Episodio 2

La mañana en Ravenshire Bay estaba fresca, con el olor a sal en el aire traído por la brisa que subía desde el puerto. El cielo, despejado, empezaba a teñirse de tonos dorados cuando Gabriel Sinclair cruzó el patio de su propiedad, sintiendo la familiaridad del lugar que ahora llamaba hogar.

Criados se movían en silencio, y, al otro lado del jardín, Lilian estaba sentada en un banco de piedra, sosteniendo a uno de los gemelos en brazos, mientras el otro jugaba cerca de los escalones de la entrada.

La serenidad matutina fue interrumpida por el trote apresurado de un caballo. El polvo del camino cubría el lomo del animal exhausto, pintando su pelaje de gris cuando el mensajero llegó, el semblante decidido, como si supiera que traía noticias importantes. Gabriel se irguió y avanzó para recibir al recién llegado.

— Mensaje urgente para el conde Sinclair. — anunció el hombre, entregando un sobre lacrado.

Gabriel reconoció el sello de inmediato. Damien Wesley. Rasgó el sello con un movimiento rápido y leyó las pocas líneas escritas con la caligrafía firme de su amigo.

Mi querido Gabriel,

Finalmente he regresado a Inglaterra. Llegué hoy a Londres y he traído conmigo a un amigo americano, un hombre de negocios que podría interesarte. Tendremos oportunidad de vernos pronto.

D.

Los ojos de Gabriel recorrieron las líneas trazadas con esa caligrafía firme e inconfundible. Damien había regresado. La noticia lo alcanzó con una extraña mezcla de nostalgia y anticipación. Una breve — y genuina — sonrisa se dibujó en sus labios.

Lilian se acercó, dejando a la niñera al cuidado de los niños.

— ¿Malas noticias? — preguntó, intentando echar un vistazo a la carta.

— Al contrario — dijo Gabriel, doblando el papel y deslizándolo en el bolsillo del abrigo. — Damien ya está en Londres y ha traído compañía.

Lilian sonrió.

— Así que Damien realmente ha vuelto.

Gabriel asintió, cruzándose de brazos.

— Parece que sí. Y con compañía.

Lilian inclinó ligeramente la cabeza.

— ¿Crees que ha cambiado?

Gabriel soltó una risa baja.

— ¿Damien? Lo dudo. Pero Londres ciertamente no será la misma con él cerca.

Lilian miró a sus hijos, pensativa.

— Escribiré a mi madrina. No me lo perdonaría si supiera que Damien ha vuelto y yo no la he avisado. Y conociéndola como la conozco… habrá una cena antes de que él tenga tiempo de recuperarse del viaje.

Gabriel la observó por un instante antes de asentir.

— Entonces será mejor que empecemos a prepararnos para Londres. Hace tiempo que no respiramos ese aire pesado de intrigas y buenas maneras forzadas.

Lilian soltó una risa suave.

— Sin duda. — dijo ella, encaminándose a la casa. No veía a Damien desde hacía años, pero sabía que para Gabriel, el amigo era más que un aliado, era uno de los pocos hombres en los que confiaba plenamente.

Inspiró profundamente antes de entrar. El suave aroma de la madera encerada se mezclaba con el delicado perfume de las flores frescas que adornaban el vestíbulo.

Lilian pasó una mano por su cabello, acomodando un mechón suelto, y se dirigió al despacho. Al entrar, cerró la puerta detrás de sí, permitiéndose un instante de silencio. La sala estaba iluminada por la luz suave de la mañana que atravesaba la ventana alta, reflejándose en los muebles de caoba oscura.

Se sentó en el escritorio y tomó una hoja de papel, sumergiendo la pluma en el tintero. La tinta se deslizó suavemente sobre el pergamino mientras escribía. Dobló la carta y la selló con un gesto preciso, imprimiendo el sello Sinclair en la cera caliente.

Llamó a uno de los criados que esperaba en el pasillo y le entregó el sobre.

— Envía esto a Lady Penélope lo antes posible.

El criado hizo una reverencia, tomó la carta y partió de inmediato. El sonido de las botas sobre el suelo de piedra resonó por el vestíbulo silencioso, llevando consigo la primera pieza de ese juego que comenzaba a desplegarse.