Vidas Secretas

PARTE DIECIOCHO

 

—¡Soy un maldito afortunado! Con esto lo pongo contras las cuerdas, esto no es nada Ángelo, esto es una pequeña probadita de como poco a poco irá cayendo tu reino Rinaldi, maldito apellido. —Mientras se tomaba un vaso de escocés y le pedió a Edward brindar con él.

 

—Perder esos millones le va a afectar bastante — Y se bebía el vaso de escocés que Maximiliano le había servido.

 

—¿Millones? Edward son demasiados millones para él, que día a día se está hundiendo, ¿Averiguaste o supiste algo de la hermana? Encontrar a esa mocosa sería lo ideal — Se recostaba sobre su sofá de cuero con bordes de madera y tachuelas alrededor.

 

EN OTRO LADO DE LA CIUDAD

 

—¿De dónde la sacaste? Necesito que me cuentes, es tan exquisita — Mientras que Queen, se deslizaba por el escenario cuál profesional, dominaba el arte del pole dance como ninguna otra, su sensualidad combinadas su destreza era admirada por varios hombres que se habían concentrado delante del escenario con trago y puro en mano, ella no miraba a ninguno miraba a todos hasta que pudo observar a alguien a lo lejos que casi hizo que pierda la concentración en sus movimientos termino su baile se bajó del escenario secándose el sudor mientras que varios hombres acercaban tarjetas hacia ella, hablando o balbuceando cosas a las que ella no les prestaba atención su mirada estaba concentrada en un hombre Laurino Picolina, claro que lo recordaba muy bien.

 

—Vamos Ángelo, sabes perfectamente que te puedo ayudar a entrar a los Estados Unidos, no tienes mis contactos y me necesitas — Mientras jugaban un juego de póker con sus custodios resguardando sus espaldas en el salón de descanso de la mansión Rinaldi y la menor de las Rinaldi espiaba por un traga luz.

 

—Solo con una condición — Mientras mostraba el par de ases que lo daban como ganador.

 

—Lo que tú quieras, tus deseos son órdenes hombre — Mientras le pedía a la diler una bella morena con un vestido plateado muy pegado al cuerpo con esa seña era una orden para que reparta las cartas.

 

—Necesito que me averigües el paradero de una mujer, sin cuestionamientos, sin palabra alguna lo harás si quieres realmente que seamos socios en ese negocio. — Mientras aspiraba el humo de su puro traído especialmente desde Cuba

 

—Tranquilo, sé dé quién hablas, pero no diré nada, por qué sé que mi pellejo estaría en riesgo, lo haré, será difícil, pero lo haré.

 

—Buenas noches, algún caballero que pueda invitarme un trago para esta dama — Mientras uno de los asistentes tras bastidores le traía un abrigo de piel sintética, claro.

 

Enseguida alguien dejo una copa de burbujeante bebida delante de ella, provocando en ella una sonrisa de lado, porque los hombres eran tan fáciles de interpretar.

 

—Permítame poder invitarle todas las copas que usted desee hasta más, mi nombre es Laurino Picolina a sus pies — Mientras depositaba un ligero beso en el dorso de la mano derecha de la hermosa mujer que lo tenía como embrujado.

 

—Qué galante caballero, claro que acepto su invitación — Mientras el hombre de metro setenta, cuerpo bien tonificado ajustado a su traje negro acompañado de una camiseta de ese mismo color y un par de gemelos en las margas del traje, sus bigotes le daba un aspecto aún mayor de lo que era acompañado de la cicatriz similar a una oz que tenía a un lado entre la mejilla y la oreja derecha, él no podía dejar de observar las kilométricas piernas que se podían ver al igual que la parte central de su ropa interior, el abrigo de piel solo cubría una parte más el resto quedaba expuesto, piernas busto, y ese cuello que Laurino no dejaba de observar, cada línea como ella pasaba la champaña con su delicada garganta.

 

Queen estaba que temblaba por dentro luego de casi un año bailando, por fin una de esas oportunidades que siempre había querido apareció delante de ella, Laurino Picolina, un viejo socio de su hermano. Siempre estaba preparada para que un día como hoy llegue y por fin la oportunidad toco su puerta.

 

Varias horas han pasado y entre baile y baile al que aquel desagradable hombre, no dejaba de observar siguiendo cada pliegue del cuerpo de tan hermosa mujer, le atraía todo de ella, desde sus hermosas piernas, ese cuerpo perfecto y esos ojos ¡Dios que ojos! Se repetía una y otra vez, cuando ya la noche había avanzado y al bajar del escenario él la esperó tomando su mano y hablándole al oído con una mirada como de un lobo a punto de comerse a su presa.

 

—Vamos a otro lugar lejos de todos estos curiosos — Y la tomaba de la cintura y la pegaba contra su cuerpo haciéndosele agua la boca, creyendo que se comería esta noche tan apetecible manjar.

 

—Claro que, si vamos, si no he dejado de pensar en el estar a solas lo más pronto posible, pero quisiera una botella de la champaña más cara del lugar — Riendo y acariciando su rostro haciendo que su mejilla sea tocada por ese extraño anillo que ella siempre traía mientras él ordenaba que le alcanzaran

 

Mientras pedía un Dom Pérignon Rosé, por David Lynch de doce mil dólares.

 

—Si quieres pasar las mejores horas de tu vida, más vale que no juegues conmigo. — Algo que fue entendido en el acto, por lo que él tuvo que acomodar el cuello de su camiseta, pero ver su hermoso cuerpo cubierto solo por ese diminuto traje de lencería de dos piezas color blanco junto con esas medias con ligeros lo volvían loco.

 

—Dom Pérignon Rose Gold. Mathusalem, por favor a pedido de esta hermosa mujer — cuando entraron a uno de los apartados privados del salón, él simplemente la pegó contra pared y empezó a besar su cuello, aunque tenía que soportar su asquerosa lengua sobre su piel, aunque las arcadas no tardarían en aparecer, se tuvo que aguantar, pero puso sobre sus manos sobre su pecho hasta llevarlo a uno de los sofás de la habitación que era como un pequeño estudio con un gran sofá, provocando en él una sonrisa de sorpresa por su tan brusca accionar.




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