Vidas Secretas

PARTE VEINTICUATRO

 

—Papito, papito regresaste



Unos días después de su viaje relámpago, donde tenía que resolver un problema en sus propias manos, tuvo que viajar hasta Grecia, donde fue citado por parte de un viejo conocido.



—No puedes negarte Maximiliano, familia es familia



La rabia lo estaba carcomiendo, pocas cosas lo sacaban de sus cabales y esta era una de ellas.



—No estoy interesado en tu propuesta, te lo dije una y otra vez, tuviste que recurrir a viejos trucos para hacer que venga hasta aquí, tío Demetrius lo que me pides es imposible.



—Es mi nieta, mi única familia de sangre, nadie mejor que tú para que la cuides como ella necesita ser cuidada y que mejor que un matrimonio al estilo la vieja escuela — Mientras el hombre que pasaba de los setenta años, no dejaba de toser producto del esfuerzo que hacía al hablar.



—Te debo mucho, te debo el haberme recogido en una calle de Italia y traerme a Atenas por unos años, pero eso no significa que quieras que haga algo como eso. — Dando vueltas en la habitación sin importar que estaba frente a quien dirigía bajo las sombras a toda Grecia y eso incluía a sus autoridades, era el hombre al mando sin tener que haber sido elegido y lucir una banda presidencial.

 


—Eínai i agapiméni mou engoní (Es mi nieta adorada)



—Sabes que odio el griego, pero eso no importa ahora solo te digo que llegado el momento la voy a proteger como a familia, pero casarme no. — Le apunto con el dedo, no iba a permitir que dirigieran su vida como alguna vez alguien quiso hacerlo con la que fue el amor de su vida, su adorada Azul.



—Dime la verdad Maximiliano, es porque la sientes como familia o hay alguien que te está interesando y no me quieres decir o admitir en voz alta.



Ese golpe no se lo esperaba, ¿Interesarse en alguien más que fuera Azul? Ese fue el momento que alguien vino a su mente una castaña de grandes anteojos y sonrisa perfecta, una castaña de cuerpo de reloj de arena que parecía sacada de alguna película romántica, esas que no veía hace muchos años.



—Estás hablando tonterías, viejo senil — Dicen que la mejor arma es el ataque.



—Viejo, pero no tonto, te conozco hace veinticinco años Maximiliano, yo te crie, pero está bien, ese es el único motivo por el cual dejaré pasar por alto que no quieres cumplir la última voluntad de este viejo desahuciado, pero quisiera conocerla antes de partir de este mundo.



—Que no hay — Pero fue callado por Demetrius.



—Shhh, retírate que estoy cansado, anda y revisa los negocios, por favor y enséñale algo al imbécil de Xavier. Luego hablamos.



—Papito, te extrañé mucho, me llevas a la escuela hoy, anda si no seas malo, sí — Como negarle algo a la razón de su vida.



—Bueno hijo, como tú digas, trae tu maleta que ya es tarde — Aunque tenía el cuerpo tenso y cansado por el viaje y aunque hacerlo en primera clase no era sacrificio, estaba el hecho que el no dejar de pensar en cierta castaña de anteojos oscuros no lo había dejado en paz desde la conversación quien en papeles era su padre adoptivo y quien le había enseñado lo que era vivir en este mundo donde no se estaba seguro en ningún lugar.



Media hora después, el pequeño, con toda la emoción que invadía su corazón, veía por la ventanilla del auto esperando encontrarse a la para él iba a ser su nueva mamá, pero al no verla en la entrada con su típica sonrisa de bienvenida y con los brazos abiertos lo entristeció mucho.


—¿Qué pasa campeón? — Viendo el pequeño puchero y los brazos cruzados de su hijo.


—Vamos a casa, me duele la barriga — LE pareció muy extraño, ya que su hijo era un niño muy sano, no por algo iba todos los meses a chequeos médicos, pero cuando Edward abrió la puerta del auto y por un instante su corazón se aceleró pensando que la iba a ver, parecía un maldito mocoso a punto de dar examen de trigonometría avanzada.



Sus nervios se esfumaron cuando vio que no estaba, le pareció algo nada común, porque según le había dicho su hijo, su maestra nunca faltaba, por eso adoraba ir a la escuela, recién ahí pudo entender el repentino dolor de barriga de su hijo y aunque él también hubiera querido darse la vuelta, se supone que era el adulto en todo esto.



—Vamos campeón, tenemos que saber qué paso, por qué no vino hoy a clases. — Bajo del auto se dio la vuelta y ayudo a su hijo a bajar, en automático empezó a robar suspiros y haber murmullos a su alrededor, él nunca venía a dejar a su hijo o por lo menos nunca bajada del auto, las mujeres lo admiraban embobadas siempre con ese porte tan elegante, pero esta vez no traía corbata y tenía el cuello de la camisa un poco abierta haciendo que muchas se hicieran ideas nada aptas para menores sobre que podría haber dejado de esta.




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