Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 4

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En la sala contigua, Clara y Theo encontraron un momento de respiro del ambiente del banquete.
— Y entonces —dijo Theo, recostándose en el sofá con una sonrisa divertida en los labios—, ¿te gustó la atención especial de Lord Wesley?

Clara suspiró, cruzándose de brazos.
— Es un hombre irritante —dijo en tono neutro—. Pero tiene el don de provocar reacciones.

Theo soltó una carcajada.
— Oh, sin duda. Y tú no se lo pusiste fácil.

Clara sonrió.
— Creo que no está acostumbrado a mujeres que no caen inmediatamente en su juego.

— Quizá eso es lo que lo divierte —sugirió Theo, inclinándose hacia adelante—. O quizá solo está buscando un nuevo desafío.

Clara rodó los ojos.
— Si es un juego, pronto descubrirá que no soy una pieza fácil de mover.

Theo rió.
— Oh, querida, en eso estamos de acuerdo.

Más tarde esa noche, cuando los invitados empezaron a dispersarse hacia la sala de música y los salones de conversación, Clara aprovechó el momento y salió al balcón, donde la brisa fresca de la noche era un alivio bienvenido.

El silencio contrastaba fuertemente con el bullicio del banquete. Ella deslizó los dedos por la barandilla de piedra fría, perdida en sus pensamientos, hasta que sintió una presencia detrás de sí.

— ¿Necesita un momento para recuperarse de las batallas de la noche? —La voz de Damien sonó baja y cargada de diversión, pero sin la malicia habitual.

Clara no se giró de inmediato. Mantuvo la mirada en la oscuridad del jardín, como si la noche pudiera ofrecerle alguna respuesta.
— Si se refiere al duque y sus opiniones anticuadas, no me afectaron en lo más mínimo —dijo al fin—. Y si se refiere a usted… ni vale la pena perder mi tiempo en pensarlo.

Damien sonrió al oír la última parte.
— Convincente, Lady Clara. Pero ¿tiene idea de lo mucho más intrigante que se vuelve cuando finge desinterés?

Entonces ella se giró lentamente para encararlo. La luz parpadeante de los candelabros del balcón iluminaba sus rasgos, realzando el brillo discreto de sus ojos.
— ¿Y usted, Lord Wesley? —murmuró—. Siempre tan seguro de sus palabras… ¿sería tan difícil de creer que no todo gira a su alrededor?

Damien no retrocedió. Al contrario, se acercó ligeramente, lo suficiente para que Clara pudiera sentir su presencia de forma más intensa. Pero no la tocó.
— Tal vez no —admitió en tono más bajo—. Pero tengo un talento especial para distinguir un desafío cuando lo veo.

Clara sintió que el corazón le latía un poco más rápido, pero no desvió la mirada, no retrocedió.
— ¿Y si le dijera que no soy un desafío?

Damien inclinó levemente la cabeza, observándola como si intentara descifrar un misterio que lo intrigaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
— Sería la primera mujer en decirme eso con tanta convicción. ¿Le importa si le hago una pregunta?

Clara arqueó ligeramente una ceja, la voz teñida de ironía.
— Ha estado haciéndolas sin pedirme permiso. ¿Qué ha cambiado?

Damien sonrió, divertido con la respuesta.
— Su medallón. ¿Dónde lo consiguió?

Clara deslizó los dedos sobre el pequeño objeto frío contra su piel antes de envolverlo en la mano. Su mirada se posó en él un instante, como si lo viera bajo una nueva luz.
— Siempre lo he tenido. Es una herencia familiar. ¿Por qué?

Damien la observó atentamente, evaluando su reacción antes de responder:
— Nada. Solo despertó mi curiosidad. Es parecido al de Gabriel.

Guardó silencio un segundo más, luego se inclinó ligeramente, la mirada fija en la de ella.
— Es curioso… algunas personas esconden sus secretos detrás de palabras. Otras… detrás del silencio.

Clara no respondió. Simplemente apretó el medallón con más fuerza, como si el gesto pudiera protegerla de verdades aún por descubrir.

Damien se apartó sin decir nada más. Y, aun así, su ausencia parecía ocupar el espacio como una presencia dejada a propósito.

En el salón, la noche llegaba a su fin. Los invitados empezaban a despedirse mientras los criados se movían discretamente, retirando bandejas y llamando a los carruajes. La cena de bienvenida a Damien llegaba a su término, pero la marca que dejaba en quienes participaron estaba lejos de desaparecer.

Lady Penélope mantenía una sonrisa educada mientras los últimos nobles se marchaban, satisfechos con la dosis justa de intriga y entretenimiento de la velada. El duque se había retirado temprano, sin ocultar su desagrado por el rumbo de las conversaciones, y Gabriel y Lilian se retiraban a sus aposentos con los gemelos.

Clara se quedó cerca, esperando solo a que Theo terminara una última charla animada con uno de los invitados.

Entonces Damien se acercó.
— Lady Clara —dijo, la voz baja y envolvente—. Le agradezco la compañía esta noche. Ha sido… inesperadamente interesante.

Ella alzó ligeramente el mentón, los ojos brillantes.
— Espero que haya disfrutado de su regreso a Londres, Lord Wesley.

Él sonrió.
— Digamos que no me he sentido decepcionado. —Entonces, en un gesto elegante y sin prisa, Damien tomó su mano e inclinó la cabeza para besarla. Pero no la soltó de inmediato. Sus dedos permanecieron sobre los de ella unos segundos más de lo necesario, el pulgar rozando casi imperceptiblemente la piel suave del dorso de su mano.

Clara sintió en la piel la atención que él le dedicaba.

Por fin, Damien se apartó, pero su mirada permaneció fija en la de ella un momento más largo de lo esperado.
— Buenas noches, Lady Clara. —Sin esperar respuesta, soltó su mano y se alejó, el eco de sus pasos desvaneciéndose por el pasillo.

Clara se quedó inmóvil un instante, los labios ligeramente entreabiertos, sintiendo un calor inexplicable donde los dedos de él la habían tocado.

Theo apareció a su lado, observándola con interés.
— Bueno —dijo, inclinando la cabeza—. Eso fue… inesperado.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 07.08.2025

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