Vientos de Oriente

Capítulo 20

El tiempo que pasaba con los Kirishima en nuestra burbuja de felicidad nos hacía totalmente ignorantes de las intrigas que se iban cerniendo sobre nosotros. No obstante, como pasaba tanto tiempo tanto con Ryūō como con su mujer, los rumores que pensábamos habíamos apaciguado volvieran a salir a la luz.

A nuestras espaldas, volvieron a florecer los rumores de la mala influencia del petirrojo dentro de la corte. Al principio no le dimos mucha importancia a las habladurías, los rumores y las malas miradas, ya había ocurrido antes. Pero empezamos a preocuparnos un poco cuando la gente que venía a escuchar mis recitales se empezó a reducir cada día más. En esos momentos estaba empezando a correr el rumor de que quien escuchara el canto del petirrojo sufriría de un mal de ojo. Al parecer, mucha gente se lo creyó y los jardines cada vez estaban más vacíos. En esos momentos casi solo cantaba para que el bebé de Megumi se tranquilizara. Sin embargo, nosotros seguíamos siendo optimistas. Pensábamos que los rumores se quedarían en habladurías y desplantes sin sentido. Pero no fue así.

Todo cambió una noche, cuando iba a limpiar el templo, dos hombres me asaltaron. Me intentaron inmovilizar con cuerdas mientras yo no dejaba de patalear. Aunque fueran dos, iba a darles guerra todo lo que podía. Por suerte, unos guardias que patrullaban el jardín me escucharon y acudieron a disuadirlos. Gracias a ellos, la cosa no fue a más. Por el momento. Pero después de aquel incidente, me pasé varios días asustada. No quería salir de la habitación y no quería ver a nadie. Por suerte no pasó mucho tiempo hasta que conseguí las fuerzas para volver a salir del pabellón, aunque en cuanto puse un pie en el edificio principal, desde una de las habitaciones de la galería alguien me lanzó un bol a la cara. Estaba claro que los rumores no habían hecho más que ganar fuerza.

Para cualquiera, habría sido un ataque de muy mal gusto, pero un ataque superficial, al fin y al cabo. Pero para mí, aquello era una herida seria. Podía volver al pabellón, pero estaría sola y no sabía si podría curar bien la herida que no dejaba de sangrar, así que me marché, primero con paso tranquilo y luego a zancadas hasta el despacho de Ryūō. El miedo empezaba a apoderarse de mí.

Cuando me vio con la cara manchada de sangre se levantó alambrado y me acompañó de vuelta al pabellón mientras hacía que llamaran a un médico. Yo estaba en pánico. Cuando llegó el doctor me cerró rápidamente la herida y se marchó diciendo que no era nada y que sanaría rápido. Pero esa pérdida de sangre, aunque hubiera sido ínfima, me tenía aterrorizada.

—Tranquila —me decía Ryūō mientras no dejaba de revolverme muy asustada—, ya no sangra más. Se curará enseguida.

—Pero, pero... —No dejaba de sollozar mientras Ryūō no entendía lo que me pasaba—. Los immortales no podemos generar sangre. Y no sé qué me podrá pasar si pierdo demasiada sangre.

Ryūō comprendió al fin mi pánico y me preguntó qué podía hacer. Tenía miedo de cómo reaccionaría a mi respuesta, pero tampoco es que me quedara otra.

—Si me diera su muñeca... —empecé a decir— podría beber un poco de su sangre. Así me recuperaré...

Hablé con la cabeza baja, llena de vergüenza por poder algo así. Suponía que huiría y me dejaría allí, esperando que como era poca sangre, la pérdida no me mataría. Pero, contrario a lo que yo pensaba, él me acercó la muñeca mientras que con la otra mano me enseñaba unas vendas para luego.

—Confío en ti —me dijo.

Agarré su brazo y, titubeante, clavé mis colmillos en la muñeca. En ningún momento lo vi temblar o asustarse. Aunque conociéndolo, seguro que lo estaba llevando todo por dentro para que yo no me preocupara más. Y bebí parte de su sangre. No sabía si era suficiente, pero imaginaba que, como la herida no había sido para tanto, tenía ya lo necesario. Miré a Ryūō con vergüenza mientras sacaba los colmillos de su muñeca y me apresuraba a vendar la herida para que se detuviera el sangrado.

—Lo siento, lo siento, lo siento mucho... —lloré cuando acabé de curarlo.

—No pasa nada. —Me ayudó a recostarme en la cama y luego se marchó—. Espero que te mejores.

Después de aquel susto, Ryūō me puso un escolta para que protegiera el pabellón. Ya no podía ir a ningún lugar sola, siempre había alguien vigilando mi seguridad y que nada me pasara. Ya me era casi imposible ir al templo, como mucho me pasaba las noches tomando un té con Sayaka si ella me llamaba o con Megumi si necesitaba que la calmara durante el embarazo.

Por otra parte, Ryūō dejó de venir a verme. Si me lo encontraba por los pasillos hablábamos con tranquilidad, como si nada pasara, pero no lo veía en el pabellón y cuando hablaba con Sayaka o Megumi me decían que lo notaban muy nervioso y ajetreado. Al parecer la situación de tensión le estaba afectando. Todos estábamos afectados. Megumi ya había perdido la ilusión por el embarazo, Sayaka temía que los problemas de la casa salpicaran la credibilidad del templo, así que intensificó la educación de todos los aprendices, las obligaciones de Keiko no dejaron de aumentar y yo ya había perdido las ganas de salir del pabellón. Estaba harta de sentirme constantemente vigilada. Las cosas no es que fueran a mejor, pero tuvimos un poco de alegría poco antes de que empezara la primavera.




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