Vidas Secretas

PARTE CUATRO

 

NEW YORK

 

—¡Vamos cariño, vamos tú puedes! — Sosteniendo su mano para darle la fuerza, sin importar que sentía casi sus huesos haciéndose polvo.

 

—Siento que me estoy partiendo en dos, ¡Dios mío, nunca más tendré hijos, lo juro! — Mientras su frente y todo su cuerpo está invadido por el sudor y el dolor que significaba traer vida a este mundo hasta que por más inverosímil que parezca se oyó y resonó en toda la habitación el sonido más hermoso para esos primerizos y orgullosos padres.

 

—Bienvenido al mundo Maximiliano Del Monte Castillo— Mientras el médico lo terminaba de limpiar para luego ponerlo en sus brazos haciendo que el feliz padre sintiera que la vida le sonreía y lo llenaba de la mejor bendición con su pequeño hijo de ojos oscuros y piel tan blanca como la nieve, aunque lo esperaba nunca creyó que un cuerpecito tan pequeño pudiera hacer que su cuerpo y su corazón fuera invadido por tantas emociones, era su hijo, su primer hijo, el niño que por mucho tiempo había deseado.

 

—Es el niño más bello de este mundo, se parece tanto a ti, mi esposa amada, mi amor es nuestro hijo, nuestro bambino. — Dejándolo sobre el pecho de su esposa, Azul, una mujer de veintiocho años, a quien había conocido una tarde en una de las tantas reuniones a las que su padre la obligaba a ir ya años atrás.

 

—¡Dios es hermoso! ¿A que no es hermoso doctor? — Si dejar de llorar por la emoción de tener a su hijo entre sus brazos, sin dejar de besar su frente con tanto amor y anhelo de verlo crecer hasta convertirse en un hombre hecho y derecho, quería verlo crecer hasta que su sonrisa jamás se borrará de su mente

 

UNAS SEMANAS DESPUÉS

 

—Es el niño mejor portado que he visto en mi vida — Mientras lo arrullaba para que durmiera, sus ojos se inundaban de una emoción, no podía dejar de admirarlo y olerlo, su aroma era tan adictivo.

 

—Es un niño de mamá, eso es, si tú no estás cerca se la pasa llorando hasta que tu olor lo calma y no me mires, de esa forma, si gustas ve y pregúntale a tu madre que lo vino a ver ayer, Doña Elena, trajo un camisón tuyo y dejo de llorar en el acto. — Mientras se inclinaba quedando en cuclillas y dándole un beso a su hijo y otro en los labios a su esposa.

 

—Él adora a su madre, es solo eso y lamento mucho dejarte solo cariño, mamá tratara de no volver a hacerlo— Sonriendo como boba, no había nada en este mundo que amara más que tener a su hijo entre tus brazos y sentirlo tan suyo.

 

—Dámelo cariño para recostarlo, ya se quedó dormido — Sosteniendo con toda la delicadeza que podía    hacerlo, como si un jarrón de la dinastía Ming se tratara y recostándolo sobre su cuna.

 

—¿Te has arrepentido alguna vez de casarte conmigo? — Haciendo que Maximiliano Del Monte, un italiano de nacimiento siendo más específicos un siciliano de treinta y ocho años, metro setenta y ocho centímetros de altura, musculatura definida, piel bronceada porque adora la playa especialmente las del mar caribe, cabello oscuro siempre peinado para un lado nunca desprolijo, algo que era admirado por centenares de mujeres que darían lo que sea por pasar un par de horas en su cama, algo que era perfectamente sabido por su esposa, pero a lo que no le temía porque sabía la adoración que este sentía por ella.

 

—Ni un Segundo me arrepiento de haberte robado en esa iglesia y no detenerme hasta las vegas y casarnos en la capilla de Elvis Presley — Tomándola de la cintura y atrayéndola hasta su cuerpo, haciendo que sus corazones sonaran a un mismo ritmo, haciendo que sus rostros estén tan cerca, sin dejar de soltarla de la cintura, tomo un mechón de cabello, dejándolo detrás de su oreja derecha.

 

«Eres la mujer de mis sueños, eres el amor de mi vida, el solo pensarte me hace dar cuenta que soy el hombre más afortunado de este mundo en tenerte, eres perfecta   y tenemos una familia maravillosa, sin ti y Maxi no tendría rumbo, me hundiría en la oscuridad.  Y en este momento le voy a demostrar a mi esposa cuanto la adoro — Cargándola haciendo que esta ría por la sorpresa, pero gustosa de darse cuenta lo que provocaba en su esposo, lo amaba tanto y adoraba hacerlo feliz.

 

«Voy a besar cada centímetro de tu piel, te voy a venerar como a una diosa, porque eso eres para mí una diosa hecha mujer, no habrá espacio en tu cuerpo que mis labios no prueben—Esa mirada lasciva que le daba, esa sonrisa de lado hacía que todo en ella temblará, esa manera de verla hacía que el fuego empezará desde lo más íntimo de su cuerpo.

 

—Amor — Logro pronunciar casi como un susurro.

 

—Eres realmente Hermosa y me siento un hombre tan afortunado de haber Ganado tu amor —Besando su cuello acariciando su cuerpo, cada vez que la tenía delante de él tan vulnerable tan receptiva a sus caricias, lo volvía loco, la manera en que gemidos uniendo sus cuerpos, él sabía qué hacer para llevarla al cielo de ida y vuelta y para él con eso bastaba, era suya, su amada esposa, la que está sucumbiendo a sus caricias, a sus besos, cada centímetro de ella le pertenecía, no le importaba el pasado porque hoy era su presente, no importo cuando difícil fue llegar a un momento así, lo paciente que tuvo que ser con ella, pero su amor la curo o eso quería creer.




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