Vientos de Oriente

Capítulo 10

—Así que me has estado entendiendo todo el tiempo... —afirmó Ryūō el siguiente día que visitó la habitación.

Aquel día no se sentó en una esquina para hablar con Goro de sus problemas, sino que se sentó frente a mí. No sabría decirte si estaba enfadado o no conmigo, pero su semblante que parecía relajado cada vez que atravesaba las puertas de papel, se había vuelto mucho más tenso de lo que me había acostumbrado.

—No todo el tiempo —confesé con la vista en el suelo—, solo estos últimos días. La señorita Sayaka me ha estado enseñando. Quería que no me sintiera fuera de lugar.

—Parece que te ha enseñado bastante bien —señaló visiblemente sorprendido—. Espero que seas consciente de que no debes decirle a nadie absolutamente nada de lo que has oído en esta habitación, ¿entendido?

—Como si tuviera a alguien a quien contárselo. —Esbozó una sonrisa compasiva al oír mis palabras—. No se preocupe, puede confiar en mí. —Sonreí.

Durante varias semanas, no volví a ver al señor Ryūō aparecer por mi habitación. Supuse que quizás no tenía tantas cosas que lo estresaran, o que tenía demasiadas cosas como para permitirse siquiera un descanso. Fuera como fuese, yo seguía pasando las noches ayudando en el templo y agradecía el poder volver a descansar sin tener que esperar a que Ryūō se marchase.

Pero, aunque parecía que yo había podido recuperar mis horas de sueño, había otras que desearían días con más horas. Keiko, que parecía no dormir nunca, pasaba cada noche que podía un poco de tiempo conmigo.

—Como de día estoy cuidando de la señorita Sayaka, tengo que aprovechar las noches para hacer el resto de tareas. —Me contó una noche mientras limpiábamos uno de los pasillos del templo.

Keiko era una chica muy alegre y diligente, siempre dispuesta a ayudar y a hacer todo lo que fuera necesario. Era la aprendiz que más duro trabajaba de todo el templo y la que más responsabilidades tenía con diferencia: además de las obligaciones que compartía con el resto de aprendices y monjes y además de ser la encargada de los cuidados de Sayaka, también tenía que preocuparse de su formación como heredera de la chica ciega.

Keiko se había criado en el templo, la abandonaron nada más nacer y había pasado toda su vida en aquellas paredes. Era lo único que conocía y parecía encantarle. Deseaba con todo su corazón dar la talla para cuando llegara el día en el que le tocara tomar las riendas del templo. Aunque aún quedaba mucho para ese día: Sayaka era aún muy joven como para pensar en cuando no estuviera con nosotros.

Gracias a las muchas horas que pasaba en el templo, empecé a tener cierta relación de cercanía con el resto de aprendices a los que veía los días en los que el sol no se atrevía a salir y me pasaba el día en el templo. Incluso Sayaka, al percibir mi interés por lo que hacían allí, me permitió asistir a algunas de las clases y rezos que realizaba con sus discípulos aun sabiendo que yo no era creyente. Pero con las que más me relacionaba con diferencia era con ella, con Keiko y con Kino que parecía estar siempre muy pegada a la otra niña.

—¡Somos mejores amigas! —me dijo Kino con sus mejillas inocentes sonrosadas mientras jugaba conmigo en el jardín trasero del templo.

Me resultaba curioso que una chica tan revoltosa como ella fuera amiga de la aplicada Keiko. Está claro que los opuestos se atraen.

¡No te haces una idea de la de cosas que había que hacer en aquel templo! En los días nublados ayudaba a limpiar los terrenos del templo —y si quedaba tiempo jugaba con Kino o me quedaba hablando con Sayaka o Keiko— y por las noches me dedicaba a limpiar los quemadores de incienso, quitaba el polvo y limpiaba los suelos para que todo estuviera limpio para cuando los discípulos despertaran. Acababa muy cansada casi todos los días, pero satisfecha por poder ayudar.

Una tarde cualquiera, volví a encontrarme con Ryūō en la habitación de improvisto. Al principio, volvió a sentarse en su esquina de siempre para hablar con Goro sobre cómo hacer entrar en razón a los nobles que solo querían aumentar los impuestos a los campesinos, pero, como si se hubiera olvidado hasta entonces de que lo entendía, se giró hacia mí.

—¿Qué crees que debería hacer?

—¿Me lo pregunta a mí? —Miré a los lados confundida, como si hubiera alguien más con quien él estaba hablando.

—Pues claro. Ya que puedes opinar, hazlo.

Me avergoncé porque pensaba que había hablado más de la cuenta y había metido la pata hasta el fondo. Pero si el señor de la casa me había pedido su opinión, se la tendría que dar.

—En mi humilde opinión, creo que se preocupa demasiado por lo que piensan el resto de nobles cuando usted sabe perfectamente qué es lo mejor para el pueblo. Ya sea con la ayuda de esos espíritus suyos o no. Sé que tiene que contar con las opiniones de los demás nobles para que no se pongan en su contra, no puede obviar el poder que ellos también tienen, pero aun así su criterio debería prevalecer sobre el de los demás. Si le da más poderes de los que le corresponde, será usted el que acabe teniendo problemas.

Él no me volvió a responder y tras unos minutos, se levantó para marcharse junto a su querido Kumagoro. No fue hasta que, unos pocos días después, cuando volví a ver al señor de la casa en mi habitación.

—He seguido tu consejo. —Alcé la cabeza sorprendida—. Y por ahora está funcionando.

—Me alegro muchísimo. —Con una marcada reverencia pegué mi frente al suelo.

—Lo que me sorprende es que una esclava como tú sepa tanto de estas cosas.

Suspiré. La palabra "esclava" me cayó como un balde de agua fría.

—No siempre he sido una esclava, señor...

Miré cómo me observaba sorprendido, esperando que desarrollara más la frase.

—Yo antes era la... hija. La única hija de un señor noble en un país muy lejano. Así que sé un poco cómo se manejan los asuntos de la corte y sé algo sobre cómo manejar terrenos y personas. Al fin y al cabo, vienen a ser lo mismo en todo el mundo.




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