Vientos de Oriente

Capítulo 15

La vuelta de Sayaka hizo que las aguas volvieran a su cauce y, por una vez, me sentía agradecida de regresar a la rutina. Las cosas en el templo volvían a la normalidad. Había recuperado mis horas de sueño y ya no me estresaba tener que pasar tiempo con Ryūō y Megumi.

Ella por su parte, apareció una tarde muy ilusionada al pabellón.

—Mi querido petirrojo —dijo junto a una pila de ropa y accesorios que ya no usaba y traía para mí—. No sé cómo agradecerte tu ayuda con el señor Ryūō —sonrió.

—No tiene que agradecérmelo, me siento feliz por poder ayudar y contribuir en el buen ambiente de la casa.

—¡Ay, siempre tan humilde! —Megumi se abalanzó sobre mí.

Con el tiempo me había convertido en una mascota también para la señora igual que ya sentía que lo era para su marido. Una mascota a la que acariciaba y daba mimos cada vez que se aburría. Pero las cosas eran tranquilas, todo parecía estar en calma y la felicidad de la señora al fin y al cabo también era la mía.

—Llevamos varias noches quedándonos charlando hasta antes de dormir. Y resulta que tenemos mucho en común. —Me estrujó mientras narraba, emocionada.

—¿Y se va a conformar solo con eso? —le pregunté con el poco aliento que me dejaba.

—Bueno... No me quejo... Aunque querría algo más.

—Déjemelo a mí, señora. —Me zafé de sus brazos para sentarme frente a ella—. Venga al lago mañana por la noche, sobre esta hora. Yo me encargo de todo lo demás.

Llena de curiosidad, Megumi se marchó risueña, deseando saber cuáles eran mis planes.

Al día siguiente, Ryūō vino a verme por la tarde. Lo entretuve todo el tiempo necesario hasta que la noche cayó sobre la casa. Era el momento de poner en funcionamiento mi plan. Sabía que él siempre daba una vuelta al lago cuando venía a verme antes de volver a la mansión. Allí, se encontraría con Megumi y yo empezaría a cantar una de las canciones favoritas de Ryūō. El ambiente perfecto para que, por lo menos, empezaran a hablar de cosas fuera de la cotidianidad.

Lo que no esperaba era que, a los pocos minutos de empezar a cantar, los alrededores del pabellón se empezaron a llenar de personas que se sentaron a oír la música y a disfrutar de la belleza del jardín nocturno.

No era lo que planeaba, pero esperaba que al menos ellos dos pudieran disfrutar de un momento tranquilo como cualquier pareja. Lo malo fue que la fama de mis cantos solo hizo que todo el mundo disfrutara del brillo de la luna amenizando un concierto del petirrojo de la corte.




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