Vidas Secretas

PARTE NUEVE

 

CASI TRES AÑOS DESPUÉS

 

—No deberían tratar así a esa señorita que no es su mamá, es la tía y está luchando por quedarse con la tutela de esos dos angelitos, vergüenza deberías darle porque la única que pude decirle algo soy yo, que soy la maestra ustedes primero pasan por mí antes de comentar ese tipo de cosas y no pueden ni quejarse porque recuerden que también soy dueña del colegio, además de ser maestra.

 

Habían pasado dos años desde que ella salió huyendo de aquel horrible lugar. Dos años en que al principio estuvo a la deriva sin rumbo con mil cosas en la cabeza que no la dejaron en paz, su salida fue por barco, donde tuvo varios para analizar que hacer, cuando llego luego de casi una semana a New York fue directo a buscar a su nana, mientras se arreglaba el cabello que era tapado por gorra de béisbol que traía puesta agradecía haber memorizado la dirección

 

—Disculpe, estoy buscando a la familia Ramírez — Mientras observaba   la entrada del edificio y hablaba con el encargado de la entrada, un hombre mayor con unos grandes anteojos, que limpiaba el gran ventanal de la entrada.

 

—Se refiero   a los Ramírez del 33 B, ellos no vienen hace varios días y no sé cuándo regresarán, creo que se fueron a California, al parecer la señora dueña del departamento sufrió un accidente    y quedo muy mal, por eso su hija, su nieto mayor y la más pequeña se marcharon para allá, ¿Es usted algún familiar? ¿Quiere que les deje un recado por si llaman?

 

Ella no podía creerlo, su corazón se estaba rompiendo, podía ser posible que   su hermano tenga que ver en eso, su nana tenía que estar bien, para ella era su segunda madre y no podía volver a perder a una.

 

—Señorita, ¿Se siente bien? Se ve pálida — Como decirle que con sus palabras la estaba matando, su vida era esa mujer de casi setenta años con el cabello lleno de canas y la nariz pequeña aquella nariz que tantas veces había juntado con la suya desde que era una niña, esas manos que tantas veces la habían ayudado a levantarse cuando pensó que no pedía más, esos brazos que la habían consolado el día que perdió a sus padres y esa voz que la alentaba a seguir, no concebía su vida si ella, aun con los ojos a punto de llenarse de lágrimas agradecía la preocupación del hombre y se alejó de ahí fue a una cabina de internet pública y averiguo sobre el accidente al parecer habían chocado el taxi donde ella venía que termino dando varias vueltas de campana cayendo a un lado del puente de Brooklyn, pero fue rescatado al poco tiempo por una embarcación que pasaba por ahí, los pasajeros el chofer y su nana, el chofer un hombre de cincuenta años había perecido y su nana había caído en coma, pero antes de eso tuvieron que utilizar RPC con ella, ya que la habían perdido unos segundos, todo eso junto causa en ella una rabia sin precedentes, hizo puño en su mano y dio un golpe sobre la débil mesa que se sacudió asustando a tos los presentes, pido disculpas y se reiteró de lugar.



—¿Por qué empeñarte en dañar hasta el último momento a la única persona que estuvo conmigo cuando pensé que no me quedaba nada? ¿Por qué a mi nana? No sabes cuánto odio tengo en mi corazón por ti hermano, no puedo dejar que sigas haciendo más daño, no me podré acercar a mi nana, pero siempre estaré pendiente hasta el día que despierte y espero que ese día tú hayas desaparecido de nuestras vidas, a cuantas más personas habrás lastimado por el afán de hacerte notar como el todopoderoso.



ACTUALIDAD



—Miss Maxi olvido su libro de animales — Se acercó a ella Gabriela, una linda y tierna niña de cuatro años con dos moños en la cabeza y vestida con su mandil de jardín, uno de cuadros rojos y blancos con un pequeño gafete que la identificaba con su sobre nombre, se limpió la cara a que por su larga cabellera y el cerquillo que salía de esta era imposible ver algo.



—Gracias Gaby, yo se lo llevo hoy a su casa, ya que se queda de camino a la mía. — Mientras acariciaba el cabello de la pequeña bolita de ternura y le mostraba esa sonrisa, aquella sonrisa que hacían que cualquiera que la conociera cayera derretida ante su encanto, no era solo su hermosa figura que disimulaba con esas poleras anchas o ese mandil como maestra de un jardín de infantes, era algo más su aura, era su esencia que contagiaba de algarabía cuando la tenían cerca, no había nadie que la conociera que no hablara maravillas de ella y quien no lo hiciera era solo envidia por todas aquellas sensaciones de paz que irradiaba.



—Vamos Mary a almorzar, mi madre quiere que pruebas su nueva receta — Le hablo Paulina, una de las maestras de los niños más pequeños, aquellos que eran cuidados por la guardería mientras las madres trabajaban.



—No creo Paulina, voy a casa a dar de comer a mi gato que olvide hacerlo en la mañana y de pasada voy a la casa del pequeño Del Monte a dejarlo un libro que olvido — Mientras guardaba los materiales de la escuela y el libro, aquel nombre estaba en letras grandes sobre el libro que reclamaba a su dueño.



—No sé qué fascinación tiene ese niño contigo si al principio era el que más dolores de cabeza daba tú y tu santa paciencia hicieron milagros con él.




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