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El sol de la tarde calentaba las calles de Londres cuando Damien desplegó el pequeño billete que le había sido entregado hacía apenas unos instantes. La caligrafía era precisa, elegante, pero el mensaje sorprendentemente directo.
Lord Wesley.
Si todavía quiere poner a prueba su valentía, encuéntreme en casa de Lady Theodora esta tarde.
Clara Wellington.
Damien esbozó una sonrisa maliciosa, sintiendo una mezcla de diversión y curiosidad.
— Si quiero poner a prueba mi valentía… — La provocación era evidente, y a él le gustaba.
Lanzó una mirada a su reloj de bolsillo y comprobó que no le quedaba mucho tiempo. Con un movimiento rápido, tomó una pequeña bolsa de monedas y la guardó en el bolsillo interior del abrigo. Tenía dinero consigo, pero no demasiado.
— Si vamos a ser plebeyos por un día, que sea con autenticidad.
Se puso un abrigo más discreto y salió de casa con paso decidido. La idea de mezclarse entre la gente para asistir a las carreras era poco común, pero sumamente atractiva. Como mínimo, sería una tarde interesante.
Damien recorrió las calles de Londres con paso tranquilo, aunque su mente estaba lejos de allí. Una sonrisa apenas perceptible curvaba sus labios. Había una diferencia abismal entre Clara y otras mujeres que había conocido.
Entre Clara y Evangeline.
Evangeline. Hermosa, seductora, pero siempre envuelta en una telaraña de manipulación. Todo en ella estaba calculado estratégicamente para atrapar, para seducir, para enredar a los hombres en su trampa. ¿Cuántas veces la había visto utilizar miradas lánguidas y palabras medidas para conseguir lo que quería?
Ella no desafiaba: enredaba. No proponía un juego limpio, sino una representación en la que solo ella conocía el desenlace.
Clara, en cambio, no jugaba. No intentaba seducirlo ni empleaba artimañas para captar su atención. Le lanzaba el desafío de frente, sin artificios. Era audaz sin ser descarada. Inteligente sin ser pretenciosa. Y eso… eso la hacía infinitamente más interesante.
Mientras caminaba, Damien recordó la noche anterior. Evangeline había aparecido en la recepción de Whitmore como una sombra del pasado, vestida de misterio y segundas intenciones. Su mirada le decía que quería algo. El contacto, la forma en que se había acercado, dejaban claro que intentaba hacerle recordar lo que habían tenido.
Pero él no necesitaba recordarlo. Evangeline no era más que eso: un recuerdo. Clara, en cambio, era un misterio aún por descubrir. Alguien que no trataba de convencerlo de nada, pero que, sin esfuerzo, lo retaba a mirarla dos veces.
A intentar descubrir qué se ocultaba tras su altivez, su perspicacia. Y mientras lo pensaba, se dio cuenta de la respuesta más obvia de todas: Evangeline formaba parte de su pasado. Clara lo hacía cuestionar el futuro.
Cuando giró la esquina hacia la casa de Lady Theodora, su sonrisa se ensanchó y un brillo expectante apareció en su mirada.
— Vamos a ver hasta dónde nos lleva este juego de provocaciones, Lady Clara. Estoy deseando averiguarlo.
El sol de la tarde proyectaba sombras suaves por los pasillos de la mansión de Lady Penélope cuando Clara bajó las escaleras intentando no hacer ruido.
Vestía un vestido sencillo, discreto, propio para el día. A su lado, llevaba una cesta aparentemente común, pero en su interior se encontraban las ropas que usaría para disfrazarse en el evento de las carreras. Todo había sido planeado al detalle: iría directamente a casa de Theo, donde Damien la encontraría, y desde allí partirían como plebeyos hacia las carreras.
Pero, al pasar por el salón, una voz la detuvo.
— Clara.
El tono era tenso, diferente al habitual. Lady Penélope estaba de pie junto a la ventana, las manos fuertemente cruzadas sobre el pecho. La luz que entraba por el cristal acentuaba la rigidez de sus facciones.
Clara se detuvo, sintiendo de inmediato que algo no estaba bien.
— ¿Sí?
Lady Penélope vaciló un instante, pero luego respiró hondo y se giró por completo hacia ella.
— Necesito hablar contigo de un asunto importante.
El nudo en el estómago de Clara se intensificó. Desde la conversación en la biblioteca, Lady Penélope se mostraba extraña. Más pensativa, más reservada. Y ahora, la forma en que la miraba dejaba claro que algo había cambiado.
— ¿Podría ser más tarde? — preguntó Clara con cautela —. He quedado con Theo esta tarde.
Lady Penélope pareció aún más inquieta.
— Está bien, Clara, hablaremos después.
El silencio entre ambas se volvió espeso. Clara inspiró profundamente y dio un paso adelante.
— ¿Ha pasado algo?
Lady Penélope abrió la boca para responder, pero luego dudó, nerviosa.
— Hay algo sobre tu pasado que tal vez deberíamos hablar. Algo que… que debí saber hace mucho tiempo.
Clara sintió una oleada de confusión y, al mismo tiempo, un repentino nerviosismo.
— ¿Mi pasado?
Lady Penélope asintió lentamente, los dedos apretando la tela de su falda.
— Sí… — Desvió la mirada al suelo por un instante, como si ordenara sus pensamientos. Después volvió a mirarla, la tensión en su rostro evidente —. Pero podemos hablar cuando vuelvas.
Clara vaciló. Parte de ella quería escuchar, quería por fin las respuestas que buscaba. Pero otra parte sabía que, si se quedaba, corría el riesgo de perder la única oportunidad de escapar hacia las carreras sin ser descubierta. Contuvo la respiración un instante, observando a Lady Penélope.
La tensión en su rostro era palpable. Aquello era distinto a cualquier conversación que hubieran tenido antes. Pero también era arriesgado. Si se quedaba… quizá por fin obtendría las respuestas que anhelaba. Si se iba… mantendría el plan, la libertad momentánea que deseaba, y no levantaría sospechas.
El tiempo pareció alargarse en un silencio pesado. Clara tragó saliva y forzó una pequeña sonrisa, intentando aliviar el momento.
— Hablamos cuando vuelva, entonces — dijo, manteniendo un tono casual, como si aquella conversación no le hubiera acelerado el pulso.