Esa tarde, Damien estaba en su despacho en Londres cuando el criado le entregó un sobre lacrado. Abrió la carta y sonrió al leer su contenido.
— Bueno, parece que ya saben que estoy de vuelta.
A su lado, el marqués Hawthorne, sentado en un sillón de cuero, giraba lentamente un vaso de whisky entre las manos.
— ¿Algo interesante? — preguntó, sin apartar la vista del líquido ámbar en su copa.
— Una cena de bienvenida — dijo Damien, cerrando el sobre con un gesto rápido. — Lady Penélope quiere reunir a la familia y a los amigos.
Hawthorne se quedó inmóvil por un instante. Penélope. El nombre lo golpeó como un impacto inesperado, arrancándolo del presente y llevándolo a un pasado que creía haber dejado enterrado.
— ¿Lady Penélope? — repitió, con la voz controlada.
Damien, ajeno a la súbita tensión de su amigo, se recostó en la silla.
— Sí. Lady Penélope Wellington… Antes de casarse era Penélope Cavendish.
El vaso en manos de Hawthorne quedó inmóvil. Penélope Cavendish. Sintió el corazón retumbarle en el pecho. La mujer que amó. La mujer que abandonó. Posó lentamente la copa sobre la mesa.
— Interesante... — murmuró. Luego alzó la vista hacia Damien con una discreta sonrisa. — Y supongo que la invitación también me incluye.
— Obviamente — dijo Damien, divertido. — Me parece una buena oportunidad para que conozcas a algunas personas importantes.
Hawthorne se llevó la mano al mentón, acariciándose la barba. ¿Qué ganaría estando presente? Penélope creía que él había desaparecido de su vida para siempre. Quizá era mejor mantenerlo así.
— Te lo agradezco, Damien, pero ya tengo otros planes.
Damien alzó una ceja, intrigado.
— ¿Estás seguro? Me parece que estás dejando pasar una excelente oportunidad para reforzar tu red de contactos.
El marqués tomó la copa y esbozó una sonrisa.
— Mis contactos ya son lo suficientemente vastos.
Damien soltó un suspiro resignado y negó con la cabeza.
— Muy bien. Pero no digas que no te lo advertí.
Hawthorne no respondió. Simplemente llevó la copa a los labios y bebió lentamente. Mentira. No tenía planes. Solo recuerdos. Y un temor absurdo a volver a verla.