Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 3

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La tarde caía sobre Londres, pintando la ciudad con tonos dorados y sombras alargadas. Lady Evangeline estaba en su habitación, sentada frente al tocador, pero el espejo frente a ella reflejaba algo que ya no reconocía.

La ropa de paseo lujosa, los pendientes de perlas, el perfume caro... todo elegido con precisión, como si pudiera moldear lo que sentía a través de la imagen que proyectaba. Pero, por más impecable que pareciera, no podía ignorar la inquietud creciente dentro de sí.

Había vuelto a ver a Damien la noche anterior. Y, por primera vez en años, sintió que él estaba realmente distante. Rechazó su invitación. Ella ya esperaba esa respuesta, por supuesto. Pero su indiferencia… eso la hería más de lo que quería admitir. Como si él hubiera seguido adelante y ella...

Ella seguía en el mismo lugar.

Soltó un suspiro pesado y se inclinó sobre el tocador, los dedos deslizándose por el vidrio frío. Afuera, la ciudad bullía, llena de música y risas apagadas. Su Londres. El mundo en el que siempre se había movido con maestría. Y, aun así, se sentía sola.

El crujido de la puerta la hizo alzar ligeramente la mirada. Una doncella entró, discreta, cargando una bandeja con té.

— Milady, traje el té de manzanilla que pidió.

Evangeline la miró, confundida.

— ¿Pedí té?

La joven vaciló.

— Sí, milady… hace unos momentos, al regresar.

Evangeline frunció levemente el ceño. No recordaba haberlo hecho. Pero no corrigió a la criada. Solo asintió para que dejara la bandeja.

Tan pronto como la puerta se cerró, volvió a quedarse sola. Se levantó de la silla y caminó hacia la ventana. El reflejo en el vidrio mostraba a una mujer que parecía inquebrantable. Fuerte, decidida. Exactamente como siempre se había esforzado por ser.

Pero, por un instante, su mente la traicionó.

El pasado regresó, como una chispa encendiendo un recuerdo olvidado. Damien acostado a su lado, antes de partir hacia América. El olor de su piel, su risa perezosa, los dedos jugando distraídamente con un mechón de su cabello.

Sabes, Evangeline, nunca conocí a alguien que quisiera tanto controlarlo todo.

Ella se había reído, en ese entonces.

Y quien no controla, Damien, termina siendo dominado.

Tal vez. Él pasó la punta de los dedos por su rostro. Pero me gustaría saber quién serías si no necesitaras luchar tanto.

Ahora, tantos años después, esa pregunta volvía a atormentarla. ¿Quién sería ella si no hubiera pasado la vida luchando?

Cerró los ojos por un momento y, cuando los abrió, la frialdad había regresado a su mirada. Ese tiempo ya había pasado. El pasado no importaba. Pero, al volver a sentarse frente al espejo, el nudo en el pecho no desapareció. Porque, por más que lo intentara, no podía escapar de la verdad.

Por un breve instante, Evangeline entendió que ya no luchaba solo por Damien. Luchaba por no enfrentar lo que él había significado para ella. Y cuánto, en el fondo, todavía significaba.

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La energía vibrante del hipódromo llenaba el aire con voces animadas, el olor a paja y tierra mezclándose con el aroma dulce de los bocadillos que vendían los carritos ambulantes. Clara y Damien avanzaban entre la multitud, mezclándose con vendedores, apostadores y entusiastas de las carreras, pasando completamente desapercibidos. Para cualquiera que los viera, eran solo una pareja más del pueblo, quizás en busca de un momento de diversión.

— Ahora que estamos aquí, ¿cuál es el plan? — preguntó Damien con tono relajado, inclinándose ligeramente para hacerse oír por encima del murmullo.

Clara sonrió, sacando la pequeña bolsa de cuero que llevaba en la cintura.

— Primero apostamos. Después veremos si la suerte está de nuestro lado.

Damien soltó una carcajada breve.

— Espero que seas mejor apostando que ocultando tus intenciones, Clara. Si no, terminaremos lavando platos en una taberna para pagar las deudas.

— ¿Y quién dijo que dejaría que eso pasara? — Clara arqueó una ceja antes de acercarse a la zona de apuestas.

La fila estaba compuesta por hombres de diferentes estratos dentro de la clase trabajadora, algunos comerciantes, otros marineros o cocheros, todos allí por el mismo propósito: sentir la adrenalina de la apuesta. Damien esperó pacientemente mientras Clara analizaba la tabla de los caballos, leyendo los nombres con atención.

— Este — dijo ella, señalando a uno de los favoritos — Ventisca. Tiene un historial de victorias.

Damien esbozó una sonrisa torcida, revisando la lista.

— ¿Ventisca? Me parece demasiado seguro para una mujer que disfruta de los desafíos.

Clara arqueó una ceja.

— Desafíos no significan estupidez, Wesley. Apostar por quien tiene más probabilidades de ganar es simplemente estrategia.

— Ah, pero estrategia sin riesgo no tiene gracia. — Damien cruzó los brazos y, tras un instante, señaló otro nombre en la lista. — Yo apostaré por Cuervo Dorado.

Clara lo miró, sorprendida.

— ¿El desfavorecido?

— Necesito ver hasta dónde me lleva la suerte. — Damien entregó las monedas al hombre de las apuestas y se giró hacia Clara con una sonrisa provocadora.

Clara soltó una risa breve y, con una mirada desafiante, entregó sus monedas para apostar por Ventisca.

Apuestas hechas, se alejaron de la multitud y se dirigieron a una de las áreas menos concurridas del sector popular. Allí, entre hombres y mujeres que gesticulaban entusiastamente, podían observar sin llamar la atención.

— Que ganen los mejores instintos — murmuró Damien, alzando una ceja.

Clara le lanzó una mirada de soslayo, una sonrisa divertida jugando en sus labios.

— Oh, Wesley, sé que los míos ganarán.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 14.09.2025

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