempo, Seungmin era su guardián personal, su caballero más leal. Y aunque la razón aún le resultaba confusa, sabía algo con certeza: no era la primera vez que sus almas se encontraban en otra vida.
"¿Dónde estoy exactamente…?" preguntó con cautela.
Seungmin la miró con preocupación, pero respondió con respeto. "En el Palacio de Lioren, Su Alteza. Hoy es la gran recepción en su honor. Como su guardián, estoy aquí para escoltarla al baile."
Cami tragó saliva. Un baile. Un palacio. Una vida que recordaba y al mismo tiempo no conocía
Pero entonces, algo le quedó claro: esta vez, el destino les había dado otra oportunidad.
Y no estaba dispuesta a dejar que terminara como la última.
Cami sintió su corazón latir con fuerza. El peso de la corona sobre su cabeza, el roce del terciopelo del vestido contra su piel, la mirada expectante de Seungmin… Todo parecía demasiado real.
Pero no era un sueño.
Seungmin se mantenía firme ante ella, su postura perfecta, su expresión seria y disciplinada. Sin embargo, algo en sus ojos oscuros delataba una chispa de confusión, como si él también sintiera que algo no encajaba del todo.
Cami respiró hondo y apartó la vista del caballero. Si realmente era una princesa en este tiempo, debía actuar como tal.
—Muy bien —dijo, tratando de sonar segura—. Llévame al baile.
Seungmin inclinó la cabeza con respeto, pero su mirada no se apartó de la de ella.
—Como desee, Su Alteza.
Le ofreció su brazo, y Cami, con cierta duda, lo tomó. Apenas sintió su contacto, una sensación extraña la recorrió, como si un eco de otra vida estuviera despertando en su interior. El roce de su piel contra la armadura le recordó algo lejano, una memoria enterrada en el tiempo. Una promesa hecha bajo la luna.
Pero no tuvo tiempo de pensar en ello.
Los pasillos del palacio eran majestuosos, iluminados por candelabros dorados que lanzaban destellos sobre las alfombras bordadas. Sirvientes inclinaban la cabeza al verla pasar, pero Cami no reconocía a ninguno. La sensación de desorientación era abrumadora.
Seungmin, en cambio, caminaba con la seguridad de un caballero que conocía bien su deber. Pero ella no pudo evitar notar cómo de vez en cuando giraba levemente la cabeza para observarla, como si intentara descifrar el enigma que ella representaba.
—Dime, Seungmin… —Cami pronunció su nombre con naturalidad, sin pensar.
Él se detuvo de inmediato.
—Su Alteza… —respondió, su voz baja y cautelosa—. No suele llamarme por mi nombre.
Ella parpadeó. ¿La princesa de este mundo nunca lo hacía?
—¿Cómo suelo dirigirme a ti, entonces?
Seungmin la miró con una mezcla de sorpresa y precaución.
—"Sir Kim", "mi leal caballero"… O simplemente no me llama en absoluto.
Cami sintió un escalofrío. En esta vida, Seungmin no era su igual. Era su protector, su sombra. Pero algo en su interior le decía que no siempre había sido así.
Seungmin pareció percibir su incomodidad, porque rápidamente añadió:
—Pero si mi nombre en sus labios le resulta cómodo, Su Alteza… puede llamarme como desee.
Cami sintió el peso de su mirada, profunda y sincera. Por un instante, el mundo pareció detenerse.
Pero antes de que pudiera decir algo, las grandes puertas del salón de baile se abrieron con un estruendo.
La música llenó el aire. Cientos de rostros se giraron hacia ella. Nobles ataviados con trajes lujosos, damas con abanicos elegantes, murmullos y sonrisas educadas.
La princesa había llegado.
Seungmin la soltó con delicadeza y dio un paso atrás, como dictaba el protocolo. Ya no era su escolta personal. Ahora, era solo un caballero más entre la multitud.
Cami sintió el peso del momento, pero algo dentro de ella le decía que este baile, esta noche… era más que solo un evento real.
¿Podrían vivir su preciado romance que nunca les permitió el destino?