Vientos de Oriente

Capítulo 14

Y volvió el invierno, cuando ya llevaba unos tres años viviendo en aquella isla llamada Hirado. No sé decirte si en algún momento consideré aquel lugar un hogar, pero al menos estaba con gente que me importaba y a la que yo parecía importarles. Todo parecía estar muy tranquilo, pero tanto el final como el inicio del año eran días muy ajetreados en el templo. Muchas de las ceremonias multitudinarias que ocurrían en el templo se concentraban en el comienzo y el final del año, por lo que los alumnos más jóvenes y yo dedicábamos varios días a preparar todo lo necesario para las visitas que esperaría el tiempo y para que los alumnos mayores y las sacerdotisas no perdieran su tiempo en tareas más mundanas.

Por si fuera poco, Ryūō me había pedido que diera un pequeño recital desde mi pabellón cuando llegara el final de año. Había invitado a unos señores importantes para fin de año y le parecía buena idea amansarlos con un poco de música. Así, que cuando no estaba de limpieza, de confidente de Megumi o Ryūō; estaba practicando para el recital de fin de año. Todo tenía que salir perfecto.

Apenas tenía tiempo para mí y lo agradecía bastante porque, a pesar de los años que llevaba ya viviendo en la mansión de los Kirishima, cuando estaba sola, los recuerdos de todo lo que había perdido y todo lo que se había quedado en Europa, volvían a mí como un tsunami de recuerdos que no hacía más que ahogarme en mi tristeza. Quería a los Kirishima y a las chicas del templo, pero sabía que aquel no era mi lugar. Sabía que no podía vivir con ellos para siempre, era completamente imposible. Sabía que aquel no era mi sitio, que mi estancia allí solo era temporal y me aterraba pensar en qué haría una vez me fuera imposible seguir junto a los Kirishima.

El nuevo año se presentaba como una nueva puerta a las oportunidades, pero la alegría de estrenar un año no duró mucho. El invierno era duro, incluso cerca de la costa y el frío nos estaba calando los huesos cuando una enfermedad repentina atacó a Sayaka. Las fiebres la acosaban y se pasó varios días en cama sin que hubiera signos de mejora. Todos estábamos muy preocupados por su salud. Pero la que peor lo estaba pasando era Keiko, que veía como se le habían encomendado a ella todas las obligaciones de su mentora de la noche a la mañana.

Una tarde, Kino vino corriendo a mi pabellón, con los ojos llorosos y sin aliento.

—¡Se la llevan! —gritó—. ¡Los médicos se llevan a Sayaka!

Salí corriendo hacia el templo mientras la niña me seguía. Menos mal que el pabellón no estaba muy lejos del templo por lo que no tardamos mucho en llegar a la habitación de Sayaka. Allí ya estaba Ryūō con un médico.

—¡Señor Ryūō! —le llamé al entrar en la habitación. No iba a dejar que me dejaran fuera.

—Parece que no mejora, así que nos la vamos a llevar para que los médicos la puedan tratar mejor.

—¿Cree que se va a poder recuperar? —le pregunté al médico.

—Haremos todo lo posible.

—¿Keiko lo sabe? —le pregunté a Ryūō.

—Aún no se lo hemos dicho.

Miré a Kino con una mirada sorprendida, ¿cómo se le ocurrió avisarme a mí antes que a Keiko? Kino entendió rápidamente mis intenciones y salió corriendo a buscarla.

Keiko estaba destrozada cuando apareció, totalmente pálida, en la puerta de la habitación y vio que se llevaban a Sayaka, temiendo que aquella vez, mientras los médicos se llevaban a Sayaka atravesando las puertas del templo, podía ser la última que la vería. Aquella noche, Kino y yo nos quedamos con ella. Necesitaba todo el consuelo que pudiéramos darlo. Desde ese día y hasta que Sayaka volviera, el templo se había convertido en la responsabilidad de Keiko.

Al día siguiente, la impotencia me carcomía. Hacía un día espléndido, el sol brillaba como nunca a pesar de estar aún en invierno, por lo que no me quedaba otra que resignarme a esperar en el pabellón hasta que el sol se marchara para saber cómo iban las cosas por el templo en el primer día de Keiko. Ni siquiera las telas más gruesas me podían proteger de ese potente a la vez que extraño día soleado. Me hubiera gustado que Kino viniera al menos a informarme, pero al parecer, tampoco tenía mucho tiempo. Y, en cuanto anocheció, eché a correr en dirección al templo. Busqué desesperadamente a Keiko, pregunté a los aprendices que me iba encontrando por ahí hasta que finalmente la encontré, recostada detrás del altar principal.

—Está agotada —dijo Keiko a mis espaldas con una manta en las manos.

—¿Cómo ha ido todo? —pregunté casi sin aliento.

—Agotador. —La pobre se dejó caer en el tatami después de arropar a Keiko—. En cuanto ha salido el sol, hemos reunido a todos los alumnos y Keiko les ha explicado la situación. Hemos asignado las tareas y todo parecía ir bien. A la hora de los rezos todo parecía estar controlado, pero cuando llegaron las clases... empezó a ponerse muy nerviosa. Nunca antes había dado una clase y todo el mundo tenía muchas expectativas puestas en ella. Al terminar ha venido aquí a descansar, ni siquiera ha cenado.

—Quédate con ella, voy a traerle algo.

Me levanté y me dirigí hasta la cocina donde le pedí a los monjes que estaban ya recogiendo la cocina que me prepararan una ración para Keiko, aunque fuera con las sobras.

Le llevé la comida a Kino.

—Dáselo cuando despierte. —Me remangué las mangas de mi kimono—. Yo me voy a poner a limpiar. Todos tenemos que hacer nuestra parte ahora mejor que nunca.

—Gracias Daphne.

Y los días pasaron sin que tuviéramos ninguna noticia de Sayaka. Ni siquiera Ryūō me quería decir nada, lo que no hacía más que aumentar la preocupación de todo el templo.

Keiko hacía todo lo que podía, pero se la notaba sobrepasada. Gracias a la ayuda de Kino que se encargó casi por completo, parecía que Keiko podía seguir con sus responsabilidades, pero la vida en el templo no paraba, las peticiones no dejaban de venir e incluso tuvo que encargarse de hacer algunas adivinaciones más satisfactorias de las que ella misma se pensaba.




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