—Pudiste tener todo hermana, pudiste ser la Reina de este lugar, pero tú y tus estúpidos escrúpulos iban a acabar con nuestra familia y cientos de años de historia, el clan Rinaldi es una estirpe de años, de un legado, de dominio sobre otros e iba a desaparecer contigo y eso nunca lo iba a permitir, así te vuelvas comida de los perros, es una lástima, pero que se hace la familia es primero, pero la familia Rinaldi, la que respeta las reglas que yo digo y ordeno— Mientras se fumaba un puro y evocando una sonrisa que te llegaba a helar la sangre de solo mirarla, nadie podía contra él, nadie se atrevía a contradecirlo, su fama de demonio era conocido por quien supiera su nombre, porque su naturaleza despiadada había traspasado fronteras.
MINUTOS DESPUÉS
—Ten cuenta que estoy arriesgando mi vida y la de mi familia por ti, nunca más regreses ¿Me oíste? Nunca, si lo haces mi familia y yo, seremos asesinados en el acto, tengo sobrinos pequeños y unos por nacer y a él no le importará y los degollaría el mismo, en este lugar nadie se niega a lo que tu hermano diga.
—Algún día regresaré y acabaré con él, te lo juro, no soy una santa, pero tampoco una diabla, pero me niego a vivir como él quiere. Gracias Carlo, desde el fondo de mi corazón gracias—Le dio un último abrazo con las lágrimas inundado su rostro, se había negado a llorar delante de aquel demonio que decía ser su hermano, no le quería dar ese gusto, pero con su salvador, quien le había regresado prácticamente la vida, con quien había compartido años de juegos juntos, años de amistad que los unía, por lo menos de su parte, ya que desconocía aquel amor que el guarda en su corazón hacia ella, aquel que lo había orillado a romper todas las reglas y exponer su pellejo solo porque la mujer que amaba siguiera con vida así sea lejos de su lado, el amor puro es así, desinteresado y es capaz de todo así o sea correspondido.
—Toma esta maleta y este pasaporte y no mires atrás y ya vete a partir de ahora déjate de ser Rosalina Rinaldi Campusano ahora eres Mary Carson Oneto, una maestra de jardín de niños, esto es todo lo que necesitas para volver a empezar, te quiero Rosalina— Dándole un último abrazo, sintiendo que su alma al igual que su corazón se iban con ella.
—Adiós amigo. — Luego de despedirse Carlo, este lanzo tres balazos al aire viendo como tu mejor amiga, la mujer que amaba se iba y esperaba que para siempre, aunque eso le destrozara el corazón.
EN ALGUNA PARTE DE NEW YORK
—Vamos, señor, es hora. — Trataba de levantarlo el mayordomo de la familia, quien tenía años a su lado.
—¡No puedo, entiendan, no puedo decirle Adiós ¡Nadie entiende una mierda como me siento! Como esto arde en mi pecho — Cuando oyó su negativa, aunque después de todo era comprensible, una señora vestida de negro incluía un pequeño sombrero de alta costura con un tul delante y guantes del mismo color se acercó a él, de manera maternal.
—Vamos Maxi, tú puedes, ¡Por Dios levántate y arréglate que hoy entierras su cuerpo, pero no su recuerdo, estoy segura de que algún día harás pagar a los Rinaldi, por la muerte de mi hija, de mi hermosa Azul! — Eso lo hizo entrar en razón o por lo menos lo suficiente para poder ponerse en pie para así poder enterrar su cuerpo, no era un hombre de odios o rencor, él era un hombre diferente en ese mundo de oscuros poderes, pero el hecho de que tarde o temprano ese clan pague por arrebatarle al amor de su vida, a la única mujer que le hizo creer que había cosas en la vida que valían la pena, necesitaba acabar con ellos, que sientan su dolor, que sientan lo que es que te arranquen el corazón tal cual él lo sentía.
—Eso no lo dude Doña Elena, el maldito apellido Rinaldi, desaparecerá de esta tierra más temprano que tarde, y con gusto aplastaré el cuello de ese bastardo con mis propias manos hasta oír sus huesos, retorcerse y ver como la luz de sus ojos se apaga por completo hasta mandarlo al infierno donde pertenece—Dicen que el odio y el rencor puede ser tan fuerte que te haga levantarte de la peor de las desgracias.
—Así se habla hijo, nadie debe quedar de pie, luego de cometer tal atrocidad con la de Maximiliano Del Monte, la familia se respeta y eso lo aprenderán con sangre, nunca lo olvides ningún Rinaldi en pie. —Esas palabras, ese veneno en cada una de ellas, eran poderoso, era un aliciente, mientras la mujer que Maximiliano amaba era enterrada hasta el cielo estaba triste, la lluvía se confundía con sus lágrimas, un hombre como él, estaba finalmente llorando, sin importar lo que los demás piensen, porque para él también estaban enterrando su corazón.