Para no pensar demasiado en los rumores que corrían tanto por la casa como por la ciudad, decidí proponerme un nuevo objetivo para que la relación entre Megumi y Ryūō, que llevaba estancada algunos meses, diera un salto que nadie más había logrado. Me había aventurado a intentar que Goro, que ya era un gato mayor y gordito, pero igual de gruñón, aceptara a Megumi como una de esas pocas personas junto a las que aceptaba estar. Sabía que, si lográbamos semejante proeza, no volverían a necesitar mi ayuda para afianzar la relación. Ganarse el cariño de Goro, que había sido siempre el único amigo del señor hasta mi llegada, era la prueba final.
Cuando le propuse mi plan, Megumi no podía estar más ilusionada, aunque no estaba muy segura de que fuera a funcionar.
—¡Seguro que con tu ayuda ese gato gruñón me cogerá cariño! —me dijo con los ojos brillando.
Y así empezamos a urdir nuestro plan para acercarnos a Goro. Lo más complicado era justamente encontrar a ese gato caprichoso. Kumagoro era más dueño de la casa que el mismísimo Ryūō e iba campando por los jardines a cualquier lado sin que nadie lo parara. Así que decidimos dedicar las tardes en las que no vendría ninguna visita a esperar fuera del pabellón a que apareciera el gato con ganas de jugar conmigo. Tarde o temprano tenía que venir a buscarme. Había días que lo hacía y, después de que arañara la puerta para llamar mi atención, me quedaba con él hasta que se aburría y días que no, que simplemente me quedaba leyendo en el pabellón. Así que todo era cuestión de suerte.
Los primeros días no hubo éxito, pero al cuarto día de espera, el regordete de Goro apareció arañando la puerta del pabellón. Cuando abrí y vi su pelaje anaranjado, le llamé para que entrara y se recostara en mi regazo. Goro soltó un pequeño maullido y se subió sobre mí para que le hiciera cosquillas.
Cuando ya noté que estaba adormilado, hice señas a Megumi para que se sentara a mi lado con un poco de pescado seco en la mano. Le di unos golpecitos al gato para que se despertara y que lo primero que viera fuera el pescado. Aún un poco dormido, estiró el cuello para olisquear pescado, pero no se lo comió, sino que dio un salto y se marchó.
Megumi suspiró visiblemente desilusionada. Pero, sabiendo cómo era el gato, aquello era un enorme progreso para ser el primer día. Al menos no le había arañado para llevarse el pescado.
Repetimos el proceso durante días. Siempre que podíamos, nos pasábamos la noche esperando al gato si era necesario y, poco a poco, Kumagoro empezó a acercarse más al pescado. Llegó incluso a comérselo hasta que, un día, acabó caminando hasta el regazo de Megumi.
—Muy bien —susurré para no asustarlo—. El próximo día lo hará usted sola. —Vi su rostro desencajado—. Tranquila. —Le puse la mano en el hombro—. La estaré vigilando desde detrás.
Los primeros días no pasó nada. Cada vez que Kumagoro la veía a ella sola, se alejaba o cogía el pescado y se marchaba corriendo. Pero con el tiempo, Megumi vio como Goro se acercaba a ella con tranquilidad para comerse el pescado a su lado. El plan iba funcionando poco a poco hasta que, un día del mes de abril, Goro acabó durmiendo una tarde en el regazo de Megumi. Por si fuera poco, Ryūō llegó esa tarde al pabellón para hablar conmigo y se encontró toda aquella preciosa escena. Ver ese momento desde la distancia fue realmente mágico. Prácticamente se veía como una chispa surgía entre los dos. Al menos para ellos, las cosas iban por buen camino.
Y todos nuestros esfuerzos parecían que habían dado sus frutos. A los pocos meses, cuando la relación entre Megumi y Goro se había vuelto algo hasta cotidiano, comencé a notar que ella se empezaba a sentir un poco indispuesta de vez en cuando. Había perdido fuerzas y algunos días oía que la pobre no podía siquiera salir de la habitación.
Estaba muy preocupada por ella y nadie, ni siquiera Ryūō sabía lo que le pasaba a su esposa. Por suerte, suspiré de alivio al enterarme que su malestar se debía a que estaba embarazada. Cuando me enteré de la noticia, me alegré muchísimo, pero tras la alegría inicial, hice que los dos vinieran a verme para regañarles como una madre sobreprotectora. Los dos se habían pasado años contándome todos y cada uno de los detalles de su vida, pero se les había pasado informarme de un pequeño detalle del avance de su relación. Pero bueno, estaba feliz por ellos y por la tranquilidad de que ya no habría presiones sobre la pareja para que mantuvieran a la familia Kirishima. No querían volver a tener que vivir la incertidumbre que les había hecho pasar el anterior señor. La noticia corrió como la pólvora por los territorios vecinos y de todos lados llegaron regalos para la familia y el futuro bebé, incluso llegamos a recibir en la casa un obsequio de parte de la casa real.
Pasaron los meses y, con el embarazo más avanzado, tanto los médicos como las miko se dedicaron a dar todo lo que tenían para averiguar el sexo de la criatura que estaba a punto de llegar. Lo que no nos esperábamos era que ninguno llegara a ponerse de acuerdo: Keiko y los médicos llamados por la familia de Megumi decían que sería un niño, pero por otro lado, Sayaka y los médicos de la familia Kirishima estaban seguros de que iba a ser una niña. El futuro padre que estaba muy nervioso con el embarazo no se veía en condiciones de hacer una predicción propia.
Pero toda aquella batalla interna para demostrar quién tenía razón, importaba bien poco a los padres que parecían estar viviendo una luna de miel. Cada vez que ambas partes tenían tiempo, se dedicaban a estar juntos en una burbuja de felicidad completamente alejada del ajetreo del exterior. En esos momentos, disfrutaban de sentirse como una familia normal, lejos de todas las ataduras y obligaciones que tenían. Aquellos momentos eran la felicidad pura. Y lo digo tan convencida porque yo estaba allí. Goro y yo también éramos parte de esa burbuja de felicidad plena. En momentos como esos, los dos necesitaban de mi apoyo para manejar la situación y nos dimos cuenta de que el bebé dejaba de molestar a Megumi cuando yo empezaba a cantar. Así que acabé pasando muchas noches cantando en la habitación de Megumi hasta que todos se quedaban dormidos y podía volver a mi pabellón.