Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 4

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La rabia incendiaba el pecho de Lady Evangeline, extendiéndose por su cuerpo como un veneno lento. El cristal de la copa de licor tembló entre sus dedos al dejarla sobre la mesa de mármol del salón privado, los labios contraídos en una línea tensa.

Desde que Damien regresó a Londres, no había habido un solo momento de paz. La noticia de la cena de bienvenida organizada por Lady Penélope se había propagado rápidamente por los salones, y Evangeline había escuchado cada murmullo, cada insinuación velada. Pero nada la había preparado para lo que Lord Pembroke insinuó aquella mañana.

—Tienes un aire sombrío, querida mía —comentó Lord Pembroke, cruzando las piernas mientras se servía el té que un criado le había traído—. Imagino que la noche fue difícil.

Evangeline no le dio la satisfacción de una respuesta inmediata. Se irguió en el sillón tapizado de terciopelo, deslizando los dedos por el borde de su copa de licor antes de mirarlo con una frialdad gélida.
—Habla, Pembroke. ¿O piensas seguir perdiendo el tiempo con juegos?

Lord Pembroke soltó una risa ligera, dejando la taza sobre el platillo con un tintinear delicado.
—Mi querida Lady Evangeline, siempre tan impaciente. Muy bien, iré al punto. Sabes que Lord Wesley ha regresado a Londres. ¿Sabes lo que hizo durante la cena en su honor?

Los dedos de Evangeline se clavaron ligeramente en el brazo del sillón.
—Estoy esperando tu gran revelación.

Pembroke se inclinó hacia delante, con los ojos brillando de malicia.
—Digamos que parece haber encontrado un nuevo entretenimiento… una joven de presencia intrigante.

Evangeline rió, pero la risa no llegó a sus ojos.
—Damien siempre tuvo distracciones, Pembroke. Es un hombre sin lealtad.

—Tal vez. Pero esta vez hay algo más. Durante toda la cena, sus ojos volvían siempre hacia la misma dirección. Y lo más curioso… es que la atención era recíproca.

Un escalofrío desagradable recorrió la espalda de Evangeline.
—… ¿Quién?

Pembroke llevó la taza a los labios, deleitándose con su vacilación antes de responder en un tono falsamente casual.
—Lady Clara Wellington.

Por un instante, Evangeline sintió que perdía el aliento.
—¿Quién?

—Oh, seguro que la conoces. La joven que Lady Penélope adoptó hace poco más de un año. Bonita, sí… pero innegablemente de ascendencia oscura.

Evangeline apretó los dientes, y sus ojos castaños, realzados por el delineado impecable, brillaron con furia contenida. Damien Wesley había vuelto. Y, peor aún, parecía no haber perdido el tiempo en retomar su lugar en la sociedad, como si los años de ausencia no hubieran sido más que un capricho. Siempre había sido así: libre, intocable, imposible de atrapar.

Ella lo había aprendido de la peor manera. Y ahora, como si no bastara, ya tenía una nueva distracción. Había escuchado rumores sobre esa Clara: una joven sin nombre, sin pasado, súbitamente elevada a la posición de dama.

—Eso no significa nada. Damien se entretiene con cualquier cosa que le divierta.

—Tal vez —concedió Pembroke, inclinando levemente la cabeza—. Pero fue interesante verlo tan absorto.

Evangeline respiró hondo, esforzándose por no dejar que su agitación se notara. No sería derrotada por una mujer sin título, sin sangre aristocrática. Pero, en el fondo, el temor la carcomía. Sabía lo que Damien Wesley era capaz de hacer cuando se interesaba por algo.

Se recostó, los ojos perdidos en el vacío. La rabia le latía en las venas al recordar el pasado. Se había entregado a él, convencida de que podría manipularlo como había hecho con tantos otros: necios, hombres débiles que cedían ante su sonrisa y las promesas susurradas en noches perfumadas de deseo. Pero Damien… Damien nunca había sido débil. Siempre había visto a través de ella. Y eso aún la atormentaba.

Su ascenso social no había sido accidental. Sabía lo que era crecer sin privilegios, ser considerada desechable por aquellos a quienes había nacido para servir. Pero usó cada uno de esos momentos como combustible para su ambición. El primer amante le dio vestidos caros. El segundo, joyas. El tercero, un apellido respetable.

Y cuando ese título se volvió insuficiente, se casó con un hombre mayor, pero lo bastante influyente como para garantizarle un lugar entre las damas de la sociedad.

No importaba que las aristócratas cuchichearan a sus espaldas, que nunca la aceptaran del todo. Intentó atrapar a Damien de todas las formas: seduciéndolo, enredándolo, incluso ofreciéndole matrimonio.

Pero Damien nunca aceptó sus reglas. Y ahora había regresado. Y, peor aún, había otra mujer en su camino.

La furia le ardía en las venas. No importaba quién fuera esa Clara, ni cuánta atención Damien le dedicara.
Damien volvería con ella. Aunque para eso Clara Wellington tuviera que desaparecer: de la sociedad, de su vida, del mismo mapa de Londres.

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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 07.08.2025

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