Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 5

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El sol se filtraba por las cortinas del dormitorio, bañando el espacio en una luz dorada y suave. El aroma distante del té y del pan recién hecho llegaba desde el piso inferior, señal de que la casa ya estaba despierta.
Ella abrió los ojos lentamente y sintió de inmediato la rigidez en los músculos. El entrenamiento del día anterior había dejado huellas: un dolor sordo en brazos y piernas, como si cada fibra recordara el esfuerzo.

Inspiró hondo, quedándose acostada unos instantes más. El cuerpo se quejaba, pero la mente estaba alerta, inundada por los pensamientos que la atormentaban desde el encuentro con la antigua criada. Lady Penélope siempre lo supo.

La idea martilleaba en su cabeza, volviendo imposible apartar la creciente duda. Durante todo ese tiempo había aceptado el cariño y la guía de su madrina sin cuestionar, agradecida por la vida que le había sido concedida. Pero ya no bastaba. Ya no tenía certezas.

Suspirando, apartó las sábanas y se sentó al borde de la cama, cerrando los ojos un instante antes de levantarse. El espejo alto reflejó su silueta a medida que se acercaba, con el cabello suelto y ligeramente ondulado cayéndole por la espalda. Apoyó las manos sobre el tocador, observándose con atención.

El reflejo que la miraba no era solo el de una joven en ropa de dormir de encaje delicado. Veía algo más profundo en sus propios ojos: una determinación que antes no poseía. Había cambiado. Tal vez la fuerza siempre había estado allí —simplemente nunca se había permitido reconocerlo.

Con un movimiento firme, comenzó a prepararse para el día. Escogió un vestido de muselina verde y dejó que la doncella la ayudara a ajustar el corsé. Cada botón cerrado era un recordatorio del autocontrol que necesitaba mantener. Hoy hablaría con Lady Penélope.

—¿Está todo bien, milady? —preguntó la criada, acomodando la manga del vestido con delicadeza.

Clara pestañeó, regresando al presente. La joven era atenta y claramente había notado su ansiedad.

—Sí, todo bien —respondió, antes de añadir en un tono más bajo—: Solo una mañana diferente.

La doncella sonrió, pero Clara apartó la mirada. Una mañana diferente… No. Una mañana decisiva.

Inspiró profundamente, intentando calmar el tumulto dentro de sí. La anticipación crecía, y todo a su alrededor parecía más vívido, más intenso.

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Mientras bajaba la escalera, percibió el tenue perfume de las flores frescas que adornaban la entrada del comedor. El murmullo de conversaciones llenaba el ambiente, marcando el inicio de un nuevo día.

La sala ya estaba animada cuando Clara entró. Gabriel y Lilian estaban en la mesa, los gemelos acomodados en un pequeño moisés al lado, mientras el duque hojeaba el periódico, tomando su té con la dignidad habitual.

Lady Penélope, sentada en la cabecera, sonrió al verla entrar.
—¿Dormiste bien, querida?

Clara vaciló. El tono cariñoso de su madrina, antes un consuelo, ahora despertaba dudas.
—Lo suficiente —respondió, tomando el lugar vacío.

Lady Penélope le sirvió té, como siempre hacía, pero Clara observaba cada gesto con otros ojos. ¿Estaría ocultando secretos sobre su origen?

La cuchara tintineó levemente contra la porcelana cuando Clara la dejó en el platillo. No podía esperar más. Hoy descubriría la verdad.

El discreto murmullo de los criados llenaba el salón, el tintinear de porcelana y plata mezclándose con el olor de tocino y pan recién horneado. Clara observaba a Lady Penélope, que, con la habitual elegancia, llevaba la taza a los labios, aparentemente ajena a la inquietud que ella sentía.

La mañana prosiguió como cualquier otra. Pero dentro de Clara, todo había cambiado. Los rostros familiares a su alrededor se transformaban en piezas de un enigma aún por descifrar. Las dudas pesaban en sus hombros, la urgencia de respuestas creciendo con cada instante.

Esperó hasta que la casa entró en su rutina: criados ocupados, Lilian y Gabriel distraídos con los bebés, y el duque retirado a sus propios asuntos. Cuando la oportunidad surgió, Clara siguió a Lady Penélope hasta la biblioteca, donde la encontró sola, hojeando un libro junto a la chimenea.

—Necesitamos hablar —anunció Clara, cerrando la puerta tras de sí.

Lady Penélope alzó la mirada, la sorpresa dando lugar a una sonrisa.
—Claro, querida. ¿Qué ocurre?

Clara respiró hondo. No quería rodeos.
—¿Quién soy yo? Quiero saber la verdad.

La pregunta cortó el aire.

Lady Penélope se esforzó en mantener la serenidad, pero el brillo en sus ojos delataba su nerviosismo.
—Clara… —comenzó, dejando el libro con cuidado.

—Ya no soy la inocente de hace dos años —interrumpió Clara con voz firme—. He pasado este tiempo aceptando lo que se me dio sin cuestionar. Pero ayer... alguien me dijo que Lady Carolyne Cavendish mencionó que yo era de la familia.

El silencio que siguió fue asfixiante.

Lady Penélope apretó los dedos sobre la tapa del libro y desvió la mirada antes de recomponerse.
—Algunas verdades no deben ser dichas sin certezas —dijo al fin en un tono calmo.

La frustración creció en el pecho de Clara.
—Entonces lo sabe. Sabe algo —y me lo ha ocultado.

—No se trata de ocultar —replicó Lady Penélope, mirándola ahora directamente—. Sino de tener certezas antes de hablar. El pasado es un lugar nebuloso, Clara, y algunas respuestas no siempre son lo que esperamos.

Esas palabras no bastaban.

Si había un secreto, debía ser revelado ahora —no cuando fuera conveniente.
—¿Y cuánto más va a esperar? —inquirió, cruzando los brazos.

Lady Penélope abrió la boca para responder, pero dudó.

Clara entendió, en ese instante, que nada la haría hablar antes de tiempo. Solo revelaría la verdad cuando estuviera lista.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 14.09.2025

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