Vidas Secretas

PARTE TREINTA Y UNO

—¿Cómo es eso posible Maximiliano? — No podía creer sus planes se estaban viniendo abajo, su visión de un futuro siendo la eterna suegra de Maximiliano Del Monte se estaba esfumando, no podía permitir algo como eso, su vida llena de lujos y comodidades no se podía ir, bastante había hecho para que así fuera hasta ese momento entre ellos soportar a ese niño al cual no le unía nada más que la sangre, porque un sentimiento genuino de abuela distaba mucho de sentir por el inocente.

 

—Sé muy bien que eso es una sorpresa para usted, pero es algo que lo he meditado mucho, sé lo que todo eso significa, pero —Alguna vez prometió nunca más casarse, pero eso era para el hombre que estaba lleno de furia y rabia combinada con el dolor de perderla.

 

—¡No puedes hacerlo! Mi hija se estaría revolcando en su tumba, si tú te vuelves a casar, mi hija te adoraba y tú a ella ¿Cómo es posible que te hayas olvidado de la madre de tu hijo?   Y así decías que era el amor de tu vida, qué decepción contigo— Sabía que en el fondo Maximiliano era un hombre sensible bajo es fachada de rudeza y falta de empatía.

 

—Mi querida Azul quería que yo fuera feliz, me lo dijo. Ella quería que yo fuera feliz. — Para terminar su trago, aún tenía sus dudas y la actitud de su querida ex suegra no ayudaba a calmarlas al contario las aumentaba.

 

—Nunca me dejes amore

 

—Solo la muerte me alejaría de ti y si eso sucedería, quiero que seas feliz y siempre le diga a nuestro pequeño que su madre lo ama con todo su corazón.

 

—¿Cómo puedes decir que te quieres casar y aún decirle, Mi Azul? Estás confundido, Maximiliano. Además Tú no estuviste con mi adorada hija en sus últimos días. Ella no quería que le dieras una madrastra a su hijo, ella no quería que borraras su recuerdo, ella quería que le guardaras luto para siempre.

 

Golpeando con sus manos el escritorio de roble, era la primera vez que se enfrentaba a Maximiliano, pero era eso o dejar su buena vida a un lado y eso jamás. No por algo había sacrificado hasta su propia sangre.

 

—Eso no es cierto ella me lo dijo unas noches antes de morir que quería que, aunque ella no estuviera yo fuera feliz, lo que usted dice no puede ser verdad — Cayendo de bruces sobre el sillón de cuero negro de su despacho, se empezó a tocar la cabeza, tratando de analizar si había alguna posibilidad de que algo así pudiera ser cierto, su hermosa Azul no era egoísta y ella quería que el fuera feliz aunque por fuera parecía un gigante de acero, por dentro era un hombre sencillo y vulnerable cuando se trataba de la vida que tuvo a lado de la madre de su hijo.

 

—¿Quieres pruebas? Muy bien, pruebas tendrás, pero que en tu consciencia que, si no cumples su voluntad, ella quería que respetaras su memoria para siempre y que ninguna advenediza supliera su lugar.

 

Tomo su bolso y se dio la vuelta, tenía que hacer algo para evitar que Maximiliano se atreviera a quitarle esos privilegios que tanto amaba, y ya tenía una idea de quién podría ayudarla, no se iba a quedar de brazos cruzados mientras otra disfrutaba de lo que le pertenecía a su hija y por lógica a ella.

 

Maximiliano se quedó en su mundo encerrado en sí mismo, no salió de su despacho en varias horas, se dedicó a olvidar su posible culpa en alcohol, en su mente no cabía la posibilidad que no lo haya querido ver feliz, ella era un alma pura, que solo veía lo bueno en las personas y quería lo mejor para sus personas favoritas como siempre le decía a él y su pequeño.

 

DOS DÍAS DESPUÉS

 

—Maximiliano hijo — Mientras le daba un beso en cada mejilla.

 

—Doña Elena, buenas tardes. Tomé asiento y ordeno la cena para usted también. Maxito se durmió temprano.

 

—Qué pena que nunca encuentro a mi nieto para hablar con él, pero ya bueno habrá tiempo luego, un día de estos deberías dejar que me lo lleve un fin de semana de paseo.

 

—Lo voy a pensar. — Mientras le servían una copa de vino.

 

—Te veo desmejorado, como algo pálido, tienes que alimentarte. Hijo, vine a algo muy importante, tal vez debí dártelo antes, pero para ser sincera pensé que no llegaría ese momento y que siempre respetarías la memoria de mi hija, no por algo estás buscando destruir a los Rinaldi. — El escuchar ese apellido hacía que la sangre le hirviera y hasta hizo que doblara los cubiertos de plata que tenía en sus manos, mientras que su querida ex suegra sacaba un sobre de su bolso de aspecto como si fuera un viejo sobre.

 

» Esto te pertenece, hijo, y perdóname por no dártelo antes. Será mejor que te deje a solas, ya otro día cenaremos juntos en familia.

 

Cuando tomo el sobre en sus manos en la parte posterior de este decía Maximiliano la letra podía reconocer, la letra era de la mujer que alguna vez considero su amada, su corazón dio un vuelco, no podía ser verdad, se sentía incrédulo y temeroso, un hombre de su fama y antecedentes estaba temblando por una hoja de papel.




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