FLORES QUE VUELVEN A NACER.
El viejo cerezo seguía en pie.
Había resistido tormentas, veranos inclementes, y cientos de inviernos. Y, sin embargo, sus flores siempre volvían. Como si el tiempo no pasara realmente para él. Como si cada pétalo fuera un recuerdo vivo de todo lo que había presenciado.
Ahora, sus ramas se mecían suavemente bajo la brisa primaveral, cubriendo de sombra el jardín de la antigua escuela. Todo parecía más pequeño ahora. Más silencioso. Pero no menos mágico.
—Mami, ¿ese es el árbol donde se dieron su primer beso? —preguntó una voz dulce y curiosa.
Cami sonrió, sin despegar la vista del cerezo. Tenía a su hija sentada sobre una manta, con una flor rosada entre los dedos. A su lado, su hijo pequeño dormía profundamente, con un gorrito azul cubriéndole parte del rostro.
—Sí —respondió ella—. Justo ahí.
—¿Y papá también estaba nervioso?
—Muchísimo —respondió Seungmin, apareciendo con una canasta de picnic y una sonrisa que aún hacía latir el corazón de Cami como la primera vez.
Seungmin se sentó junto a ella y la abrazó por la cintura. Cami apoyó su cabeza en su hombro, tal como hacía cuando eran adolescentes. Nada de eso había cambiado. Solo que ahora había más historia, más vidas tejidas entre ellos.
Se habían graduado de secundaria tomados de la mano, desafiando rumores, heridas y recuerdos. Luego vino la universidad. Él estudió música y producción. Ella, literatura y psicología. Se acompañaron en cada paso, celebraron cada logro, lloraron en cada caída.
Después, vino el trabajo. La vida adulta. El cansancio, las noches largas, las decisiones difíciles. Pero también los desayunos a media luz, las risas en la cocina, las cartas escondidas entre libros.
Y luego, el día en que él le propuso matrimonio. Bajo el mismo cerezo.
Y ella dijo que sí sin pensarlo dos veces.
—Tus ojos me han seguido por siglos —le había dicho Seungmin aquel día—. En esta vida, por fin no quiero soltarte.
Se casaron en un jardín lleno de cerezos en flor. Todos los amigos que habían sobrevivido al caos del pasado estaban allí. Incluso la directora del colegio lloró cuando los vio juntos.
Ahora, con sus hijos correteando entre los pétalos, el ciclo parecía completo.
—¿Tú crees que antes de nacer ya se habían amado? —preguntó su hija, girando hacia ellos.
Cami y Seungmin se miraron. Se sonrieron.
—No lo creo —dijo Seungmin—. Estoy seguro.
La niña se levantó y corrió hacia el árbol, con los brazos abiertos como alas. Las flores cayeron a su alrededor como lluvia de memorias. Y cuando su hermano despertó... aún algo mareado por el sueño la siguió.
Cami sintió un pequeño escalofrío recorrerle la espalda.
Por un segundo, juraría haber visto una versión más joven de ella misma, corriendo entre los pétalos. Y junto a ella, un Seungmin de mirada tímida y sonrisa suave.
Pero no, ya no eran solo un recuerdo. Eran el presente. Eran lo que quedó después de sobrevivir a todo.
—¿Crees que nuestras almas vuelvan a encontrarse en otra vida? —susurró Cami.
—Tal vez —respondió él—. Pero ojalá no lo necesiten. Porque en esta… ya se encontraron por fin.
Y mientras el sol caía detrás del cerezo, las flores volvían a nacer.
“Porque algunos amores no empiezan… simplemente se recuerdan.”