Empezaba a sentir una paz en su alma, saberla cerca de él, lo transportaba a un lugar que le provocaba tranquilidad, la consciencia traicionera aquella que te dice lo que no quieres escuchar o te niegas a entender, si esa vocecita que a veces te hace creer haber caído en la locura.
—Eres malo Maximiliano, muy malo, me olvidaste ¿Por qué? — Mientras corría tras la imagen de Azul, en campo abierto, donde solo se veía el cielo claro, que de pronto se volvió gris con lluvia y trueno, empapándolo en el acto al igual que la imagen de su difunta esposa, quien con el cabello sobre su rostro le dijo a Maximiliano.
» Eres malo, muy malo, me traicionaste, me traicionaste y así decías que me amabas, ¿Por qué estás con ella?
Maximiliano quería gritar, decirle que no era cierto, pero su voz no salía, se tocaba la garganta tratando que de ahí salieron su voz, pero era imposible, no podía, empezó a llorar, a caer de rodillas sobre la grama, quería gritar Azul mi amor, pero no pudo y la imagen de ella se desvaneció,
Maximiliano despertó de golpe, asustado y empapado en sudor, sus ojos ardían, de verdad había estado llorando, vio la imagen de Mary a su lado y el cuerpo le tembló, sentía que se le erizaba y quemaba la piel al mismo tiempo, no podía tenía miedo se alejó de ahí cerrando despacio la puerta tras él para no despertarla.
—Esto es más fuerte que yo, no puedo hacerle esto a mi esposa, la madre de mi hijo, la mujer que amo, ella no se lo merece, ella me lo pido en su carta. —Paso por la puerta donde se encontraba el cine en casa que tenían y recordó que los niños se habían quedado dormidos y uno a uno fue llevándolos a la cama de Maxito, que era lo suficientemente grande como para ese par de pillos, que sin ellos proponérselo habían logrado que Mary se quedara esa noche a dormir haciendo que tanto el corazón como el cerebro de Maximiliano se confundieran más, por un lado, todo lo que Mary podía provocar con una sonrisa, con un gesto y sobre todo con sus labios sobre los de él y luego estaba el recuerdo, esas palabras donde le pedía que no amara a otra, que él siempre la amara ella, ¿Cómo podía lidiar con eso? Se sentía un traidor con su difunta esposa, sentía que estaba mancillando su memoria, le debía lealtad, respeto y lo que Mary había traído a su vida, significaba faltar a su palabra, a su juramento de amor eterno.
Cuando Mary despertó los rayos del sol entraban por la ventana, no terminaba de abrir los ojos cuando se dio cuenta donde estaba, era una habitación oscura, una cama tamaña King sise, había un gran televisor, pantalla gigante al frente y a los lados había dos puertas. Y a los lados de la cama había otros dos más, además de un gran sofá de cuero negro, podía decirse que el cuarto era bastante grande, no podía sorprenderse porque había vivido casi toda su vida en un lugar como este hasta podía decir mirando a su alrededor que las puertas delante de ella, una era del baño principal baño secundario y detrás de ella ambas puertas eran closets, no se sorprendió tampoco que la habitación tenga vista hacia al jardín y un balcón incluido, solo suspiro algo como eso le traía demasiados recuerdos.
—Miss linda, miss linda — Entraron los tres niños de golpe saltando sobre la cama, como si esta fuera saltarina como el de los parques de niños.
—Pequeños angelitos con sus gritos me han terminado de despertar, ¿ya desayunaron? Aunque creo es que es muy temprano —Mientras abría una de las puertas para poder lavarse la cara.
—Mi papi está durmiendo ¿Podemos despertarlo? — El hombre que le robaba los suspiros y alteraba su sistema aún dormía como un verdadero ángel y se le ocurría una idea para una pequeña travesura no era de ese tipo de personas, pero siempre había tiempo para hacer alguna inmadurez tengas la edad que tengas.
Maximiliano no había podido dormir bien y cuando recién había pegado un ojo, su incipiente paz fue interrumpida por unos fuertes ruidos, al abrir los ojos eran los tres chiquillos más escandalosos que había visto en su vida con platillos de metal como si fuera una marcha de un maldito desfile de cuatro de julio.
—¡Papi, papi a levantarse! Papi a levantarse
—¡Papá de Max, despierte, despierte! — Gritaban los mellizos, mientras que Mary solo reía por la pequeña travesura, cuando su voz la congelo.
—¡Sé que eso es obra tuya! Y no se va a quedar ahí, salga y no seas cobarde — Levanto la voz, es que la risa de Mary era difícil de dejar pasar por alto, está muy molesto para el su sueño era sagrado, pero cuando ella entró a la habitación con el rostro inclinado y las manos entrelazadas, le pareció tan tierna parecía una niña recién regañada, y de pronto como relámpago pensó en que una pequeña niña con sus ojos y su sonrisa se vería encantadora, con su cabello castaño oscuro, pero que con los rayos del sol se aclaraba.
—¡Estás demente Maximiliano, ¿Qué te pasa?! Como se me ocurre, siquiera imaginar algo como eso, lo que yo debo hacer es alejarme de esa mujer lo más que pueda, debo reaccionar de una vez. — Pensaba una y otra vez.