Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Capitulo 10

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La puerta se cerró con un leve chasquido tras ellos, amortiguando el murmullo distante de la ciudad. En el silencio del salón, solo el crepitar discreto de la chimenea llenaba el espacio entre ambos. Clara permaneció inmóvil, los brazos ligeramente levantados, como si temiera que cualquier movimiento deshiciera la frágil barrera que la mantenía en pie.

Damien no la soltó de inmediato. El cuerpo de ella temblaba contra el suyo, un estremecimiento sutil que le recorría la piel como un susurro. Sentía su respiración entrecortada contra su camisa, el pecho de Clara subiendo y bajando con ritmo descontrolado. Durante un instante, un breve momento de vacilación le dejó los dedos quietos contra la seda fría del vestido. Su instinto le gritaba que no la soltara. Que la mantuviera allí, protegida, a salvo de todo lo que le robaba la paz.

Clara cerró los ojos, inspirando lentamente, permitiéndose sentir algo que hacía mucho tiempo le era negado. Seguridad. El calor que emanaba de Damien la envolvía como un escudo contra el frío cortante de la noche y contra la tormenta que rugía en su interior.

Su olor —tabaco, brandy y algo más cálido, más masculino— despertaba una sensación de consuelo desconocida. Por más ilógico que fuera, allí, en los brazos de Damien, no se sentía perdida. Por primera vez desde que huyera de casa, no se sentía sola.

Damien sintió la ligera presión de los dedos de ella aferrándose a la tela de su camisa. Tan sutil que podría haber sido solo un reflejo involuntario, pero él lo supo. Ella se estaba sujetando a él. Confiando en él. Una confianza silenciosa, frágil, que no quería ni podía traicionar. Y fue entonces cuando la rabia se instaló en su interior, una rabia fría, afilada, dirigida a quienquiera que la hubiera dejado en ese estado. ¿Quién la había obligado a correr desesperada por las calles de Londres, con los ojos nublados por el dolor? ¿Quién había osado romperla así?

Su mandíbula se tensó. Quería encontrar a quien la había herido. Quería castigarlos. El instinto protector era feroz, primitivo, una necesidad de levantar murallas inquebrantables entre ella y aquello que pudiera lastimarla.

Pero, al mismo tiempo, algo más peligroso, más íntimo, comenzaba a extenderse dentro de él. Sentía cada curva del cuerpo de Clara contra el suyo. La suavidad de su piel a través de la fina tela del vestido. El calor que se fundía con el suyo, convirtiéndose en algo indistinguible, una fusión que amenazaba con romper los límites de lo que debería ser solo un gesto de consuelo.

Cerró los ojos por un breve segundo, luchando contra la necesidad insensata de acercarla aún más. El perfume de ella se colaba por su nariz —floral, con un matiz salado, como un eco de algo salvaje e indomable. Era tan diferente a todas las mujeres que había conocido. Clara era fuego y sombra, fuerza y vulnerabilidad. Y, en ese instante, en sus brazos, parecía pertenecerle. Como si siempre le hubiera pertenecido.

Contuvo la respiración, porque dentro de sí, el conflicto era una tormenta. El calor del cuerpo de Clara le marcaba la piel, y su aroma parecía impregnar el aire entre ellos. El instinto le decía que se alejara, que recuperara la distancia segura que siempre había mantenido. Pero, en ese momento, no podía moverse.

Clara tampoco se movió. Sus ojos estaban fijos en él, expectantes, como si buscara algo que ni ella misma sabía nombrar. El silencio entre ambos parecía ganar peso, cargado de todo lo que no estaban listos para admitir.

Damien respiró hondo y dio un paso atrás. Necesitaba actuar. Hacer lo correcto.

Se giró y caminó hacia el mueble de madera oscura, con gestos meticulosos, como si se obligara a recuperar el control. Tomó una botella de brandy y sirvió una copa, el líquido ámbar brillando bajo la luz trémula de la chimenea. Luego, se volvió hacia Clara y se la ofreció, con una voz más calmada de lo que realmente sentía.

—Bebe. Esto te ayudará.

La vacilación de Clara fue casi imperceptible, pero Damien la notó. Las yemas de sus dedos rozaron levemente la copa antes de sujetarla por completo. El brandy titilaba bajo la luz del fuego, dorado y cálido, tan tentador como la voz de él.

Clara llevó la copa a los labios y bebió un sorbo pequeño, pero aun así, el líquido le quemó la garganta. Tosió, sorprendida por la intensidad del alcohol, el calor extendiéndose por su pecho de forma abrupta.

Damien se adelantó instintivamente, sus dedos rozando los de ella al sujetar la copa antes de que la dejara caer. Su mirada se encontró con la de Clara por un instante.

—Deberías haber empezado con un sorbo más pequeño —dijo, pero esta vez, su tono no fue frío ni distante. Fue suave, casi cómplice, como si quisiera aliviar la tensión que flotaba entre ellos.

Clara desvió la mirada, sintiendo cómo le ardían las mejillas, y no era solo por el brandy.

—No estoy acostumbrada a este tipo de bebida —murmuró.

Damien sostuvo la copa un momento, luego la dejó sobre la mesa a su lado.

—Entonces, la próxima vez, te serviré algo más dulce.

Esas palabras, simples pero llenas de un cuidado inesperado, dejaron a Clara sin respuesta. Él no la presionó. No intentó arrancarle explicaciones que no estaba lista para dar. Simplemente se quedó allí, lo suficientemente cerca como para que supiera que, por más que quisiera huir, en ese momento, no estaba sola.

Damien la observó por un momento, notando el leve temblor de sus manos, la tensión aún marcada en sus delicados hombros. No quería forzarla, no quería asustarla, pero también sabía que ella necesitaba recuperarse. Con un gesto cuidadoso, arrastró una silla cercana y se la indicó.

—Siéntate, Clara. Descansa un poco.

No era una orden, sino una invitación. Un gesto sencillo, pero cargado de algo más profundo, una preocupación que él no sabía cómo nombrar.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 14.09.2025

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