Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Capitulo 9

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Damien Wesley y el Marqués Alexandre Hawthorne caminaban juntos, alejándose del evento social. El frío era cortante, pero ambos avanzaban como si no lo sintieran.

Hawthorne ajustó su abrigo y lanzó una mirada a Damien, que caminaba con las manos en los bolsillos, perdido en sus propios pensamientos.

— Sabes —empezó el Marqués, con voz arrastrada y contemplativa—, por mucho que haya evitado estas malditas reuniones sociales, hay algo que he aprendido rápidamente desde que regresé.

Damien arqueó una ceja, pero no lo miró.

— ¿Y qué fue lo que aprendiste, querido Hawthorne?

Hawthorne hizo una pausa antes de continuar, observando las calles silenciosas.

— Que ciertas mujeres no saben aceptar una derrota. Y que Lady Evangeline parece ser una de ellas.

Damien soltó una breve risa, sin humor.

— Evangeline no acepta nada que no esté moldeado a su voluntad.

— Entonces estamos de acuerdo —dijo Hawthorne—. Tiene un brillo peligroso en la mirada, Damien. No la conozco personalmente, pero basta observarla para saber que está tramando algo. Y tengo la impresión de que tú eres el centro de sus planes.

Damien finalmente giró el rostro hacia él, analizándolo con atención.

— No sueles hacer juicios precipitados, Hawthorne. ¿Qué te hace estar tan seguro?

El Marqués suspiró, ajustándose los guantes.

— Porque ya he visto esa mirada antes. Hace mucho tiempo.

Damien frunció ligeramente el ceño.

— ¿Quieres compartir esa historia?

Hawthorne dudó un instante, pero luego soltó una risa amarga.

— Cuando era joven, amé a una mujer. Una mujer que, al parecer, también me amaba. Pero yo era solo un marqués arruinado entonces, sin fortuna, sin perspectivas. Su familia no permitió el matrimonio y no tuve otra opción que marcharme.

Damien guardó silencio por un momento antes de preguntar, en un tono más serio:

— ¿Y nunca intentaste volver por ella?

Hawthorne respiró hondo, mirando hacia el cielo oscuro.

— Cuando finalmente regresé… ya era tarde. Se había casado. Con un hombre apropiado, rico, influyente. Pero, por lo que supe, nunca fue feliz.

Damien pasó la lengua por el diente, reflexionando.

— ¿Y qué tiene eso que ver con Evangeline?

Hawthorne le lanzó una mirada afilada.

— Porque sé reconocer a alguien que se aferra desesperadamente a lo que ha perdido. Y Evangeline no parece ser del tipo que acepta perder para siempre. Quiere recuperarte, Damien. O al menos, quiere tener la última palabra sobre tu destino. Y tú le diste una nueva razón para actuar.

— ¿Qué quieres decir? — Damien lo miró directamente.

— Clara Wellington —respondió Hawthorne sin vacilar—. No necesitas decir nada. Basta con ver cómo la miras... y cómo ella te mira a ti.

Damien abrió la boca para responder, pero Hawthorne levantó una mano, interrumpiéndolo.

— No me des excusas. No me digas que es solo un juego. He visto esa conexión antes. Y te aseguro que Evangeline también. Tal vez aún no sepa hasta dónde puede llegar esto, pero reconoce una amenaza cuando la ve. Y Clara... bueno, Clara es una amenaza. No porque lo intente, sino simplemente porque existe.

Damien respiró hondo, pero no negó nada.

— ¿Y tú crees que Evangeline actuará contra ella?

Hawthorne se encogió ligeramente de hombros.

— Si es inteligente, no lo hará directamente. Pero sabes tan bien como yo que una palabra bien colocada puede ser más destructiva que cualquier ataque físico. Y Evangeline sabe jugar ese juego a la perfección.

Damien pasó una mano por la barbilla, pensativo.

— Entonces, ¿tu consejo es…?

El Marqués suspiró y le dio una palmada en el hombro, en un gesto amistoso.

— Ten cuidado, Wesley. Y decide pronto lo que realmente quieres. Porque si dudas… alguien decidirá por ti.

Damien soltó una risa seca y negó con la cabeza.

— Hawthorne, nunca te imaginé tan dramático. Deberías haber sido poeta, en lugar de marqués.

Hawthorne alzó una ceja.

— Y tú deberías haber sido menos testarudo. Así no necesitarías que te advirtieran sobre mujeres que no aceptan un “no” como respuesta.

Damien inclinó la cabeza, fingiendo pensar.

— Y sin embargo, aquí estamos. Tú dándome consejos sobre mujeres y yo escuchándote. Algo salió muy mal en el mundo.

Hawthorne suspiró teatralmente.

— Creo que es la primera vez que admites que podría tener razón. Esto merece un brindis.

Damien esbozó una sonrisa torcida.

— Sabes, Hawthorne, siempre fuiste un hombre que evitaba involucrarse. Es raro verte dando consejos sobre lo que debería hacer.

Hawthorne sonrió, pero había un tinte de melancolía en sus ojos.

— La diferencia entre nosotros, Damien, es que yo perdí mi oportunidad. Tú todavía la tienes. Y sabes, si dudas como yo dudé en el pasado, terminarás viendo desde lejos cómo otros aprovechan lo que pudo haber sido tuyo.

Damien alzó una ceja, pero no respondió. El comentario quedó flotando entre ellos como un desafío implícito, imposible de ignorar. Pasó la lengua por el diente, sintiendo una incomodidad inesperada, sin comprender del todo por qué. Se mantuvo en silencio, perdido en sus pensamientos, mientras entraban en la mansión.

Los criados habían dejado algunas velas encendidas, y el fuego de la chimenea crepitaba suavemente en el gran salón. Hawthorne comenzó a quitarse los guantes, pero vaciló por un instante, sus pensamientos desviándose.

Durante el evento de esa noche, Hawthorne se había apartado un poco del grupo, observando a Penélope sin ser visto. Parecía la misma de siempre, pero él había notado su ansiedad. Cuando miraba a Clara, había percibido un cambio sutil, una alteración en el ambiente que no sabía explicar.

Penélope, a quien recordaba como una mujer alegre y segura, ahora mostraba una aura de incomodidad, de tensión. Como si escondiera algo. O tal vez ya lo supiera… pero se negara a admitirlo.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 14.09.2025

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