Vientos de Oriente

Capítulo 17

Los meses pasaban y los problemas de sequía parecían haberse mejorado con la llegada del otoño. No obstante, las reuniones parecían no parar a pesar de la mejora de la situación. Toda la angustia de Ryūō y de Megumi se me había traspasado y yo empezaba a sentir unas cantidades de estrés desorbitadas para mi pequeño cuerpo. En esos momentos, los ratos que podía irme al templo y limpiaba o esos pocos días en los que nadie tenía ganas de verme y jugaba un poco con Goro eran los únicos momentos de relajación en los que tenía un poco de tranquilidad. No podía más. Me encargaba de descargar a los otros, pero no había forma de que yo me descargara.

Así que, una noche que se presentaba tranquila, me escabullí a la cocina de la casa y me llevé una botellita de licor. Me iba a descargar yo sola llorando mis penas. La mitad de la botella desapareció muy rápido mientras me dejaba caer en el mullido suelo. Echaba de menos mi casa, mis amigos, mis criados, la buena vida que tanto me había costado ganar... Empecé a llorar y a patalear desesperada.

En ese momento, aunque se me había prometido que tendría un día de tranquilidad, las puertas del pabellón se abrieron y apareció Ryūō.

—¿Qué te pasa? —preguntó visiblemente preocupado.

—Estoy borracha, ¿qué le parece que me pasa? —contesté mientras seguía bebiendo.

Él se apresuró a arrebatarme la botella y la agitó.

—¿Te has bebido todo esto?

—Soy de buen beber y estoy ahogando mis penas. —Yo no veía ningún problema y él parecía un padre regañando a su hija adolescente.

—¿Qué penas?

Se sentó a mi lado y me dejé caer sobre él para descansar mi cabecita borracha sobre su regazo. Había bebido tanto, tantísimo que ya el filtro por el que pasaban mis pensamientos antes de materializarlos en palabras había desaparecido por completo. Podía haber dicho casi cualquier barbaridad. Y eso es justo lo que hice, si es que siempre hablo más de la cuenta cuando bebo.

—¿Qué penas? ¿Me está hablando en serio? Pues que echo de menos mi casa. Pero qué más da. Ya no tengo casa, no tengo a nadie. Esos locos lo quemaron todo y la gente que sigue viva seguro que ya ha superado mi muerte.

—Ya... lo sé, algo me has contado.

Empecé a reír a carcajadas.

—¡No le he contado ni la mitad! Y la mitad que le he contado ni siquiera es verdad. ¡No tiene ni idea de lo que he pasado! ¿Por qué se cree que sé tan bien cómo funcionan unas tierras? ¿Por qué entiendo cómo funciona la nobleza? ¡Pues porque yo podría ser perfectamente su madre, incluso su abuela!

—Pero, ¿qué dices? Has bebido demasiado. Si no creo que tengas más de 15 años.

—Ja, ja, ja. ¡Ojalá! En realidad, tengo... —Me puse a contar con los dedos—. 55 años. Tengo 55 años.

Ryūō se quedó un momento en silencio. Estaba sorprendido. Y, en lugar de callarme, seguí hablando de cosas que quizás me debería haber callado.

—55 años y solo los primeros 15 he sido humana como usted. ¿Acaso no me ha visto nunca los dientes? —Abrí la boca desproporcionadamente para que me viera bien los colmillos— ¿Qué humano hay con unos colmillos así? ¿Y lo de la piel, una enfermedad? ¡Nunca pensé que la gente se lo fuera a creer! Nada de eso. Aunque creo que en este país no hay nadie como yo.

—¿Cómo tú?

—Yo no soy humana, señor. Ya no. Soy... Otro tipo de criatura. Una criatura maldita por los dioses. Entre nosotros nos hacemos llamar immortales.

Nos quedamos toda la noche hablando de todas las cosas que le había estado ocultando y, como estoy haciendo contigo, le conté a Ryūō con pelos y señales todo lo que había sido de mi vida hasta llegar a su casa. Le hablé de mi infancia, de Alex y Adonis, de Ileana... de Mihael... Pasaron las horas y llegó el amanecer mientras seguíamos hablando.

—Será mejor que se marche ya —le sugerí, empezando a notar un fuerte dolor de cabeza—. No ha dormido en toda la noche y seguro que hoy tiene un día ajetreado.

—Quizás me tome el día de descanso. Tengo mucho que asimilar. —Se levantó con cuidado e intentando que sus piernas adormecidas no le jugaran una mala pasada.

—No le vendría mal —le respondí con una media sonrisa mientras notaba el arder de mis ojos hinchados que intentaban entrecerrarse.

Y se despidió de mí con un "que descanses, Contessa". Y en cuanto se cerraron las puertas volví a romper a llorar. Hacía tantísimos años que nadie me llamaba por mi nombre que pensaba que nunca más lo volvería a oír en boca de nadie.

Aquel día decidí no salir del pabellón. Estaba exhausta y no tenía ganas de ver ni hablar con nadie y, quiero pensar que gracias a Ryūō, nadie vino a molestarme.

Lo que no me esperaba era que, al día siguiente Ryūō me despertara descorriendo la puerta con los pies y casi tropezando por el camino porque tenía las manos llenas de libros.

—He estado investigando —dijo dejando caer los libros en el suelo.

—¿Cómo que investigando? ¡Si tendría que estar descansando!

—Pues he estado investigando sobre lo que me dijiste anoche. Pero no he sido capaz de encontrar nada. ¡Quizás entre los dos tengamos más suerte!

Aquel día nos lo pasamos recopilando información de todos los textos que Ryūō había traído. Por si quizás, en algún libro, en alguna leyenda, en alguna minúscula anotación había vestigios de que quizás algún vampiro había arribado a aquellas tierras antes que yo. Buscando desesperadamente un indicio de que no estaba tan sola en aquellas islas y que quizás quedaba la esperanza de encontrar a alguno de los míos allí.

Pero por mucho que buscamos, no había nada, nada parecido a un vampiro que se asemejara a lo que yo era. Así que, tras días de investigación en los que Ryūō pudo traer documentos de todo el país llegamos a la conclusión de que, efectivamente, yo era el primer vampiro que había pisado Japón. Suena muy bien cuando lo digo ahora, pero la verdad es que, en su momento fue una realización desoladora, no había nadie como yo con quien pudiera relacionarme. Me sentía más sola que nunca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.