Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 6

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Lady Evangeline se recostó en el sillón de terciopelo, los dedos recorriendo el borde de la copa de cristal, la mirada fija en el reflejo distorsionado del vino rojo. El silencio del salón solo se rompía con el crepitar de la chimenea y el tintinear del líquido contra el vidrio mientras lo hacía girar, pensativa.
— Tengo que estar donde él esté — murmuró, más para sí misma que para Pembroke.

Lord Pembroke, que la observaba con aire divertido, se acomodó, cruzando una pierna sobre la otra.
— Entonces necesitas una invitación para los eventos correctos — dijo con un tono insinuante.

Evangeline alzó la mirada, evaluándolo.
— ¿Me vas a ayudar con eso? ¿Qué quieres a cambio, Pembroke?

Pembroke rió suavemente, jugueteando con la cadena del reloj de bolsillo.
— Querida mía, soy un hombre generoso. Pero siempre hay un precio.

Ella se inclinó hacia adelante, los ojos brillando bajo la luz de las llamas.
— A ti te gusta el caos, Pembroke, y voy a darte la oportunidad de presenciar el espectáculo de cerca.

Esbozó una sonrisa ladeada.
— Supongo que quieres que te asegure una o dos invitaciones.
— No seas modesto. Sabes exactamente cómo manipular una situación para abrir puertas — dijo ella, ajustando con elegancia los puños de encaje.
— Quiero saber a dónde irá Damien después. Si hay un evento exclusivo donde estará presente, quiero una invitación antes de que siquiera sea consciente de que estoy allí… y lista para atraparlo.

Pembroke fingió pensarlo, pero Evangeline lo conocía demasiado bien para creerlo. Él ya tenía una respuesta.
— Hay un evento en unos días… una recepción privada organizada por Lord Whitmore. Solo para caballeros influyentes y algunas damas, un círculo muy restringido.

Evangeline sonrió lentamente.
— Y Damien estará allí.
— Sin duda — afirmó Pembroke. — Pero temo que tu presencia pueda resultar… inconveniente.

Evangeline soltó una breve carcajada, inclinándose en el sillón.
— ¿Inconveniente? ¿O simplemente inesperada?

Lord Pembroke giró la cadena del reloj entre los dedos, los labios arqueándose en una sonrisa discreta.
— Ya sabes cómo es el círculo de Lord Whitmore. Hombres que disfrutan de la compañía de otros hombres, damas murmurando, todo muy aristocrático, sin distracciones femeninas.
— Entonces tendré que ser más que una distracción — murmuró Evangeline, levantándose despacio.

El vestido de satén se deslizó sobre la alfombra mullida cuando se acercó a la chimenea, la luz de las llamas danzando sobre sus rasgos refinados.
— ¿Conoces a alguien en la casa de Whitmore? Algún criado… alguien que necesite una pequeña… recompensa.

Pembroke rió bajo, deleitado con su astucia.
— Nunca subestimé tu capacidad de adaptación, Evangeline. Pero sí, creo que puedo encontrar a alguien que cierre los ojos en el momento adecuado.

Evangeline se volvió, sosteniendo la copa de vino entre sus dedos esbeltos.
— No quiero simplemente estar allí, Pembroke. Quiero ver a Damien. Quiero que él me vea. Quiero que sepa que nunca estoy realmente fuera de su camino.

Pembroke sonrió con ironía.
— Eso, querida mía, puedo asegurarlo.

Evangeline bebió un sorbo de vino y sonrió, complacida.
Ya lo había perdido una vez. Ahora, él aprendería lo que significaba ser verdaderamente cazado.

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El sol apenas despuntaba sobre Londres cuando Damien Wesley despertó. El calor de la cama contrastaba con el frío de la mañana, pero su cuerpo estaba despierto, incapaz de volver a dormir. Y sabía exactamente por qué. Clara.

Las imágenes del entrenamiento aparecían en su mente como si aún sucedieran frente a sus ojos: el movimiento ágil, la precisión de los golpes, la forma en que se levantó después de caer — sin vacilar, sin miedo.
No era un truco ensayado para impresionar, ni un juego trivial. Ella sabía lo que hacía.

Por primera vez, Damien sintió que Clara no era solo una joven aristócrata con lengua afilada y porte elegante. Había en ella algo diferente, algo que no encajaba en los moldes de Londres. No era una mujer entrenada para sonreír y retroceder cuando un hombre levantaba la voz. Conocía la fuerza y la disciplina.

Se giró en la cama y pasó una mano por el rostro, irritado consigo mismo. ¿Desde cuándo una mujer lo mantenía tan distraído? ¿Desde cuándo permitía que el simple recuerdo de alguien ocupara sus pensamientos al despertar?

Con un suspiro resignado, apartó las sábanas y se levantó. El frío de la mañana lo hizo inspirar profundamente. Tal vez una buena dosis de trabajo lo ayudara a sacarla de su mente.

Se vistió con eficiencia, dejando que el criado ajustara el chaleco sobre la camisa blanca antes de entregarle el abrigo. Tenía asuntos que atender. Apenas terminó, salió de sus aposentos y, con paso decidido, se dirigió a la sala de desayuno.

El sol matinal se filtraba por los altos ventanales del despacho, iluminando la madera oscura del escritorio. El ambiente estaba tranquilo, interrumpido solo por el ocasional crepitar de la chimenea y el murmullo distante de la ciudad despertando a un nuevo día. El mayordomo abrió la puerta y anunció a Gabriel, que entró con pasos firmes, seguido del criado.
— Milord, su correspondencia — informó el mayordomo, entregando un montón de cartas a Damien.
— Gracias — respondió Damien, hojeando los sobres sin gran interés. Luego lanzó una mirada al criado. — Gracias, Mortimer. Envíe café.
— Sí, milord. — El mayordomo hizo una leve reverencia y se retiró.

Gabriel dejó los guantes sobre el brazo de la silla antes de sentarse, observando a Damien con mirada evaluadora.
— Espero que hayas descansado después de la cena.
Damien esbozó una sonrisa.
— Fue una noche interesante. Lady Penélope sabe cómo recibir. Ayer simplemente estuve deambulando.
— Hum… — comenzó Gabriel. — Supongo que no me llamaste solo para elogiar a nuestra anfitriona y contarme que estuviste deambulando.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 14.09.2025

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