—Solo por ti cerré el lugar — Mientras se paseaba por “EL PURGATORIO” El lugar neutral, aquel lugar con dos pisos, una de ellas, zona vip, aquellas donde solo los verdaderos jefes de jefes podían sentarse ¿Con guardias de seguridad no? Era la ley cero ataques, cero riñas, cero guerras entre ambos, si las paredes de ese lugar hablaran contarían más secretos que la biblia misma.
—Rocky lo de siempre — Mientras se sentaba en la sala vip, aquellas con tubo de bailes en medio una amplia y circular mesa que fácilmente podría caber diez personas, mientras una de mujeres que se paseaban por el lugar vestidas con diminutas faldas que no cubrían ni la mitad de sus caderas, con pequeñas camisetas sin mangas y con cuatro botones del medio menos, un pequeño corbatín de moño negro, unas muñequeras blancas con un botón negro al lado.
«»Quiero a tres de tus chicas que me bailen, la diez, ocho y seis — Podría parecer extraño, pero ese selecto grupo tenían un catálogo de mujeres, cada mesa tenía la tecnología más moderna, presionabas un botón y podías ver fotografía por fotografía, de cada una de las mujeres del menú, unas que practicaban diferentes bailes para encandilar y entretener a los hombres del lugar.
—Señor, tiene muy buen gusto, el inconveniente es que al número ocho, no ha podido llegar, ella tuvo un — El hombre temblaba en que maldita hora ella no había venido, la rabia de Maximiliano era impredecible, no sabía cómo podría reaccionar ahora.
—¡Despídela! — Mientras se bebía el costoso vino de un sorbo, él lo que quería era distraer la mente, sacar de sus pensamientos esa pecaminosa imagen, quería dejar de pensar en ese cuerpo que lo había encandilado y qué su altanería lo hacía volar a escenarios que él no quería o no se atrevía.
—Señor, pero de verdad ella tuvo un — No pudo seguir hablando porque el vaso que Maximiliano tenía en su mano, se estrelló contra la mesa, no soportaba que lo interrumpieran, no soportaba la ineptitud, su noche iba de mal en peor, si seguía así, alguien terminaría pagando los platos rotos.
—¡Soy el maldito dueño de este lugar, mi palabra es ley ¿Entiendes?, y si yo decido que la despidas o la mandes al fondo del Central Park lo haces porque soy tu maldito jefe, ¿Captas por fin o quieres probar la temperatura del lago? Tú me dices y un chasquido de mis dedos te mando derechito a ver si puedes nadar bajo cero — Se escucharon risas y no de burla por lo que Maximiliano acababa de hablar sino por el temblor en el cuerpo de Rocky y como su rostro palideció en el instante, la sola idea lo hacía temblar hasta casi hacerse en los pantalones.
«Ahora deja de temblar como gallina y exijo en cinco minutos a cada una de las mujeres en fila y dispuestas, adviérteles que no quiero un, no dé ninguna de ellas, están aquí para complacer lo que a mí me venga en gana, uno les da la mano y se van hasta el codo, creían que como no venía tiempo, podrían hacer lo que les venga en gana, sarta de insectos, sabes que mejor llévalas al cuarto de los espejos.
Rocky no dijo nada más, mientras una de las muchachas le daba un puro y lo encendía por él, hasta ella temblaba, pero trataba de mostrar una sonrisa, no quería que su cabeza también terminara rodando.
Unos minutos después, una fila de nueve mujeres, como en fila india, vestidas con trajes que no dejaban nada a la imaginación, tan pequeños como un sombrero, eran trajes de lentejuelas, junto con pelucas de colores realmente llamativos, la boca pintadas de colores florecientes, hacían que a la luz incandescente de un color haciendo que el lugar se encendiera como llama,
Maximiliano estaba gustoso, de saber que sus órdenes por fin se cumplían, tomo el micrófono siendo un espectador bajo las sombras.
«Ahora quiero que jueguen entre ustedes, quiero entretenerme un rato.»
Mientras las veía jugar una con otra, trataba de entretenerse en cada sensual movimiento, pero su mente regresaba una y otra vez a esa escena, el agua cayendo sobre su cuerpo, esa piel expuesta. Ese rostro de superioridad cuando le hablaba de esa manera, como podía tener delante de él a las mujeres más hermosas con las que cualquier hombre podría soñar y desear; sin embargo, su mente jugaba hacia un solo destino, ESA MUJER, No podía seguir ahí por as tiempo, era como si el aire le faltase, se bebió un trago y se marchó seguido por Edward que lo esperaba a pie de la escalera, entraron al auto y empezó a renegar con el mismo.
«¡¿Qué mierda me pasa? Soy un imbécil Maximiliano, no seas estúpido, quítate a esa mujer de la cabeza.
Estaba metido en sus pensamientos cuando Edward lo interrumpió.
—Señor, ¿Puedo preguntarle algo? — Con el temor, pero no podía quitarse eso de la cabeza desde que lo oyó de su propia boca.
—Con tal que no sea alguna estupidez — Tocándose la cien por el inminente dolor de cabeza que empezaba a crecer en él.