Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 3

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El cochero se detuvo frente a la mansión Whitmore, y un criado se acercó para abrir la puerta del carruaje. Evangeline esperó un breve instante, permitiendo que el suspense de su llegada se asentara. Luego, descendió con la elegancia de una reina que pisa un territorio que ya le pertenece.

Vestía un traje negro de satén y terciopelo, lo bastante ceñido para insinuar sus curvas sin caer en el escándalo. Un abrigo largo cubría parte del vestido, la capucha de encaje estratégicamente colocada sobre su peinado impecable.

El toque de misterio era intencional; ella no era una invitada, era una aparición inesperada. El murmullo discreto de los criados confirmó que su presencia no pasaría inadvertida.

En la entrada, un lacayo la miró con vacilación. No figuraba en la lista de invitados. Pero antes de que pudiera objetar, un hombre de facciones angulosas y mirada astuta emergió de la sombra del pórtico: Lord Pembroke.
— Lady Evangeline — la saludó, la voz impregnada de diversión —. Me temo que esta es una recepción bastante exclusiva.

Evangeline sonrió levemente, retirando la capucha con lentitud, dejando que los rizos oscuros cayeran en cascada sobre sus hombros.
— Vamos, Pembroke, pensé que la aristocracia británica apreciaba las sorpresas. ¿O acaso Lord Whitmore ya ha perdido el gusto por lo inesperado?

Pembroke inclinó la cabeza ligeramente, evaluándola.
— Tu audacia nunca deja de impresionarme. — Luego lanzó una mirada al lacayo y asintió casi imperceptiblemente. — Parece que ha habido un pequeño error en la lista. Su Señoría puede entrar.

Evangeline se deslizó al interior con la serenidad de quien ha frecuentado esos salones incontables veces. Sus ojos recorrieron la estancia.

El ambiente no tardó en reaccionar a su presencia. Las conversaciones se apagaron por un instante, miradas furtivas se dirigieron hacia ella, algunas evaluadoras, otras claramente escandalizadas.

Una señora de mediana edad, esposa de un vizconde, susurró algo indignada a su amiga. Un caballero mayor arqueó una ceja, visiblemente sorprendido. Las esposas de los invitados, siempre atentas a las apariencias, apretaron las copas de vino con dedos tensos.
— Atrevida — murmuró una dama cercana.
— Siempre lo ha sido — respondió otra, negando con la cabeza.

Pero Evangeline ignoró todo aquello. Esa noche no era sobre ellos. La música suave de un cuarteto llenaba el aire, y los caballeros se reunían en pequeños círculos, hablando entre sorbos de vino y comentarios sobre política, negocios y escándalos velados.

Las pocas damas presentes, esposas o hermanas de hombres influyentes, se movían con discreción, conscientes del juego que allí se desarrollaba. Y entonces, en el centro del salón, entre conversaciones animadas y miradas calculadas, estaba él.

Damien Wesley.

Su porte era relajado, pero la atención en su mirada revelaba que nada se le escapaba. El whisky giraba lentamente en el vaso que sostenía, un gesto despreocupado que solo acentuaba su presencia imponente. A su lado, Lord Hawthorne se mantenía igualmente cómodo, aunque Evangeline notaba la sutil tensión en su porte: era un hombre que ocultaba más de lo que mostraba.
— Qué sorpresa tan… inesperada — murmuró él, alzando el vaso en un falso brindis.

Evangeline se detuvo frente a él, inmóvil solo el tiempo suficiente para que el momento se cargara de significado. Luego, sonrió suavemente.
— Espero que estés satisfecho con tu regreso, Damien. Parece que Londres no ha perdido el interés por ti.

Damien giró el vaso entre los dedos, evaluándola sin prisa.
— Lo mismo podría decir de ti, Evangeline. Siempre con el talento de aparecer donde menos se espera.

Ella inclinó ligeramente la cabeza, los ojos brillando bajo la luz dorada de los candelabros.
— Oh, querido mío, ¿dónde estarías sin un poco de imprevisibilidad?

El intercambio era un duelo en toda regla. La tensión era sutil, pero palpable. Algunos invitados observaban la escena con disimulo, susurrando entre ellos.
— ¿Evangeline cazando a Wesley otra vez? — murmuró un caballero a su interlocutor.
— Nunca se rindió.

Lord Hawthorne contemplaba el intercambio sin intervenir, pero Evangeline notó la forma en que sus ojos la analizaban. No era ningún ingenuo. Ni Damien. Pero eso no importaba. Ella estaba allí.

Alzó ligeramente la copa de vino, la mirada cargada de provocación. La tensión entre ambos era casi tangible, un juego silencioso que los dos conocían demasiado bien.
— Sigues siendo el mismo, Damien — murmuró, dando un pequeño sorbo antes de continuar con voz suave como la seda —. Siempre tan… imprevisible. Pero hay cosas que no cambian, ¿verdad?

Damien permaneció impasible, una sonrisa jugando en sus labios, mientras la observaba como un hombre que reconoce una trampa tendida.
— Depende de lo que consideres inmutable.

Evangeline se inclinó ligeramente hacia él, lo suficiente para que su fragancia aterciopelada y provocadora se mezclara en el aire entre ambos.
— Por ejemplo… el hecho de que sigo libre. Y tú también. Y que ambos sabemos exactamente dónde encontrarme.

Le sostuvo la mirada un instante, una invitación sin palabras, una promesa envuelta en misterio. Después, sonrió y se apartó, como si hubiese dicho algo trivial.
— Hasta pronto, Damien — murmuró, antes de girarse y deslizarse entre la multitud con la misma elegancia con la que había entrado.

Damien la observó alejarse, sin mostrar reacción alguna.

Ella se movía por el salón, saludando a caballeros influyentes, sonriendo con enigma en cada intercambio. Incluso cuando hablaba con otros, sus ojos volvían a él, evaluando, analizando, provocando. Era un juego que dominaba bien: mantenerse presente incluso en la distancia.

Damien aparentaba despreocupación, fingiendo que aquello no le afectaba lo más mínimo, cuando sintió la mirada curiosa de Hawthorne sobre él.
— Entonces — comenzó Hawthorne, inclinándose hacia él con interés en la mirada —, ¿quién es ella?



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 14.09.2025

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