Vientos de Pasión-El Precio de la Esperanza-Ve L1

Episode 53

En el carruaje de adelante, Whitaker mantenía la mirada en la noche que desfilaba por las ventanas. No pensaba en Lilian. No verdaderamente. Ese asunto, para él, ya estaba resuelto — solo tomaba más tiempo del conveniente.
El matrimonio sucedería. Más temprano o más tarde. Porque así era como funcionaban las cosas. Y Lilian, como todas las mujeres de su mundo, acabaría comprendiendo lo obvio: su voluntad no tenía ninguna relevancia.

Lo que ocupaba sus pensamientos esa noche era mucho más importante.
A su lado, el convite para el baile en el Palacio yacía olvidado. La carta que realmente le interesaba había sido otra — la que había llegado esa misma mañana, enviada por sus socios.
El barco estaba listo.
El embarque tendría lugar en unos días.
Y el mensaje había sido claro:
O el dinero aparece… o el barco no zarpa.

Pasó los dedos lentamente por el borde del guante, su mirada endureciéndose.
Esa operación era demasiado valiosa. Una nueva ruta. Hombres suficientes para generar una fortuna en América. Y si ese transporte salía bien… las puertas se abrirían a un nuevo nivel de negocios. Uno donde ni Gabriel Sinclair — ni los favores de la Corona — podrían alcanzarlo.

El problema era el de siempre: dinero.
La inversión era pesada. Y los socios lo estaban presionando. Por un momento, su pensamiento volvió a Lilian — o mejor dicho, a su reciente obstinación. Desde que le mostró la carta, ella se había negado a verlo. Alegaba estar indispuesta.
Había intentado varias veces acercarse — flores, notas, recados cordiales… pero la respuesta siempre era la misma.
Lady Lilian se encuentra indispuesta.

Una sonrisa fría se dibujó en sus labios.
Indispuesta…
Claro que sí.

Se recostó, los ojos entrecerrados, su mente ya muy lejos de Lilian Cavendish.
Porque, al final, la voluntad de ella no cambiaba nada.
Él siempre conseguía lo que quería. Siempre.

La fila de carruajes formaba un espectáculo digno de la corte, los cascos de los caballos resonando sobre los adoquines. Criados se alineaban para ayudar a los invitados a descender, y los candelabros relucían en los pasillos de entrada del Palacio.

Cuando Lilian bajó del carruaje, los murmullos cesaron por un instante. Irradiaba una belleza imposible de ignorar. El vestido blanco contrastaba con su cabello oscuro, las piedras bordadas en la falda brillaban como si llevara la luz de la propia luna.
Tras ella, el Duque de Cavendish descendió con la misma altivez de siempre. Pero cuando su mirada se cruzó con la de su hija — por un instante apenas — Lilian vio lo que nunca imaginó ver: duda. No reprobación. No desaprobación. Solo… humanidad.

Lady Penélope apareció justo después, y juntos avanzaron hacia el interior del Palacio.
En lo alto de las escaleras, antes de entrar al gran salón, el Duque de Cavendish le ofreció el brazo. Un gesto simple. Un gesto inesperado.
Lilian lo miró, sorprendida.
Él no sonrió. Ni suavizó el tono. Pero cuando habló, su voz tenía un matiz que ella reconocía — orgullo.
— Levanta la cabeza, Lilian — dijo. — Eres mi hija.

Por un instante, su corazón dio un salto. No era una petición. Era una orden. Pero, viniendo de él… en ese momento… era todo lo que necesitaba.
Su padre nunca la abandonaría.

Lilian apoyó la mano en el brazo de su padre.
Y fue Lady Penélope, a su lado, quien completó en tono bajo, cómplice:
— Y ahora, querida mía… es momento de mostrarles a todos quiénes somos en realidad.

Lilian inspiró profundamente.
Y descendieron las escaleras juntos.

Dentro del salón, Gabriel acababa de llegar. Estaba quitándose los guantes cuando la vio.
Y el mundo… simplemente… se detuvo.

Al otro lado de la sala, Whitaker también percibió el impacto que Lilian causaba.
Y la sonrisa que se le formó en los labios no tenía nada de amable.

El Salón de Baile del Palacio de St. James era una visión de esplendor y grandeza. Imponentes arañas iluminaban los mármoles pulidos, y el techo pintado representaba escenas mitológicas sobre un fondo estrellado. La música flotaba en el aire, una melodía elegante que marcaba el compás de la noche.

La aristocracia ya se movía por el salón, saludándose con sonrisas ensayadas y susurros disimulados tras abanicos y copas de champán. Pero todos sabían que esa noche no era como las otras. El rey había convocado a la nobleza por una razón, y el escándalo que flotaba en el aire hacía que cada cruce de miradas estuviera cargado de significado.

Lilian se sintió observada y evaluada mientras avanzaba por el salón junto a su tía y su padre. Pero lo que realmente le molestaba eran los susurros apagados. Hablaban de ella. Y por eso no se sorprendió cuando Lord Sebastian apareció frente a ellos.
— Lady Lilian, Lady Penélope, Su Gracia — saludó con una reverencia impecable.
Lilian le devolvió el gesto con la misma precisión. Educada. Fría. — como siempre le habían enseñado.
— Lord Whitaker.
— No esperaba verla esta noche.
Ella sostuvo su mirada.
— ¿Por qué?
— Intenté visitarla en los últimos días. Me informaron que se encontraba indispuesta. Por lo que veo… ya se siente mejor.

El Duque, hasta entonces en silencio, intervino con sequedad.
— Mi hija no se sentía bien. Pero ya pasó.

La mirada que Whitaker le lanzó fue gélida. Un hombre acostumbrado a controlar… frustrado por sentir que el control se le escapaba.
Pero recuperó la sonrisa.
— Me alegra que esté mejor. — Volvió a mirar a Lilian. — Presumo que aún no ha sido invitada a la primera danza de la noche.

Y le extendió la mano. Educado. Cortés.
Antes de que Lilian pudiera responder, sintió el toque leve — pero firme — de la mano de su tía en su brazo, recordándole que no necesitaba ceder a voluntades ajenas.
— En realidad — intervino Lady Penélope, con la tranquilidad de quien ya había elegido su bando —, mi ahijada aún no ha tenido la oportunidad de considerar sus invitaciones.
— Entonces tal vez debería hacerlo ahora — insistió Whitaker, extendiendo la mano con seguridad.




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