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Habían llegado.
Clara, vestida con un elegante vestido azul oscuro, observaba con atención a los recién llegados. Hacía tiempo que no veía a Lilian y Gabriel, y sentía una verdadera alegría al reencontrarse con ellos.
En cuanto los vio bajar de las carrozas, un calor genuino le llenó el pecho y una sonrisa sincera suavizó sus rasgos. Lilian no dudó —avanzó hacia ella con los ojos brillando de felicidad.
— ¡Clara! —Avanzó sin titubear, entregando el bebé a la niñera antes de envolverla en un abrazo— un gesto cargado de afecto y de una amistad que el tiempo no había logrado desgastar.
— Estás aún más hermosa —comentó Clara al separarse ligeramente.
Lilian rió.
— O cansada. Pero agradezco el cumplido.
— No, hablo en serio —insistió Clara, con los ojos iluminados—. La maternidad te sienta bien.
Gabriel se acercó, con una sonrisa relajada en el rostro.
— ¿Y yo? ¿No recibo cumplidos?
Clara arqueó una ceja, divertida.
— Mi querido Gabriel, si esperas que te llame guapo, temo decepcionarte.
Gabriel soltó una carcajada y abrió los brazos.
— Si no es un cumplido, al menos un abrazo.
Clara no dudó en corresponder al gesto, abrazándolo brevemente pero con calidez.
— Gabriel.
Al separarse, posó la mirada en los niños y sonrió.
— ¿Puedo?
Lilian asintió, y Clara recibió con cuidado al bebé que la niñera le extendía. El pequeño, de ojos azul verdoso, la miró con curiosidad antes de soltar una risita y estirar su manita hacia su rostro.
Clara rió genuinamente, sosteniéndolo con delicadeza.
— Oh, es encantador.
— No te dejes engañar —murmuró Gabriel—. Cuando quieren, son pequeños tiranos.
Clara soltó una carcajada.
— Me imagino que los pilluelos tienen a quién parecerse.
El momento fue interrumpido por un sonido seco: el duque de Cavendish aclarando la garganta. Hasta entonces había permanecido en silencio, pero su presencia —como siempre— se hacía notar.
Clara sintió el cambio en el aire antes incluso de levantar la vista. El duque la observaba, con una mirada difícil de descifrar. Pero los ojos… los ojos delataban juicio.
— Curioso —dijo en un tono cortante—. Veo que la casa de mi hermana sigue siendo fértil en sorpresas.
El silencio se instaló, cortando el momento como una sombra inesperada. Clara se quedó inmóvil un instante. Luego, con serenidad, devolvió el bebé a Gabriel. El calor que antes la iluminaba se desvaneció, como si nunca hubiera existido. Cuando levantó la vista hacia el duque, ya no era la joven sonriente que abrazaba a sus amigos. Era una dama. Fría. Intocable.
— Tal vez, Su Gracia. Pero la verdadera sorpresa es que no todos se adaptan a los cambios de la misma forma. —Dijo Clara, con un tono impecablemente controlado.
El duque apretó los labios, visiblemente contrariado. Lady Penélope intervino antes de que la situación escalara, ocultando una sonrisa satisfecha por el rumbo de los acontecimientos.
— Lilian, querida, los aposentos ya están listos para ustedes. Imagino que querrás descansar antes de la cena.
Lilian miró a Clara, que se mantenía serena, pero ahora distante. Comprendía perfectamente lo que había ocurrido y le apretó la mano en un gesto de solidaridad.
— Entremos —dijo Gabriel, con la voz ligeramente tensa.
Lady Penélope tomó el brazo de Clara con naturalidad.
— Querida, ven conmigo. Hay detalles de la cena que quiero discutir contigo.
Clara no miró nuevamente al duque, simplemente alzó levemente el mentón y siguió al interior de la mansión al lado de Lady Penélope, sin mostrar ninguna perturbación. El duque permaneció inmóvil, observándola alejarse.
Lilian suspiró, conteniendo el desánimo, y lo miró a los ojos.
— ¿Por qué siempre tiene que ser así, padre?
El duque no respondió, limitándose a acomodarse los guantes con un aire culpable antes de seguir hacia el interior de la casa.
Gabriel y Lilian intercambiaron una mirada cómplice. La cena de esa noche prometía ser memorable, por razones que iban mucho más allá de las buenas maneras.
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