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La luz entraba por las altas ventanas, dibujando sombras sobre las alfombras y los muebles de la mansión. El silencio flotaba en el salón donde ella esperaba, con las manos posadas en el regazo, los dedos entrelazados con una tensión discreta.
Había pasado dos noches sin dormir, sin saber qué hacer, hasta que, la noche anterior, tomó una decisión. No podía cargar aquel secreto sola. Necesitaba hablar con Theodore.
La puerta se abrió y el duque de Cavendish entró. Su mirada atenta recorrió el salón antes de posarse en ella, como si ya intuyera que había sido llamado por un motivo grave.
— Penélope — dijo, cerrando la puerta tras de sí —. Me dijeron que viniera con urgencia. ¿Qué sucede?
Ella respiró hondo, preparándose.
— Siéntate, por favor, Theodore. El asunto del que necesito hablar contigo… es muy serio… y… bueno… es sobre Clara.
El duque frunció levemente el ceño y se sentó en el sofá frente a su hermana, sin decir nada, esperando.
Lady Penélope habló con voz baja y temblorosa:
— Clara… es… bueno… es mi hija.
Una lágrima le resbaló por el rostro.
El silencio que se instaló fue tan denso que parecía ocupar todo el espacio. El duque permaneció inmóvil, con la mirada fija en ella, y Penélope se preparó para lo peor. Para la furia, la indignación, la censura fría que él siempre manejaba con destreza.
Pero nada de eso ocurrió.
Él simplemente respiró hondo y preguntó, con un tono más suave de lo que ella esperaba:
— ¿Cómo puedes estar tan segura?
Penélope tardó un instante en asimilar la reacción, sus pestañas temblando ligeramente por la sorpresa. Pero se recompuso y comenzó a explicar.
— Lo descubrí hace poco — dijo, levantándose y caminando hacia la ventana. — Las piezas estaban todas ahí, pero nunca las uní… o tal vez nunca quise hacerlo.
Se giró hacia él, encontrando una mirada atenta, pero no acusadora.
— Fue tu esposa quien la encontró, Theodore. Fue ella quien la salvó.
El impacto de esas palabras fue visible. El duque se echó levemente hacia atrás, como si algo dentro de él hubiera cambiado.
— ¿Mi esposa…? — murmuró, sorprendido.
Penélope asintió.
— Sí. Carolyne fue a buscar a Clara al orfanato y la trajo a tu casa.
El duque de Cavendish permaneció en silencio por un largo momento. La mano que reposaba sobre su bastón se crispó ligeramente.
— ¿Me estás diciendo que, durante todos estos años, Clara vivió bajo mi techo sin que yo supiera que era mi sobrina?
Penélope bajó la mirada.
— Yo tampoco lo sabía. Pero tiene sentido. Nuestro padre se aseguró de que nunca sospecháramos la verdad. Me mintió, Theodore. Me dijo que mi bebé había muerto, que nunca lo volvería a ver. Pero, al final, siempre estuvo cerca.
El duque exhaló despacio, desviando la mirada hacia el gran reloj de péndulo que marcaba el tiempo con un sonido rítmico.
— Mi esposa… Carolyne siempre tuvo un instinto agudo para detectar mentiras — murmuró él. — Yo nunca supe nada de esto.
La emoción en su voz sorprendió a Penélope. Ella esperaba resistencia, furia… pero vio en él algo diferente. Algo más humano.
— ¿No lo sabías? — preguntó, con cautela.
El duque cerró los ojos un breve instante antes de abrirlos de nuevo, la mirada más sombría, pero no fría.
— Si lo hubiera sabido, Penélope… habría hecho algo. Pero no lo sabía. Nunca lo sospeché — su voz se volvió más baja — y pensar que viví todos estos años sin darme cuenta…
Penélope apretó los dedos entre sí, sintiendo un nudo formarse en el pecho.
— Temía tu reacción.
Él soltó una breve carcajada sin humor.
— ¿Temías que quisiera alejarla? ¿Que la repudiara? — Su mirada se encontró con la de ella. — Es tu hija. Eso la convierte en mi familia. Y mi familia no es descartable.
La mirada de Penélope vaciló por un momento, sorprendida por la firmeza de su respuesta.
— Entonces… ¿no me juzgas?
— No — respondió él, simplemente. — Te elogio por haber tenido el instinto de cuidarla, incluso sin saber la verdad. Hiciste lo que yo mismo debería haber hecho hace mucho tiempo.
Un silencio pesado se instaló entre ellos, no incómodo, pero sí cargado de significado.
— Theodore… — Penélope dudó, casi sin saber cómo preguntar lo que le quemaba en la garganta. — ¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer?
El duque se irguió y sus facciones se endurecieron.
— Ahora, la protegemos. No permitiré que nadie la utilice, ni que la expulse de su verdad. Y si alguien lo intenta...
Las palabras deberían haberla asustado, pero le trajeron un consuelo inesperado. Ya no estaba sola. Theodore estaba de su lado.
Con un suspiro profundo, Penélope se dejó caer ligeramente en el sillón. Durante años había cargado con el peso de un secreto que desconocía. Ahora, esa carga era compartida.
Y, juntos, harían lo necesario para asegurarse de que Clara no descubriera la verdad de la peor manera.
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