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El día comenzaba a declinar sobre Londres cuando Damien entró en la biblioteca. Sin prisas, se dirigió a la mesa de bebidas y se sirvió un coñac. El aroma de la chimenea se mezclaba con el ligero olor a tabaco que flotaba en el aire.
Miró a Hawthorne, que se encontraba junto a la ventana, girando distraídamente un vaso de whisky entre los dedos. Estaba a punto de preguntarle el motivo de aquel silencio pensativo, cuando la puerta se abrió y el mayordomo entró.
— Milord, han llegado invitaciones para su consideración.
Damien arqueó una ceja mientras tomaba los sobres lacrados. El primero llevaba el sello de Lord Whitmore, y al romper el lacre, sus ojos recorrieron rápidamente las palabras escritas con una caligrafía elegante:
Lord Wesley,
Tenemos el placer de invitarle a una recepción privada en nuestra residencia dentro de tres noches. Será una noche de oportunidades y conversaciones entre caballeros influyentes. La invitación se extiende también a Lord Hawthorne.
Lady Eleanor Whitmore supervisará a las damas que sean invitadas.
Cordialmente,
Lord Whitmore.
Damien inclinó ligeramente la cabeza, los labios curvándose en una media sonrisa.
— Interesante. No esperaba una invitación de Whitmore.
Hawthorne, que hasta entonces mantenía la vista en el horizonte, se volvió lentamente.
— ¿Lord Whitmore, dices? — Su tono era neutro, pero había un brillo de curiosidad en sus ojos.
Damien alzó la invitación.
— Está dirigida a mí, pero menciona también tu presencia. Parece que quieren conocer al misterioso americano que me acompaña.
Hawthorne dejó el vaso de whisky sobre la mesa y cruzó los brazos.
— ¿Y cuál es tu impresión de este Whitmore?
Damien sonrió.
— Rico. Influyente. Y meticuloso en la elección de sus compañías.
Hawthorne reflexionó un instante antes de asentir levemente.
— Si este círculo restringido de caballeros influyentes puede ser útil, aceptaré la invitación.
Damien soltó una risa baja.
— Lo imaginaba. — Tomó una pluma y, sin vacilar, escribió su respuesta aceptando la invitación.
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En casa de Lady Penélope, Gabriel abrió el sobre dirigido a él. La invitación de Whitmore no era una sorpresa, pero sus ganas de asistir eran prácticamente nulas. Suspiró y dejó la carta sobre la mesa mientras Lilian, sentada junto a la chimenea, lo observaba con curiosidad.
— ¿No vas a ir? — preguntó ella, arqueando una ceja.
— No me interesa. Esas reuniones siempre son un juego de poder. Además, prefiero pasar la noche aquí contigo y con los niños.
Lilian sonrió suavemente.
— Sabía que dirías eso.
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En la biblioteca, el Duque de Cavendish analizaba la carta recién llegada, leyendo cada línea con atención, mientras las cejas se le fruncían ligeramente. Sin mostrar vacilación alguna, dobló la invitación con precisión y se la entregó al mayordomo.
— Responda con mi negativa — declaró con tono firme —. Esos encuentros no son más que un desfile de vanidades y ambiciones fútiles. No desperdiciaré mi tiempo en tales trivialidades.
El mayordomo hizo una reverencia.
— Sí, Su Gracia.
Y se retiró en silencio, dejando al Duque solo en el despacho. Por un instante, permaneció inmóvil, observando el crepitar de la chimenea, como si buscara respuestas en las llamas danzantes. Incluso sin estar presente, sabía que habría susurros y comentarios… algunos que tal vez preferiría evitar.
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La vela parpadeaba en el candelabro de plata, proyectando sombras en las paredes del elegante salón privado de Lady Evangeline. El silencio era espeso, roto únicamente por el suave tintinear del anillo dorado que deslizaba por el cristal de su copa de vino. Su mente giraba con cálculos minuciosos, cada paso de su plan delineado con la precisión de un maestro de ajedrez.
Sentada en la chaise longue de terciopelo color vino, Evangeline repasaba mentalmente los detalles que Pembroke le había proporcionado. La recepción privada de Lord Whitmore era el escenario perfecto. Un evento exclusivo, reservado solo a los más influyentes, y Damien estaría allí.
No le impedirían la entrada; Pembroke se encargaría de eso. Se levantó con un movimiento grácil, acercándose al espejo y observándose con ojo crítico. Había elegido un vestido de satén y terciopelo. Un collar de diamantes descansaba sobre su piel expuesta, reflejando la luz de las velas como estrellas atrapadas en su cuello.
La puerta se abrió suavemente y una figura masculina entró. Su ayuda de cámara, un hombre discreto y eficiente, hizo una reverencia respetuosa.
— Todo está listo, milady. El carruaje espera en la calle lateral y Lord Pembroke aguarda su llegada.
Evangeline sonrió lentamente, satisfecha con la eficiencia del plan.
— Perfecto. — Tomó un par de guantes largos y se los deslizó por los brazos, completando el conjunto.
— Milady… si me permite la pregunta — el criado vaciló, su voz cautelosa —. ¿Qué espera lograr esta noche?
Evangeline se miró una última vez en el espejo antes de girarse hacia él.
— No se gana una guerra sin antes probar el campo de batalla — respondió, ajustando la máscara —. Y esta noche, Lord Wesley recordará a quién pertenece realmente.
Con una última mirada desafiante a su propio reflejo, salió de la habitación.
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La noche estaba fría, pero las luces de la residencia de los Whitmore proyectaban un resplandor cálido sobre la calle. Damien y Lord Hawthorne descendieron del carruaje, ambos elegantemente vestidos. Las capas oscuras ondearon levemente mientras subían los escalones de la entrada.