Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 2

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La mansión estaba inmersa en una discreta agitación, con sirvientes recorriendo los pasillos apresurados, cargando bandejas, ajustando los candelabros y asegurándose de que el comedor estuviera preparado hasta el más mínimo detalle.
Desde lo alto de la galería superior, Clara, ya lista para la cena, observaba el ritmo acelerado de la preparación, los dedos entrelazados sobre la barandilla de madera tallada. La seda del vestido color crema envolvía su silueta con la suavidad de una caricia, y el medallón, discreto, reposaba en su pecho expuesto por el modesto escote.

Sin embargo, su mente estaba lejos de allí. La cena de esa noche no sería solo un evento social. Damien Wesley había regresado. Recordaba las historias compartidas por Gabriel y Lilian, y la reputación que lo precedía. No era curiosidad lo que sentía. Era cautela. Hombres como él no eran peligrosos por ser brutales, sino porque sabían exactamente cómo doblar voluntades y manipular intenciones.

Aun así, no podía apartar una extraña sensación al recordar el paseo a caballo en Hyde Park. Tuvo la impresión de ser observada —uno de esos instantes fugaces en que la atención ajena parece pesar en el aire. Probablemente solo había sido una impresión.
Suspiró y bajó las escaleras, el rostro sereno e impenetrable.

El cuarto de Damien estaba bañado por la luz suave de las velas, cuyos reflejos temblorosos danzaban en las paredes decoradas con tonos sobrios y elegantes. Afuera, el murmullo distante de Londres se mezclaba con el sonido apagado de la tela mientras él ajustaba la chaqueta.

Abrochó la camisa con precisión —gestos automáticos, mirada atenta reflejada en el espejo. Londres le había sido familiar en otro tiempo, pero ahora se sentía un extraño en su propia ciudad. Y, esa noche, la cena de Lady Penélope sería la primera prueba a su paciencia.

Al pasar el cepillo por su cabello, una media sonrisa curvó sus labios. Pensó en la mujer que había visto a caballo en Hyde Park. La amazona desconocida, cuyo porte confiado y destreza montando lo habían intrigado inesperadamente. No tenía idea de quién era… pero algo le decía que no había sido la última vez que la vería.

Ajustó los gemelos y tomó el reloj de bolsillo, comprobando la hora. Tal vez el destino decidiera sorprenderlo. Tal vez la amazona fuera algo más que un misterio pasajero.

El comedor de la mansión de Lady Penélope resplandecía bajo la luz dorada de los candelabros, que se reflejaba en las superficies pulidas de la plata y los cristales. El ambiente era refinado, como cabía esperar de una anfitriona tan prominente en la sociedad londinense. La noche era de celebración.

Alrededor de la mesa, la élite aristocrática intercambiaba comentarios educados, acompañados por el tintinear discreto de los cubiertos contra las finas porcelanas. Pero no todas las palabras intercambiadas eran tan inocuas como las sonrisas dejaban parecer.

Lady Penélope, siempre encantadora, sonreía al conducir la cena con naturalidad. A su derecha, el duque de Cavendish lanzaba miradas críticas por la mesa. Gabriel y Lilian estaban lado a lado, atentos a los acontecimientos, mientras Clara y Theo ocupaban lugares estratégicos, ambas más observadoras que participantes inmediatas.

Gabriel, sin embargo, lanzaba miradas de reojo a Lord Pembroke, sentado algunos lugares más allá. Desde el episodio en el club, bastaba mirarlo para sentir cómo regresaba la vieja irritación. Sonrisas fáciles, modales pulidos… siempre ese disfraz preferido de los más peligrosos.

Damien, por su parte, no era un simple invitado pasivo. Su mirada atenta recorría la mesa como si cada intercambio de palabras fuera un duelo silencioso.
— La sociedad londinense se mantiene tan predecible como siempre —comentó Damien, sosteniendo la copa de vino entre los dedos.

Uno de los nobles, Lord Pembroke —siempre de sonrisa discreta y mirada demasiado aguda— rió suavemente.
— Mi querido Lord Wesley, “predecible” es un término interesante para describir un medio donde los escándalos son tan frecuentes como cenas como esta. —Lord Pembroke sostenía la copa con aire relajado—. Después de tanto tiempo ausente, finalmente ha regresado a Londres. Diría que sintió nostalgia, pero tengo la impresión de que no es del tipo de hombre que alberga nostalgias.

— ¿Nostalgia? —Damien arqueó ligeramente una ceja, girando la copa entre los dedos—. Creo que Londres sobrevivió perfectamente sin mí.

— Oh, sin duda —intervino Lady Rosalind Fairburn, una de las presencias más perspicaces de la noche—. Pero la cuestión es si usted sobrevivió sin Londres.

Algunas risas recorrieron la mesa, pero Damien se mantuvo impasible.
— El mundo es demasiado grande para que un hombre se ate a una sola ciudad —dijo, recostándose ligeramente en la silla—. Pero debo admitir que hay algo encantador en esta pequeña isla.

Lady Penélope soltó una risita ligera, mientras los demás nobles esbozaban sonrisas discretas.
Theo, que giraba lentamente la copa entre los dedos, arqueó una ceja con diversión.
— ¿Qué es más predecible, Lord Wesley? —preguntó, inclinándose ligeramente en la silla—. ¿La sociedad misma o el encanto que hombres como usted siguen sintiendo por ella, pese a su aparente desprecio?

Damien se volvió hacia ella, su sonrisa ampliándose apenas.
— Ah, Lady Ashford, sospecho que su tiempo en Oriente le ha dado una visión única de la hipocresía británica.

Theo se encogió de hombros, sin perder el tono relajado.
— O tal vez mis años en Oriente me enseñaron a distinguir quién realmente aprecia la sociedad de quién solo disfruta del juego que ofrece.

Gabriel soltó una risa ahogada, claramente disfrutando el intercambio de palabras.
— Diría que Damien y la alta sociedad británica tienen una relación complicada.

El duque, que hasta entonces había estado en silencio, lanzó una mirada severa a Damien.
— ¿Complicada? Yo diría más bien irresponsable —murmuró—. Los hombres de nuestra posición no pueden pasarse la vida huyendo de sus responsabilidades.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 01.10.2025

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