Por desgracia, la tranquilidad que nos habían dado los rumores apaciguados durante el parto fue muy escasa. Desde que nacieron los niños, por las noches yo me quedaba jugando con ellos y velando sus sueños mientras alguno de sus padres descansaba en la misma habitación. Todo parecía tan tranquilo en aquellos días que nos habíamos confiado demasiado.
Una noche, mientras acostaba a Mizuka después de horas jugando con ella, una piedra atravesó el papel de las puertas y golpeó a la niña en la frente. La pequeña empezó a llorar despertando a todo el mundo. Ryūō, que estaba esa noche en la habitación se despertó de un salto y corrió a consolar a la niña mientras yo, petrificada, no dejaba de alternar mi mirada entre la piedra que quedaba en el suelo y la niña que lloraba aún en mis brazos. En un segundo, se formó un alboroto que despertó a toda la casa. Megumi apareció corriendo, mis guardias habían inmovilizado a alguien en el jardín e incluso gente del templo había entrado en la casa a ver qué estaba ocurriendo.
Ryūō se me acercó después de quitar a la niña de mis brazos y dársela a su mujer.
—Vete al pabellón, estarás más segura —me dijo con una mano en el hombro que no era suficiente para hacerme dejar de temblar.
De repente, salí del trance y eché a correr para encerrarme en el pabellón sin mirar atrás. Y allí me quedé, hecha un ovillo en una esquina hasta que alguien viniera a decirme lo que estaba pasando.
Pasó un día entero, pude ver cómo volvía a caer la noche mientras esperaba hasta que la puerta del pabellón se abrió por primera vez en horas. En cuanto vi la cara de Ryūō, me lancé corriendo hacia él, necesitaba respuestas:
—¿Cómo está Mizuka? ¿Está todo bien? —le lloré mientras no paraba de sujetarlo de la ropa.
—Todo está bien. La niña está bien. El culpable ha sido arrestado y... Todo está bien. Pero necesito hablar contigo.
Le solté la ropa y retrocedí hasta sentarme en el suelo. Esas palabras siempre son el preludio de algo importante.
—Contessa. —Se sentó frente a mí—. Llevo un tiempo dándole vueltas a cierto asunto, planteándome algo y con lo que pasó anoche... Ha sido la gota que ha colmado el vaso. Tienes que volver a casa, por ti, por tu seguridad y por la de todos.
—¿Qué?
Noté cómo empezaba a sudar y el cuerpo me temblaba tanto que no era capaz de articular palabra.
—No te estoy echando, ni nada parecido. Pero sabes tan bien como yo que este no es tu sitio, recuerdo perfectamente el brillo en tus ojos cuando me hablabas de tu hogar, de tus amigos y tu familia que sé que te siguen esperando. Llevo mucho tiempo planteándome esta decisión, y me duele tanto como a ti. Pero es lo más seguro para todos.
Bajé la mirada, no quería que me viera llorar. Pero tenía razón. Estaba intentando decírmelo de la forma más delicada posible, pero se había intentado aplacar los rumores inútilmente, las agresiones no hacían más que aumentar e incluso habían salpicado a los niños. Ya me sentía bastante culpable por lo que había pasado como para pensar en lo que podría pasar si me quedaba más tiempo. La única forma de que la gente dejara de pensar que los Kirishima estaban controlados por un demonio, era echar al demonio.
—¿Cómo ha planeado sacarme del país?
Alcé la mirada y planté mis ojos en los suyos con la mirada llena de determinación. Yo sabía mejor que él que no podía estar eternamente junto a ellos, mi sitio no estaba con los Kirishima.
—Si estás de acuerdo, saldrás junto a una misión comercial dentro de dos meses, cuando el mar esté más calmado.
—¿Es seguro?
—Eso creo. Irás con Taro, el hermano de uno de tus guardias.
—Si confía en él, yo también lo haré.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo?
—Es lo mejor para todos, los dos lo sabemos. Y tengo dos meses, me da tiempo a prepararlo todo y a despedirme de todos.
Ryūō me abrazó con fuerza.
—Es hora de que mi petirrojo vuelva a volar.