Vidas Secretas

PARTE TREINTA Y SIETE

 

Es difícil ver a una mujer hermosa ante sus ojos y no hacer nada al respecto, como ver lo encantador de la naturaleza humana, pasearse en bikini como si fuera una playa, verla jugar con la pelota haciendo que su busto rebote en cámara lenta, lo estaba torturando y él lo sabía, pero ese es un juego que puede jugar dos.

 

Cuando Mary estaba cerca a la piscina jugando con la pequeña Camil, Maximiliano de pronto se quitó la camiseta y salto al agua haciendo que esta cayera sobre el cuerpo de la mujer que lo traía loco.

 

—Es un — No pudo seguir hablando, porque al girar su rostro está ahí, con el torso al descubierto, con las gotas resbalando sobre sus músculos, esos que adornaban sus brazos, y se transportaban a su abdomen, que más parecía una tabla para lavar ropa, tuvo que pasar saliva por la garganta, es que él era todo el paquete, guapo, fuerte y ridículamente caliente, ¿Cómo luchar con lo que tu cuerpo te pide a gritos? Y eso es devorar cada parte de cuerpo hasta sentir que estás saciada.

 

—¡Papi, yo también quiero lanzarme, no es justo! — Haciendo un tierno puchero.

 

—Vamos campeón, salta que yo te sostengo, confía en mí

 

Confianza, una palabra tan fácil de decir y tan difícil de lograr, Mary solo había confiado en su vida en sus padres y luego en su nana Tita, su nana Tita hacía mucho que no iba a visitarla, pero siempre estaba pendiente de ella, hacía poco le habían dicho que empezaba a reaccionar a ciertos estímulos, la familia no sabía, pero todos los meses le llegaba un cheque al hospital para los gastos médicos, Mary no podía hacer más por más que quisiera, nunca sabia donde habría gente de su hermano merodeando y más si su nana sobrevivió a ese ataque, añoraba un día poder volver a sentir sus abrazos y que la regañe por comer mucho chocolate.

 

Si no fuera por Camil y Henry que le lanzaron la pelota, hubiera seguido sumida en sus pensamientos, las sonrisas de los pequeños eran quien la regresaba a la realidad, una realidad con sonrisas y muchos mimos al ver al pequeño Maximiano con una sonrisa aún más enorme, cuando su padre lo levantaba en el aire como a una pluma y simulaba que era un avión submarino.

 

—¡Miren, miren, soy un avión submarino yupiiiiiiiiii! — Ella lo admiraba, a pesar de no tener a su madre, el pequeño era feliz y eso es era gracias al amor de su padre, cuando hubiera dado porque los suyos siguieran con vida.

 

—Señor papá de Max, ¿Podemos entrar también mi hermana y yo? — Un tímido Henry trato de hablar, porque es que el tamaño de Maximiliano era de temer y mucho más para un niño pequeño como él.

 

—Claro que sí, pero como son dos tienen que traer unos salvavidas y entrar con su maestra, aunque no sé si ella quiere. — Las súplicas no se hicieron esperar, los ojitos brillos llenos de esperanza están por donde viera, así que como dicen por clamor popular no tuvo otra opción

 

Jugaron, rieron, Maximiliano sentía una alegría en su pecho por un día dejo de ser ese hombre temido por muchos, ese hombre que con u voz de mando podía hacer que muchos temblaran al oírlo, su presencia imponía respeto y miedo, su palabra para muchos era ley, pero hoy experimento un sentimiento de paz y felicidad algo que realmente nunca había sentido porque ni cuando su hijo nació no dejo de temer por él y lo que le reparaba en el futuro que les esperaba, hoy en este momento y lugar era el hombre que quiso ser y Mary era culpable en parte por traer esa alegría a su vida, ella lo había orillado a ser mejor padre, a ser alguien que siempre quiso ser aunque nadie lo supiera.

 

Edward los veía a lo lejos, se alegraba verlo así, riendo hasta decir basta,

 

—Se lo merece, se merece ser feliz, sé que la señora Azul lo hubiera querido así, ella quería eso para usted y su hijo, por eso no entiendo de donde saco que esa carta era imposible, tengo que averiguar, no puedo dejar que deje su felicidad ir por un sentimiento de sacrificio. Quisiera decirles que hay mucho tráfico y que deberían salir antes de lo previsto, pero mejor los dejo un poco más.

 

—¿Qué haces aquí de chismoso Edward? — Era Magda, una de las empleadas de la casa que tenía algunos años trabajando para la familia Del Monte, además de ser la esposa de Edward.

 

—Nada mi amor solo míralo, ¿Qué puedes decir ante ese cuadro? — Mientras una sonrisa se adornaba en el rostro de ambos.

 

—Ya decía yo cuando volvería a sonreír así, definitivamente se lo merece, sus manos manchadas no son porque él quiera y creo que yo fue suficiente tiempo de guardar luto, y si ellos son felices, creo que nosotros también — Mientras entre lazaban sus manos y ella reposaba su cabeza en el hombro de él.

 

—Te amo mi Magda— Y dejaba un beso en su cabello de manera suave, feliz y tenerla en su complicada y ajetreada vida.

 

—Y yo a ti, Edward, también te amo — Suspirando como colegiala enamorada, aquella que lo conoció en Grecia y esperaba algún día poder cumplir ese sueño de darle un primogénito.




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