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La carroza avanzaba por las calles de Londres, el sonido rítmico de las ruedas resonando en el silencio entre Clara y Lady Penélope. La tarde comenzaba ya a ceder paso al inicio de la noche, y las luces de los faroles proyectaban sombras danzantes en el interior del carruaje.
Clara, sentada frente a Lady Penélope, no podía ignorar la inquietud que la acompañaba desde que había terminado el té. Su madrina había estado extraña durante todo el evento, y ahora, su mirada se mantenía en la ventana, como si estuviera atrapada en pensamientos que no quería compartir.
— Lady Penélope — Clara rompió el silencio, intentando mantener un tono casual —, hoy estuvo particularmente distraída. ¿Ha pasado algo?
Lady Penélope desvió la mirada hacia ella, como si hubiera sido arrancada de una neblina, y le ofreció una pequeña sonrisa.
— No, querida. Solo reflexiones… sobre asuntos de familia.
Clara arqueó levemente una ceja.
— ¿Y esos asuntos me incluyen a mí, no es cierto?
La reacción de Lady Penélope fue sutil, pero Clara notó la momentánea rigidez en su expresión.
Lady Penélope suspiró, sus rasgos suavizándose.
— Clara, te prometo que todo lo que está ocurriendo tiene un propósito. Pero te pido un poco más de paciencia. Pronto sabrás todo lo que necesitas saber.
Clara cruzó los brazos, sintiéndose dividida entre la frustración y la aprensión.
— Detesto los secretos, Lady Penélope.
Penélope esbozó una leve sonrisa, con un toque de melancolía.
— Lo sé, querida. Lo sé.
La carroza redujo la marcha al llegar a la mansión. En cuanto descendieron, Clara notó la cálida luz que emanaba de las ventanas del salón principal y la presencia de más criados de lo habitual en la entrada. Algo le decía que aquella reunión no era un simple encuentro informal.
Al entrar en el vestíbulo, Clara sintió una oleada de tensión apretarle el pecho. El aroma familiar de la casa de Lady Penélope, que antes le ofrecía consuelo, ahora le parecía opresivo. El silencio que flotaba en el ambiente hacía que su corazón latiera más rápido, y la presencia del mayordomo, con su expresión impasible, solo aumentaba su incomodidad.
Su voz, formal y sin emoción, cortó el ambiente ya cargado de nerviosismo.
— Su Excelencia y el resto de la familia la esperan en el salón, milady.
Clara se sintió como si estuviera a punto de ser juzgada, con cada paso hacia el salón volviéndose más pesado. La mirada de Penélope, que solía ser reconfortante, ahora la observaba con una mezcla de preocupación y algo más profundo, algo que Clara no lograba descifrar.
Las palabras de Lady Penélope aún resonaban en su mente, y la duda que comenzaba a crecer en su interior volvía todo aún más difícil de soportar.
Lady Penélope asintió y se volvió hacia Clara, que la observaba con una mezcla de vacilación y expectativa.
— Ha llegado el momento — dijo Lady Penélope, posando suavemente la mano sobre el brazo de Clara, en un gesto que intentaba transmitir seguridad.
Clara dudó un momento. El contacto delicado de Lady Penélope en su brazo parecía buscar tranquilizarla, pero en lugar de eso, solo lograba apretarle el estómago con una oleada de ansiedad. ¿Qué podía ser tan grave como para requerir una reunión familiar?
La ansiedad le hacía temblar levemente las manos. Aun así, Clara disimuló su nerviosismo, forzando un paso firme, aunque sentía que la duda crecía dentro de ella.
Inspiró hondo, la mirada fija en la puerta entreabierta del salón.
Y, en el fondo, lo supo: después de esa noche, nada volvería a ser igual.
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