Vientos de Oriente

Capítulo 25

Nuestro viaje continuaba mientras veía cómo habíamos dejado atrás el desierto y las montañas. En ese momento, llegamos a un asentamiento de comerciantes en el que, como nosotros, había muchos otros grupos que necesitaban un merecido descanso. Allí encontramos un grupo de personas que se unieron a nosotros en su viaje. Era bastante común que los viajeros se unieran entre ellos para mayor seguridad en pasos que estaban llenos de bandidos.

—Son un pueblo errante que viaja por el continente. Nos acompañarán parte del trayecto a cambio de protección mutua —me explicó Taro ya que yo no entendía nada de lo que decían.

Las nuevas adquisiciones a nuestro viaje no hicieron más que mejorarlo. Eran un pueblo feliz y muy pacífico de no más de una treintena de personas. Según nos contaron, eran originarios de la India, les encantaban las fiestas y no había una noche en la que no empezaban a cantar y bailar antes de irse a dormir. Al principio los estoicos japoneses no estaban muy seguros de interactuar mucho con ellos, pero con el tiempo se fueron uniendo a sus celebraciones y yo hice lo mismo. Tampoco necesito mucha excusa para unirme a una fiesta, ya sabes.

También nos protegieron de algún que otro susto mientras nosotros compartíamos con ellos nuestros víveres. Estar con ellos trajo a nuestro monótono viaje una chispa de alegría. Gracias a ellos, por las noches podía salir del palanquín y disfrutar de un poco de diversión y baile como nunca antes había vivido. Nos sentíamos libres, sin ataduras ni preocupaciones. Deseaba volver a casa, pero no me disgustaba quedarme con ellos. Incluso, aunque no entendiera su idioma, entablé cierta amistad con varios jóvenes de la tribu que me enseñaron a bailar como ellos y que me regalaron alguna de sus ropas tradicionales ya que con los kimonos que llevaba no era muy fácil bailar ese tipo de bailes tan movidos. Eran un pueblo muy amable y nunca me aburría con ellos.

Una noche que paramos en un oasis cerca de la selva, toda la tribu se fue a descansar pronto a otra parte del oasis. Nos resultó un comportamiento muy extraño, pero quizás eran tradiciones suyas y no les dimos mucha importancia. No queríamos meternos en lo que no debíamos. Pero yo estaba sumamente aburrida ahora que no estaban. Después de tantas noches pasándolo bien, una noche tranquila después de un día durmiendo se me hacía eterna. Quería hacer algo, lo que fuera. Así que me escaquee con una lámpara para ver cómo era la selva un poco más de cerca. No iba a alejarme mucho, hasta yo sabía que era muy peligroso. Pero pensaba que tan cerca del oasis no habría ningún peligro. ¡Qué equivocada estaba!

No me adentré mucho en la selva cuando, de entre la maleza se empezó a escuchar algo que se me iba acercando poco a poco a mí. El miedo me paralizó. El sonido de lo que se acercaba vino acompañado de un profundo gruñido. Lo que se me acercaba estaba cada vez más cerca y por aquellos sonidos podía deducir que era algo grande. Grande y peligroso. Me temblaban las piernas y, aunque mi mente me gritaba que echara a correr, mi cuerpo no era capaz de responderme. Lo más que hacía era temblar mientras yo miraba impotente como la luz que sostenía no dejaba de temblar y oía como el sonido se acercaba cada vez más.

Los arbustos que tenía enfrente empezaron a temblar y, de repente, de un salto apareció frente a mí un imponente lobo pardo moteado, grande como un oso que gruñía y se me iba acercando poco a poco mientras yo notaba mis piernas flaquear, Caí al suelo temblando, sentía mi cuerpo helado y la vista algo nublada. No era capaz de apartar la mirada de aquella bestia cuyo aliento podía notarse chocando contra mi cara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.