Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Capitulo 6

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La mañana había despertado cubierta por una fina niebla cuando Lady Penélope descendió los escalones de la mansión. El sonido rítmico de sus pasos se mezclaba con el suave agitar de las hojas de los árboles, aún húmedas por el rocío nocturno. El carruaje la esperaba en la entrada, las lámparas aún encendidas, proyectando un resplandor amarillento sobre la piedra del empedrado.

El cochero, ya listo, se apresuró a abrirle la puerta. Penélope dudó un instante antes de subir, el corazón acelerado por lo que estaba a punto de enfrentar. En cuanto se acomodó en el asiento tapizado de terciopelo, respiró hondo.

Sentía el cuerpo tenso, la respiración agitada. La conversación con Clara del día anterior no salía de su cabeza. Ella sabe que hay algo oculto. Y, peor aún, está dispuesta a descubrirlo por sí misma. La idea la aterraba. Había llegado el momento de enfrentar el pasado.

El viaje transcurrió sin incidentes, pero con cada calle que pasaba, el peso en el pecho de Penélope se hacía más difícil de ignorar. Cuando finalmente el carruaje se detuvo frente a la modesta casa en las afueras de Londres, dudó un instante antes de bajar.

La casa era sencilla pero bien cuidada, con un pequeño jardín al frente. Y allí, entre los rosales ligeramente gastados por el tiempo, estaba la mujer que buscaba.

La antigua criada de Carolyne levantó la vista en el instante en que Penélope se acercó. Una leve sonrisa asomó en sus labios.
— La estaba esperando, milady.

La voz de la mujer era serena, pero traía consigo la gravedad de quien sabía que aquel encuentro era inevitable. Penélope sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
— Siempre supe que este día llegaría, Lady Carolyne me lo advirtió —continuó la mujer, limpiándose las manos en el delantal y señalando hacia la puerta—. Venga, entre. Tenemos mucho de qué hablar.

Sin decir palabra, Penélope la siguió al interior de la casa. La sala era pequeña pero acogedora. El aroma de té de hierbas se mezclaba con el leve olor a leña quemada de la chimenea. La mujer se movía con familiaridad por el espacio, tomando una tetera y comenzando a preparar la bebida.

Penélope permaneció de pie un instante antes de sentarse en una de las sillas junto a la mesa. El silencio flotó entre ellas, interrumpido solo por el suave tintinear de la porcelana.
— Dígame… —la voz de Penélope sonó baja, pero firme—. ¿Le contó todo a Clara?

La mujer se detuvo un instante antes de dejar la taza en el platillo y volverse hacia ella.
— No. No me correspondía hacerlo.

El alivio momentáneo fue rápidamente reemplazado por el temor. Penélope entrelazó las manos sobre el regazo, sintiendo cómo crecía la tensión en su interior.
— Entonces, ¿qué fue lo que no le dijo?

La mujer la miró y la respuesta vino sin vacilación:
— Que es su hija.

El mundo pareció encogerse. El sonido de la tetera silbando al fondo ya no llegaba a sus oídos. La frase quedó suspendida en el aire, inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. El corazón se le desbocó. La mente se negaba a aceptar lo que había escuchado. El aire de la sala parecía de pronto insuficiente. Sentía el corazón latir como si quisiera escaparse de su pecho, la mente rehusando aceptar lo que acababa de oír.
— No… eso no puede…

Pero la voz se le quebró antes de terminar la frase.

La sala giró a su alrededor. La sangre pareció huirle del rostro, las manos temblaban sobre el regazo. Sintió las fuerzas abandonarla y, por un instante, creyó que se desmayaría. La verdad, esa verdad que siempre había buscado, estaba finalmente frente a ella: clara, innegable y abrumadora.

Lady Penélope salió de la casa con pasos vacilantes, como si la tierra bajo sus pies ya no le diera la misma seguridad.

El aire frío le rozó la piel, pero ni siquiera eso fue suficiente para disipar el torbellino dentro de ella. El sendero de piedra se le hizo interminable, y cada paso resonaba con la revelación que aún reverberaba en su mente. Lady Clara es su hija. Durante años había buscado algo que siempre se le escapaba. Ahora, el destino le lanzaba la verdad sin previo aviso, sin prepararla para lo que significaba.

Pero la mujer no se había limitado a esa frase demoledora. Con la misma serenidad, añadió:
— Fue Lady Carolyne quien me lo dijo. Y hay una partida de nacimiento que lo prueba.

El impacto fue inmediato. Penélope sintió un frío interno, incapaz de pronunciar palabra.
— Su padre y su hermano nunca lo supieron —continuó la mujer, dejando la cuchara sobre la mesa—. Lady Carolyne jamás les contó nada. Nadie, aparte de mí, sabía la verdad.

Penélope sintió la respiración entrecortada. Así que por eso… por eso nunca hubo señales ni sospechas.

La mirada de la antigua criada se suavizó, pero las siguientes palabras fueron el golpe final:
— Lady Carolyne falleció antes de poder contarlo.

Llegó al carruaje sin recordar haber recorrido el trayecto. El cochero la miró de reojo, quizá notando su palidez, pero no comentó nada. Con un gesto automático, abrió la puerta y la ayudó a subir.

En cuanto se acomodó en el asiento de terciopelo, entrelazó los dedos en el regazo y miró por la ventana hacia el paisaje inmóvil. El carruaje arrancó suavemente, alejándose de la casa y llevándose consigo todo lo que ella creía saber sobre sí misma.

Dentro del carruaje, sintió que le faltaba el aire y el ruido de las ruedas sobre la piedra no lograba acallar las palabras de la criada.
¿Cuántas veces había pensado en esa posibilidad? ¿Cuántas veces había intentado encajar piezas sueltas, entre susurros, recuerdos lejanos y gestos de afecto que nunca pudo justificar? Siempre había existido una duda, una inquietud silenciosa. Pero ahora… ahora no quedaban más preguntas. Solo un vacío abrumador que la hacía sentirse frágil por primera vez en muchos años.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 14.09.2025

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