Vidas Secretas

PARTE TREINTA Y CUATRO

 

Y aún la amo, palabras que no salieron de su mente el resto de la tarde, los niños almorzaron, jugaron se divirtieron, aunque estaba ahí con ella sonriendo, acompañándolos, hasta de enfermera, cuando Maxito tropezó y cayó de bruces al suelo, ella fue más rápida que Maximiliano lo alzo en sus brazos a lo que el niño dejo de llorar casi de inmediato, algo que impacto a Maximiliano, pues es lo que mismo que hacía su difunta esposa cuando su hijo lloraba el solo tomarlo en sus brazos era suficiente para que se calme, y verlo ahí en una escena muy similar hizo que su confundido corazón se confundiera aún más, ella sería lo que él necesita hermosa, amable, dulce y cuando la besa siente que está en las nubes tocando el cielo, pero también está lo otro su hijo la adora y gracias a ella dejó de tener pesadillas por las noches, algo que había sucedido desde que había muerto su mamá, el ingresar a una escuela pública como esa fue lo que le aconsejo el psicólogo, que su pequeño heredero, necesitaba era interactuar con otros niños en un ambiente cómodo sin presiones de ningún tipo.

 

La mayoría de escuelas de su zona eran casi como inmensas cárceles con muros sin vida sin colores, con uniformes que los hacía parecer una academia militar, lleno de actividades de todo tipo, una presión que aún no quería para su hijo, por eso siempre se había negado y molestado mucho cuando DOÑA Elena, deslizaba la posibilidad de llevarlo a un internado el pensar alejar a su hijo tan pequeño era para él una abominación, él sabía lo que era crecer solo e infeliz, y por más que su mundo alrededor gritaba que lo criara con mano dura, como se cría aún hijo de la mafia, él no podía porque en sus planes no era ser un mafioso por toda su vida, por lo tanto, no tenía que enseñarle a Maxito , lo que muchos podían llamar manejar el legado y seguir la tradición aunque no estaba en sus genes era una tradición al fin al cabo él sería todo su vida un Del Monte aunque por sus venas no corriera esa sangre.

 

 —Voy a buscar a los niños para irnos, ya está oscureciendo. — Mientras guardaba algunas cosas que había traído sin poder mirarlo, en toda la tarde había evitado su mirada, lo que más que se podía no quería recordar el. Y AÚN LA AMO, él lo sabía, sabía que su actitud había cambiado desde que se lo dijo. ACABO DE ECHAR TIERRA LA OPORTUNIDAD, dolía y mucho, no quería reconocer que esa mujer en cuestión de semanas se había metido en su sistema de tal manera que lo hacía querer dar un grito. Por la frustración, debido a todo lo sucedido.

 

—¿Por qué los está cuidando? —La pregunta la tomó por sorpresa y trató de ser lo más sincera posible, tratando de enfocar su mirada en cualquier cosa que esté detrás de él.

 

—Porque sé lo que es estar sola y sin ayuda, sé lo que es que las personas que deberían cuidarte y apoyarte al final te claven un puñal en la espalda y te traten peor que a un animal del bosque. —No pensó que llegaría a ser tan sincera y exponer parte de su realidad, pero tal vez necesitaba hablar con alguien de eso.

 

Maximiliano se dio cuenta de que decirlo, la afecto, se iba a acercar, era un impulso, ese instinto protector hacia la mujer que se estaba adueñando de su corazón sin previo aviso, y sin ella proponérselo, lo vio avanzar a paso lento, pero no quería caer, no quería ser débil y no se lo ocurrió otra cosa que no sea huir, se excusó yendo a ver al trío de angelitos que estaban en la estancia de al lado viendo una película y comiendo pizza.

 


Cuando abrió la puerta, los tres se había quedado dormidos mientras los créditos de la película pasaban a través de la pantalla gigante, ese lugar parecía casi un cine que hasta butacas especiales tenía, cuando cerró la puerta mientras pensaba que hacer, cuando se giró sintió unos brazos rodearla, apoyaban una mano sobre su espalda alta y para así pegarla a su cuerpo, ella sabía que era él, había aprendido a detectar su aroma, ese perfume que la tranquilizaba y la desestabilizaba a la vez.

 

—Por favor no huyas de mí, yo también tengo miedo — Fue lo que pudo susurrarle al oído de manera que solo ella podría entender, ella no pudo negarse a su abrazo, a su protección, por mucho tiempo se había negado a mostrarse débil ante alguien, quería destruir a su hermano lo quería hacer con todas sus fuerzas, pero también quería ser protegida y querida por alguien, sentía que entre sus brazos todos sus miedos iban a volar, él tenía miedo al igual que ella, por tal vez y solo tal vez podía dejarse querer por alguien.

 

Las lágrimas la invadieron, las lágrimas que había reprimido la sobrepasaron, se sentía débil y lo odiaba, odiaba admitir que ella también tenía todo el derecho de mostrarse no tan fuerte, él al sentir sus lágrimas inundara su camiseta blanca solo la cargo en sus brazos como si fuera una princesa de un cuento de hadas y la llevo hasta su habitación y la recostó sobre la cama de manera delicada como si se tratara de una bella y delicada flor única e irremplazable, aquella que nacen cada cien años, la pego a su cuerpo, él aún tenía su camiseta blanca y pantalón negro, ella aún traía puesto su vestido, tal vez debía cambiarse de ropa, pero era como romper el momento, como romper la magia, necesitaba protegerla, necesitaba asegurarse que corrieran más lágrimas de su hermoso rostro, de un momento a otro, sintió la respiración de Mary pesada, se había quedado dormida, él solo sonrió aspirando el aroma de su cabello, era como olor naturaleza, un olor que ya tenía grabado en lo más profundo de su memoria y su corazón, no había marcha atrás la amaba aún a pesar del pasado que lo perseguía como sombra.




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