Y ahí estaba yo: sola, aterrada, en mitad de la selva delante de un enorme lobo. Aquella no había sido mi idea más brillante. Solo esperaba que los colmillos del lobo arrancándome la piel mientras seguía viva no dolieran tanto como me estaba imaginando. El animal, que no había dejado de gruñir, se iba acercando cada vez más a mí y cada rama que partían sus patas me hacían saltar aterrada, pero sin fuerzas para salir corriendo. Empezaba a notar el aliento pesado de aquella bestia cuando empezó a olfatearme. Estaba demasiado cerca. Aunque intentara huir ya era imposible. Había guardado sus colmillos y su colita esponjosa empezaba a moverse de un lado a otro. Aulló con fuerza para luego abalanzarse sobre mí y lamerme la cara. ¡Qué asco daba, la verdad! Mis pocas posibilidades de huir habían sido aplastadas por esa bestia que me había caído encima. Aunque me daba la impresión de que ya no parecía querer comerme, lo que me hacía muy feliz. Suspiré algo más aliviada y, temerosa aún, acerqué mi mano y le acaricié un poco la cara. Estaba más suave de lo que pensé que estaría una bestia de la selva.
Al ver que ya no estaba tan asustada me dio toques con la nariz para que le siguiera acariciando. Y yo seguí haciéndole cosquillas aunque se me estaba entumeciendo el brazo, pero no me detuve hasta que se durmió, encima de mí. Por poco me ahoga. No sabía qué hacer y no tenía escapatoria. A toda aquella extraña se le sumaba el miedo a que amaneciera y yo siguiera presa de aquel extraño perro gigante.
Totalmente vencida, cedí ante el sueño que también me acosaba con la incertidumbre de qué haría el lobo al despertarse. La verdad es que la calidez de su pelaje me hizo caer dormida al instante y no me desperté hasta que noté que mi improvisada manta ya no estaba a pesar de seguir notando peso, aunque menor, sobre mí.
Abrí los ojos perezosamente y cuando mi vista se aclaró, abrí los ojos como platos al ver que el lobo había desaparecido y en su lugar sobre mí estaba uno de los chicos de aquel pueblo, durmiendo plácidamente y completamente desnudo sobre mí. Lo empujé aterrada. Él se despertó de golpe y empezó a alternar su vista entre sus manos y mi cara sorprendida y avergonzada a la vez. Por si fuera poco, empecé a ver como el sol empezaba a salir de entre las montañas. No había tiempo para pensar en lo que había pasado, tenía que ponerme a cubierto lo antes posible. Ya tendría tiempo para pensar. Eché un último vistazo al chico que estaba intentando alcanzarme, pero me di la vuelta y volví corriendo al asentamiento para subir rápidamente a mi carromato.
Me había salvado del sol, pero seguía sin comprender nada de lo que había pasado aquella noche. Por mucho que lo pensaba, no encontraba una respuesta lógica a lo que me había ocurrido aquella noche. ¿Habría espantado el chico al lobo? Pero, ¿por qué no llevaba ropa? ¿Y dónde estaba el resto de su pueblo?
La mayoría de mis dudas se resolvieron la noche siguiente. Seguíamos el camino a buen ritmo después de que nuestros compañeros de viaje se reincorporaran a la caravana. Aquella noche volvimos a hacer una fiesta alrededor de la hoguera y todo parecía normal, menos por aquel chico que rehuía mi mirada en caso de que nos cruzáramos hasta que, antes de que se fueran a dormir, vino junto a Taro para hablar conmigo.
—¿Qué pasa, Taro?
—Este muchacho, Daag, quiere que le haga de intérprete, quería hablar contigo —el chico tenía la vista en el suelo con cierto temor—. ¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó Taro preocupado.
—No es nada, déjalo hablar.
Taro suspiró y me transmitió las palabras de aquel chico.
—Dice que lo siente por lo que pasó anoche. Que no tenía intención de asustarte ni de que lo vieras así. Que por favor no se lo cuentes a nadie. ¿Qué pasó anoche? —Taro estaba un poco harto de mis escapadas y temía no llevarme a casa a salvo por culpa de mi imprudencia. Menudo exagerado.
—Me ha dicho que no lo cuente. Yo soy una mujer de palabra —sonreí con picardía—. Dile que no se preocupe que estaré callada como una tumba.
El chico se fue contento mientras Taro seguía sin confiar mucho en lo que había ocurrido. Un mes después, aquella gente se volvió a marchar de noche, pero yo no quise salir. Era muy arriesgado, aunque me podía hacer una idea de lo que estaría pasando en la lejanía.
A los pocos días, nos separamos de ellos y antes de que se alejaran, me asomé por el carromato para enseñarle a Daag mis colmillos, mostrándole que era tan poco humana como él y los suyos. Tras superarse del susto, se marchó despidiéndose efusivamente de mí. Estaba sorprendida de que existieran otras criaturas extrañas diferentes a los vampiros. Pero había sido un descubrimiento muy interesante.
….....................................
El próximo capítulo será el desenlace de esta parte.