A la vuelta de Ryūō, las cosas parecieron empezar a encauzarse nuevamente. Nada más llegar, el señor se pasó por mi pabellón para contarme cómo le había ido.
—Espero que la próxima ocasión puedas venir conmigo para traerme buena suerte —afirmó con una radiante sonrisa.
—¿Y qué planes tiene ahora? —pregunté muy casualmente.
—Supongo que descansar un poco, el viaje ha sido agotador —suspiró.
—Si me permite la sugerencia. —Esa frase siempre ayudaba a que estuviera más predispuesto a escucharme—. Quizás podría aprovechar para dar un paseo por los jardines. Las criadas me han dicho que hoy hace un día estupendo y su belleza resplandece como nunca. Y estoy segura de que tomar el sol y disfrutar de la naturaleza es la mejor medicina para un cuerpo cansado de los ajetreos de un viaje.
—Puede que tengas razón, quizás me siente bien.
Sabía perfectamente que a esas horas Megumi salía siempre a pasear y ponerle aquel encuentro en bandeja de plata era la oportunidad que ella necesitaba para interactuar con su distante marido. Debo decirte que me sentí orgullosa de mí misma cuando noté que mi estratagema había funcionado en muy poco tiempo. Pero el éxito de mi plan suponía que, además de las visitas de Ryūō, Megumi también empezó a pasarse por el pabellón para pedirme consejo con los que ir mejorando la relación con su esposo. En aquella casa ya no me quedaba tiempo de descansar y, aunque me gustaba hablar con ellos porque me relajaba y sabía que hablar conmigo les ayudaba, no tenía casi tiempo para estar en el templo.
Por otro lado, una noche mientras limpiaba, me llamó la atención ver las velas encendidas en una de las habitaciones del templo a altas horas de la noche. Sé que no debía, por eso de que ser cotilla no está del todo bien, pero me sentí muy intrigada por saber lo que estaba ocurriendo. Con los horarios tan estrictos que había en el templo era inusual ver que quedaba alguien despierto tan tarde. Me asomé un poco por la puerta corredera pero antes de poder ver nada, una voz llamó mi atención.
—Pasa querida, no te quedes en la puerta. —La serena voz de Sayaka me sobresaltó e hizo que acabara de descorrer la puerta.
—¡Daphne! —dijo Keiko con alegría.
—¿Tienes algún inconveniente con que se quede con nosotras, Keiko? —preguntó la ciega.
—Mmm, bueno no pasa nada, creo —contestó la niña con una sonrisa tras meditarlo un poco.
Me senté tras ellas y me quedé observando desde cierta distancia para no molestar mucho lo que estaban haciendo. Ambas estaban rodeadas de velas blancas, sentadas a sendos lados de una especie de tabla y me las quedé mirando.
—¿Quieres probar con ella? —le preguntó Sayaka a Keiko mientras me señalaba con la cabeza.
—¿Está segura? —Keiko empezó a alternar la mirada nerviosa entre su maestra y yo.
—¿Hacer qué? —Yo estaba todavía más confundida, seguía sin entender nada de lo que estaba pasando.
—Adivinar tu futuro —concluyó la Sayaka como si nada.
—¿Pero, puede hacer eso? —Empecé a pensar que me estaban tomando el pelo.
—Claro que sí, una de las habilidades de las miko más importantes de este templo es la de la adivinación. Por eso Keiko, en calidad de mi sucesora, tiene un entrenamiento especial para mejorar sus capacidades adivinatorias.
Adentré en el círculo de velas junto a ellas para que pudiera empezar la predicción. No estaba segura de que aquello fuera a funcionar, pero valía la pena intentarlo si con eso ayudaba a Keiko. La niña cerró los ojos y empezó a recitar una especie de rezo incomprensible para mí. Tras acabar aquellas extrañas oraciones, la piedra que había sobre la tabla empezó a moverse frenéticamente mientras yo di un pequeño respingo hacia atrás. Keiko abrió los ojos y se quedó mirando el movimiento de la piedra y apuntando algo en un pergamino. Cuando acabó de moverse le pregunté.
—¿Qué dice?
—"Cuídate de las ranas".
Una predicción rara, muy rara. Tan rara que incluso dejó a Sayaka desconcertada.
—Quizás no lo he hecho bien... —dijo la chica algo desilusionada.
—No creo, querida. —contestó Sayaka que seguía el recorrido de la piedra con los dedos para notar el relieve de las letras talladas en la tabla—. Mi predicción es idéntica. Mañana preguntaremos al señor Ryūō para que lo confirme también. Ciertamente es una predicción muy poco habitual.
—Yo soy poco habitual, Sayaka —le dije con una media sonrisa.
No era capaz de tomarme aquella predicción en serio. ¿Qué daño podía hacerme una ranita...?
Al día siguiente, nos reunimos en mi pabellón para que Ryūō hiciera una tercera predicción.
Nos mantuvimos en silencio, esperando el resultado. Yo no perdía la vista de la piedrecita en movimiento. Él era infalible, el famoso adivino Kirishima Ryūō.
—Cuídate de las ranas... —susurró Ryūō dentro de una especie de trance que era todo un espectáculo de ver—. Estabas en lo cierto, Keiko.
La chica sonrió orgullosa, pero desvió la mirada para observar mi reacción. Yo estaba claramente confusa. Seguía sin tener muy claro lo que estaba pasando a mi alrededor.
—Tendré cuidado, supongo —dije no muy convencida, pero conseguí tranquilizarlos a todos.
A fin de cuentas, se olvidarían en unos días. Igual que yo...
Y tal y como pensaba, a los pocos días, todos nos habíamos olvidado por lo completo de la predicción y de las ranas y todo había vuelto a la normalidad. Y ya como parte de esa normalidad entraba ver que las cosas entre Megumi y Ryūō empezaban a mejorar. No es que parecieran una pareja, como a ella le gustaría, pero empezaban a llevarse bien, a hablar, a tener una relación entre personas más allá de dos completos desconocidos que compartían casa. Supongo que esto es lo que pasa cuando se conciertan matrimonios, que te acabas casando con un completo desconocido. Pero por suerte resultó que esos dos tenían más cosas en común de las que parecía.
Todo parecía ir muy bien, las cosas en la casa y el templo estaban tranquilas. Y, aunque seguía echando mucho de menos mi hogar, aprendí a vivir y disfrutar de aquel nuevo país. Al fin me podía comunicar perfectamente con todo el mundo. Aprendí muchas de las artes con las que las señoras de la corte pasaban su tiempo. Aprendí a disfrutar de la naturaleza como lo hacían ellos y disfruté de escribir poemas a cada una de las flores que veía iluminadas por la luz de la luna.